Mensajes de Amantes del teatro y la lectura enviados por peregrina:

Historia de Narciso
Continuación.

Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos.

La escultura tiene la siguiente descripción:
En el centro se encuentra un peñasco sobre el que descansa Narciso, inclinado sobre las aguas con el objeto de contemplar su figura. Un perro y un pavo real (símbolo de la vanidad) completan la escena adornada de flores, narcisos, ranas, cabezas de cocodrilo y jarrones con asas en forma de cuello de cisne. Después de 1808, Isidro González de Velázquez reconstruyó los desperfectos ocasionados durante la invasión francesa, introduciendo a 4 atlantes que parecen sostener la figura de Narciso. Además se dispusieron también 4 canastillos dentro del pilón, de los que brotan 4 surtidores de agua. En este mismo lugar estuvo situada la fuente de Ceres, hoy en el jardín del Parterre. ... (ver texto completo)
FUENTE DE NARCISO EN EL JARDÍN DEL PRÍNCIPE (mito)
La fuente de Narciso fue diseñada por Joaquín Dumandré para el rey Carlos IV; está hecha en plomo fundido.

Historia de Narciso, un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa de los bosques le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.

Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva...
Continuará… ... (ver texto completo)
No me molesta en absoluto Sr. Rios, aquí cada cual escribe lo que le parece siempre con respeto hacia los demás foreros, creo que sería lo correcto, y en este caso creo que así es.

Que pase usted un buen día Sr. Rios

CONTINUACIÓN DE (EL AGUA MILAGROSA)

PADRE JUAN —> Y, ¿no tiene usted esperanza de que Dios le otorgue lo que necesita para ser absolutamente dichosa? ¿Se lo ha pedido usted con unción, con fe?
FLORENTINA —> Se lo he pedido hasta bailando sevillanas.
PADRE JUAN —> ¿Bailando sevillanas? No es la actitud más a propósito para hablar con Dios.
FLORENTINA —> Quiero decir con ello que no hay momento en mi vida en que no haya elevado mis súplicas al Señor para que me conceda lo que me falta. Padre cura, yo tengo unos padres que me adoran: no hay otros más buenos: los hizo Dios y rompió el molde. Tengo un marido que es una alhaja: todas mis amigas me lo envidian.
PADRE JUAN —> ¿Las casadas también?
FLORENTINA —> También. Y las solteras. Porque de las viudas no hay que hablar: por sabido se calla.
PADRE JUAN —> Señora, señora...
FLORENTINA —> ¡Usted no conoce a mi Toto! Se llama Teófilo; pero así es como le digo en la intimidad. Mi Toto, mi Totito... Es noble, es generoso, es guapo, adora en mí... También lo hizo Dios y rompió el molde.
PADRE JUAN —> ¡Qué lástima!
FLORENTINA —> ¿Cómo?
PADRE JUAN —> ¡Qué lástima!, pensarán las otras... las que se lo envidian a usted.
FLORENTINA —> ¡Ah, ya!
PADRE JUAN —> Y ahora pregunto yo: con unos padres tan ejemplares y un marido tan singular, ¿qué más dicha apetece usted en la tierra? No hay que ser ambiciosa...
FLORENTINA —> ¿Se le antoja a usted desatentada ambición pedirle a Dios un hijo... y que no rompa el molde hasta que yo le avise?
PADRE JUAN —> ¡Ah!... ¡Un hijo!... ¿Es por un hijo por lo que usted suspira?
FLORENTINA —> ¡Uno siquiera, padre Juan! Así la vida es imposible. Un matrimonio sin hijos es muy soso. ¡Pero muy soso! A mí se me figura que es un matrimonio equivocado. Y pensar yo que mi Toto debiera ser de otra y no mío, me estremece, me espanta. Y mi Toto, en broma, me echa a mí la culpa: me dice que yo no tengo gracia. Y yo le digo que es él quien no la tiene. Esas tonterías de los matrimonios. Y es él, ahora que no me oye. Porque, mire usted: mi hermana la de Cáceres tiene seis querubines ¡seis querubines, padre Juan, y yo ni uno sólo—; otra que vive en Montevideo, Catalina, está esperando el quinto, o al quinto y al sexto a la vez, porque así las gasta Catalina; mi hermano Manolo tiene ya dos de la primera, dos de la segunda y dos de la tercera. Esto parece una charada; pero es que Manolo se ha casado tres veces. Dígame usted ahora si con estos hermanos tiene la culpa Toto de lo que nos ocurre, o la tengo yo.
PADRE JUAN —> Así... a primera vista... la verdad... tiene la culpa Toto.
FLORENTINA —> A usted le ha hecho gracia lo de Toto. Usted es andaluz. ¡Vaya si es usted andaluz!
PADRE JUAN —> Le advierto a usted que a los de Castilla la Vieja también nos hacen gracia algunas cosas.
FLORENTINA —> ¡Ay, qué salado! Si no es usted andaluz, merece serlo. Mi Toto es andaluz.
PADRE JUAN —> Ya me lo he figurado, señora.
FLORENTINA —> Pues ésa es mi pena, padre Juan. Yo necesito en mi casa un angelín, una cabeza rubia —mi Toto es rubio...
PADRE JUAN —> Entonces... ahí tiene usted ya la cabeza rubia que necesita...

CONTINUARÁ ... (ver texto completo)
EL AGUA MILAGROSA
(sainete teatral)

Personajes:
FLORENTINA
PADRE JUAN
ANTONIA

Habitación del Padre Juan, cura de misa y olla, en un buen pueblo castellano. Puerta a la derecha del actor, y al foro dos ventanas grandes, a través de cuyos cristales se ve un corralillo limpio y alegre. Los muebles son pocos y se caen de viejos. Una estera de pleita, vieja también y remendada, cubre el suelo, mucho más viejo que ella y que los muebles. Es por la mañana.
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(El Padre Juan, sentado en un sillón de vaqueta al lado de una de las ventanas, lee en un libro, que por excepción en este caso no está empastado en pergamino. Es hombre de hasta edad de sesenta años, de aspecto bonachón, y tan pobre y humilde como el cura del Pilar de la Horadada. En sus ojillos, vivos y sagaces, hay un reflejo de socarronería.
Antonia, su criada, sale de improviso en tal guisa que hace inverosímil toda murmuración. Viene muy azorada).

ANTONIA —> ¡Padre Juan! ¡Padre Juan!
PADRE JUAN —> ¿Eh? ¿Qué hay?
ANTONIA —> ¡Visita!
PADRE JUAN —> ¿Visita? ¿Quién es, tan de mañana? ¿La señora alcaldesa?
ANTONIA —> No, señor; no es del pueblo. Es una señorona muy señorona; lo menos de Valladolid. Yo he sentido que me coja en esta facha.
PADRE JUAN —> De Valladolid espero una visita; pero es el hijo de un amigo mío. ¿No te ha dicho lo que me quiere?
ANTONIA —> Ni sé lo que me ha dicho, señor. Si estoy aturrullada. ¡Qué sombrero!, ¡qué plumas! Tiene aire de cómica.
PADRE JUAN —> ¿De cómica?
ANTONIA —> Y ¡qué bien huele!
PADRE JUAN —> A mí no me huele tan bien; ahí verás tú. Pero hazla pasar.
ANTONIA —> ¿Cómo?
PADRE JUAN —> Que le digas que pase y la acompañes hasta aquí.
ANTONIA —> Y, ¿me quedo yo escuchando detrás de la puerta?
PADRE JUAN —> Te quedarás aunque yo no te dé permiso... conque anda.
ANTONIA —> Voy allá, voy allá.
(Vase)
PADRE JUAN —> ¡Cosa más particular que esta visita!... No sé qué pensar de ello... En fin...
(Se levanta y espera, fija un la puerta la mirada)
(A poco llega Florentina. Es una mujer hermosa y elegante, aturdida y ligera)
FLORENTINA —> Muy buenos días, señor cura.
PADRE JUAN —> Dios guarde a usted, señora. Buenos días.
FLORENTINA —> ¿Es usted el mismo Padre Juan?
PADRE JUAN —> El mismo soy.
FLORENTINA —> Usté me perdonará que venga a importunarlo a estas horas.
PADRE JUAN —> Todas son buenas para servir a Dios y al prójimo.
FLORENTINA —> Muchas gracias. Como es tan temprano...
PADRE JUAN —> Para mi es mediodía. Yo amanezco siempre con el sol. ¿Tiene usted la bondad de sentarse?
FLORENTINA —> (Sin atenderlo) ¡Qué cuartito más cuco, señor cura! ¡Qué ambiente de reposo hay en él!...
PADRE JUAN —> Es una pobreza, señora: lo que corresponde a quien lo habita.
FLORENTINA —> ¿Adónde dan esas ventanas?
PADRE JUAN —> Al corral.
FLORENTINA —> Ya, ya lo veo. Es muy alegre este corral. ¡Cuántas flores! ¿Es usted aficionado a las flores?
PADRE JUAN —> A todo lo que cría Dios.
FLORENTINA —> Yo también. Cuando vuelva a mi casa de Madrid, me permitirá usted que le envíe unos cogollos de claveles andaluces que quitan el sentido.
PADRE JUAN —> ¡Oh!, ¡tanto honor!... Pero ¿no se sienta usted?
FLORENTINA —> Déjeme usted curiosear un poco. Somos tan curiosas las mujeres...
PADRE JUAN —> Bien poco hay que curiosear aquí.
FLORENTINA —> ¿Es de marfil este crucifijo?
PADRE JUAN —> No, señora: es imitación.
FLORENTINA —> ¡Qué bonito es! (Mirando un cuadro) ¡Ay San Lorenzo!
PADRE JUAN —> San Francisco de Asís.
FLORENTINA —> Es verdad. Lo he confundido porque yo, en mi casa de Córdoba, tengo un San Lorenzo muy parecido a este San Francisco de Asís.
PADRE JUAN —> Ya. Los pintores, a lo mejor, no son muy católicos.
FLORENTINA —> (Sacando de un bolso que trae un pomito, y aplicándoselo a la nariz) Con permiso de usted, padre Juan... ¡Me he levantado con una jaqueca!... ¿Quiere usted aspirar? Es muy agradable.
PADRE JUAN —> Gracias, gracias. Yo no tengo jaqueca.
FLORENTINA —> Pues a dársela a usted vengo yo.
PADRE JUAN —> Pues entonces... luego aspiraré.
FLORENTINA —> ¡Ay, qué buena sombra! ¿Es usted andaluz?
PADRE JUAN —> No, señora: soy castellano viejo. ¿Y usted?

CONTINUARÁ ... (ver texto completo)
José de Espronceda
EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA

PARTE SEGUNDA

Está la noche serena
de luceros coronada,
terso el azul de los cielos
como transparente gasa.
Melancólica la luna ... (ver texto completo)
EL NIÑO QUE ENLOQUECIÓ DE AMOR”

Continuación.

Aquel día en que nada sucede, Don Carlos Romeral, un hombre, que el niño creía todo lo que decía, era bueno para sí, llego diciendo que Jorge, se iría a trabajar al campo. Esto lo alegró mucho. Por fin se había retirado de la batalla, su contrincante.
Después de tantos llantos, ocurrió lo que faltaba, que su madre se comenzara a preocupar sobre él. Estuvo “obligado” a jugar cada día para dejar a su madre tranquila. Estaba arto de esto. Pensaba: ... (ver texto completo)
EL NIÑO QUE ENLOQUECIÓ DE AMOR”

PRIMERA PARTE
Este era un niño. Un niño como cualquier otro que vivía enamorado y obsesionado por una muchacha; su nombre era Angélica.
Él pertenecía a una familia acomodada. Tenía hermanos mayores, todos brutos; ninguno de ellos era como aquél: digamos que más o menos tristón y poco juguetón.
Su historia se basa determinadamente en como pierde la cabeza por una mujer, de mayor edad que él, pero muy linda.
Esto comienza así: Cada vez que Angélica comía o estaba ... (ver texto completo)
Continuación del Estudiante de Salamanca.
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Que no descansa de su madre en brazos
más descuidado el candoroso infante,
que ella en los falsos lisonjeros lazos
que teje astuto el seductor amante:
Dulces caricias, lánguidos abrazos,
placeres ¡ay! que duran un instante,
que habrán de ser eternos imagina ... (ver texto completo)
Continuación del Estudiante de Salamanca.
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Bella y más segura que el azul del cielo
con dulces ojos lánguidos y hermosos,
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor que los cubre candorosos;
tímida estrella que refleja al suelo
rayos de luz brillantes y dudosos,
ángel puro de amor que amor inspira, ... (ver texto completo)
Tiene usted mucha razón
habré de hacerlos cortitos,
y así usted podrá leerlos
siempre que tenga un ratito.

Buenas noches y Gracias.
Una calle estrecha y alta,
la calle del Ataúd
cual si de negro crespón
lóbrego eterno capuz
la vistiera, siempre oscura
y de noche sin más luz
que la lámpara que alumbra
una imagen de Jesús,
atraviesa el embozado
la espada en la mano aún,
que lanzó vivo reflejo
al pasar frente a la cruz.

Cual suele la luna tras lóbrega nube
con franjas de plata bordarla en redor,
y luego si el viento la agita, la sube
disuelta a los aires en blanco vapor:

Así vaga sombra de luz y de nieblas,
mística y aérea dudosa visión,
ya brilla, o la esconden las densas tinieblas
cual dulce esperanza, cual vana ilusión.

La calle sombría, la noche ya entrada,
la lámpara triste ya pronta a expirar,
que a veces alumbra la imagen sagrada
y a veces se esconde la sombra a aumentar.

El vago fantasma que acaso aparece,
y acaso se acerca con rápido pie,
y acaso en las sombras tal vez desparece,
cual ánima en pena del hombre que fue,

al más temerario corazón de acero
recelo inspirara, pusiera pavor;
al más maldiciente feroz bandolero
el rezo a los labios trajera el temor.

Mas no al embozado, que aún sangre su espada
destila, el fantasma terror infundió,
y, el arma en la mano con fuerza empuñada,
osado a su encuentro despacio avanzó.

Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía,
nada teme y toda fía
de su espada y su valor.

Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y, hoy despreciándola, deja
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió.

Ni vio el fantasma entre sueños
del que mató en desafío,
ni turbó jamás su brío
recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores,
siempre en báquicas orgías,
mezcla en palabras impías
un chiste y una maldición.

En Salamanca famoso
por su vida y buen talante,
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza,
su hermosura varonil.

Que en su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar:
Que hasta en sus crímenes mismos,
en su impiedad y altiveza,
pone un sello de grandeza
don Félix de Montemar. ... (ver texto completo)
Fragmento DEL ESTUDIANTE DE SALAMANCA (Primera parte (

Era más de media noche,

antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso ... (ver texto completo)
¿Por qué de amor la barca voladora
con ágil mano detener no quieres,
y esquivo menosprecias los placeres
de Venus, la impasible vencedora?

A no volver los años juveniles
huyen como saetas disparadas
por mano de invisible Sagitario;
triste vejez, como ladrón nocturno,
sorpréndenos sin guarda ni defensa,
y con la extremidad de su arma inmensa,
la copa del placer vuelca Saturno.

¡Aprovecha el minuto y el instante!
Hoy te ofrece rendida la hermosura
de sus hechizos el gentil tesoro,
y llamándote ufana en la espesura,
suelta Pomona sus cabellos de oro.

En la popa del barco empavesado
que navega veloz rumbo a Citeres,
de los amigos del clamor te nombra
mientras, tendidas en la egipcia alfombra,
sus crótalos agitan las mujeres.

Deja, por fin, la solitaria playa,
y coronado de fragantes flores
descansa en la barquilla de las diosas.
¿Qué importa lo fugaz de los amores?
¡También expiran jóvenes las rosas! ... (ver texto completo)
EL AMIGO

No envidiéis mi alegría, mi salud ni mi canto;
no envidiéis lo que sueño, ni envidiéis lo que digo.
pues todo eso no vale ni una gota de llanto.
Pero envidiadme toda la amistad de este amigo...

Ah, sí, envidiad la gloria de esta firme confianza,
cuyo sentir profundo ni en mal ni en bien se altera,
porque yo siento mío lo que tu mano alcanza ... (ver texto completo)
LA BALADA INÉDITA

Sentado en una piedra del camino,
y como presa de pesar tremendo,
una tarde cantaba un peregrino
una canción que me quedó doliendo.

Una canción que el alma me penetra
como un escalofrío, una balada
rebosante de hiel: triste es su letra, ... (ver texto completo)
NO CORTÉ MÁS QUE UNA ROSA

(La del manojo de rosas)
de Pablo Sorozábal)

No corté más que una rosa
En el jardín del amor
Con lo bonita que era
Que pronto se desojó
El querer con soñaba
Que desengaño sufrió
Rosal que yo cuidaba
Que pronto se marchitó

Gavilán, con tu plumaje de palomo
Traidor que rondabas
Y ansioso buscabas el nido de mi querer
Gavilán, vete a volar por otro cielo
Y deja mi nido, que te he conocido
Levanta tu vuelo, que no te quiero ver

No es el que tú no me quieras
Las ansias de mi amargura
Y es que sin saber, quien eras
Cometí la locura, de quererte de veras
Abrí mi pecho a un cariño
Cariño de mi ilusión
Y no tengo más que pena
Y dolor y coraje
Dentro del corazón,
Y no tengo más, que pena
Y dolor y amargura
Dentro del corazón.
Con lo bonita que era
Que pronto se marchito. ... (ver texto completo)
EL CABALLERO QUE LLEGÓ TARDE AL COMBATE

Un poderoso ejército moro procedente de Gormaz, había acampado en el Vado de Cascajares. Allí fue a entablar combate con ellos Fernán González, acompañado de sus valerosas huestes formadas por los principales caballeros castellanos, entre los que se contraba Fernán Antolínez.

Fernán, caballero muy creyente, acostumbraba a ir a la iglesia al alba y permanecer orando sin salir hasta que hubiesen terminado todas las misas que se estuviesen diciendo.

Cerca ... (ver texto completo)
LEYENDA DE MARÍA LA BRAVA

En el S. XV Salamanca estaba dividida en dos bandos que continuamente tenían cruentos enfrentamientos: el de San Benito, compuesto por las familias: Acebedo, Pereira, Anaya, Figueroa, Ribas, Fonseca, Sotomayor, Godínez, Maldonado, Hontiveros Manzano, Paz y Nieto y el de Santo Tomé, integrado por estas otras familias: Puertocarrero, Monroy, Valdés, Enríquez, Ovalle, Araujo, Varillas, Flores, Montesinos, Valdes, Miranda, Tejeda, Villafuerte y Almaraz.
Los enfrentamientos ... (ver texto completo)
LEYENDA DE LA MARQUESA DE ALMARZA

Esta historia tiene lugar en 1768 cuando la marquesa de Almarza (María Manuela de Moctezuma), es encontrada muerta. En vida, había sido una persona muy caritativa y piadosa con los más necesitados lo que había logrado que fuera mucha la gente que la quisiera y respetara. Cuando la noticia comienza a extenderse por las calles de la ciudad hace que la gente se congregue a las puertas de su palacio. Ante la gran afluencia de salmantinos que imposibilitaba el traslado ... (ver texto completo)
A las afueras del pueblo medieval de Aínsa se eleva un templete en
recuerdo de la batalla que ganaron los
cristianos a los musulmanes, una batalla en la
que la leyenda dice que se les apareció una
cruz en llamas sobre una carrasca, lo cual fue
todo un revulsivo para las mermadas fuerzas
de los sobrarbenses.
En la actualidad se sigue celebrando en Aínsa
la fiesta de La Morisma en la que se rememora el triunfo de los
ejércitos cristianos sobre los musulmanes a las puertas de la villa ... (ver texto completo)
A S. M. el Rey

Señor: No soy un juglar;
soy un sincero cantor
del castellano solar.
Canto el alma popular;
no tengo nombre, señor.

Por eso, porque un oscuro,
porque un sincero es quien canta
y no un cortesano impuro,
oiréis el de mi garganta
canto llano, pobre y duro.

Más placerá a vuestro oído
el débil trinar sentido
del pájaro del erial
que el resonante graznido
del hueco pavo real.

Señor: si en ese sagrado
solar de español sentir
han ante vos ocultado
con luz de vivir dorado
sombras de negro vivir,

mintió la vieja embustera
que llaman cortesanía...
¡Mejor a su rey sirviera
si, en bien de la Patria mía,
verdad a su rey dijera!

No sé con reyes hablar;
mas, bien podréis perdonar
que yo platique con vos
tal como en son de rezar
platico de esto con Dios.

Estáme la fe enseñando
y estáme el amor diciendo
que todo se toma blando
a nuestro Dios invocando
y a nuestro rey requiriendo.

Que Dios corona a los reyes
para que a mundos mejores
lleven innúmeras greyes,
mejor que atadas con leyes,
sueltas en cursos de amores.

Señor: en tierras hermanas
de estas tierras castellanas,
no viven vida de humanos
nuestros míseros hermanos
de las montañas jurdanas.

Señor: no oigáis las canciones
de las doradas sirenas,
que solo cantan ficciones...
¡Los más grandes corazones
son los que arrostran más penas!

Dolor de cuantos los vieren,
mentís de los que mintieren,
aquí los parias están...
De hambre del alma se mueren,
se mueren de hambre de pan.

Hasta este monte eminente
donde rimo mis cantares
sube famélica gente
que mis modestos manjares
devora violentamente...

Tanta pena he contemplado
que unas veces he llorado
con llanto de compasión,
y otras mi voz han velado
gemidos de indignación.

Porque infama la negrura
de la siniestra figura
de hombres que hundidos están
en un sopor de incultura
con fiebre de hambre de pan.

Limosna de un rey cristiano
es manantial soberano
de grande consolación...
Más nunca llega la mano
donde llega el corazón.

La Patria es madre amorosa
que hace milagros de amores...
¡Tienda una mano piadosa
que disipe los horrores
de esta visión afrentosa!

Señor: no soy un juglar.
Yo nunca rimo un cantar
si no me lo pide amor.
La Patria me hizo vibrar...
¡Patria sois también, señor!

José María Gabriel y Galán ... (ver texto completo)
El pozo del Diablo
El conocido popularmente como “pozo del
Diablo” en el pueblo de Layana, lo
construyó, según cuenta la tradición, el
mismo Satanás a petición de una moza del
pueblo, la cual al habitar lejos de las
riberas del río estaba cansada de bajar
todos los días a recoger agua hasta el
cauce.
Por ello convocó al demonio y le ofreció su alma a cambio de un
pozo, siempre y cuando se lo construyera antes del amanecer, y
antes de que cantara el gallo.
Satán con el objetivo de captar el alma de la joven comenzó
afanoso la construcción del pozo esa misma noche, creyendo que,
sin duda, lo iba a acabar antes del alba.
Pero la moza como vio que conseguiría terminarlo antes del plazo,
por lo que ella acabaría condenada en el infierno, decidió engañar
al diablo y acercó un candil al gallo para que cantara.
De este modo logró su pozo, al mismo tiempo que se esfumó el
demonio.
© Prame ... (ver texto completo)
Má d'ella
En el escudo de la localidad de Maella
aparece una mano femenina que alude a una
leyenda local originada en el siglo XV.
Según esta tradición, en el castillo de la
localidad vivía el conde y señor de Maella,
que abusaba de su poder.
La población se levantó, harta de los abusos del señor feudal;
fracasando la revuelta y siendo detenido entre otros el cabecilla del
levantamiento a quien encerró y ordenó ajusticiar.
Ante esta situación, la novia del joven preso decidió acudir ante el
conde para suplicarle la liberación de su amado. El señor quedó
prendado de la hermosura de la joven y para aprovecharse de
semejante oportunidad le dijo que lo liberaría siempre y cuando
ella le entregase su mano.
La joven sin dudarlo un instante aceptó el trato, así que volvió a su
casa y con una decisión admirable se cortó la mano para después
enviársela al conde en una bandeja de plata.
El conde al verla exclamó: ¡la mano de ella! y, sobrecogido ante tal
acto de amor, decidió cumplir su palabra y liberar al joven mozo.
Ésta es la leyenda de la Má d’ella que, en el dialecto catalanoaragonés
que se habla en la zona, significa "mano de ella".
© Prames ... (ver texto completo)
LA PUERTA CERRADA

¿Adiós, mujé! Si, ya veo
la suerte como te sopla.
Yo, iguá que siempre
. Mis cañas, mi tabaquillo y mis copas.

¿Dinero? Lo ganaría
Lo malo es que tengo un sosio
que es mi corasón
y er pobre no chanela de negocios.

¿Tristesa? ¡Qué disparate!
Yo estoy viviendo en mis glorias.
¡Poquito que me entretienen
los gorpes de mi memoria!

Siglos de sien años pasen
y no me podré orvidá
der cómo y por qué rasones
está esa puerta serrá
.
Y otra cosa más lejana
que tampoco se me orvía
. La noche que en esa puerta
dijiste que me querías.

Estaba er saguán fresquito
y er farolón apagao
...
- ¡Sí, te quiero! ¡Pero, vete!
¡Mi pare ya sha acostao!

Y me fui, pisando lunas
por donde nadie me viera
¡Fue la noche que yo puse
por las esquinas banderas!

En esos mismos umbrales
me entregaste tu retrato
con una firma disiendo

“Si no me quieres, me mato”

Y en esa puerta, otra noche,
quisiste que te cantara
y en las candelas der cante
se te iluminó la cara.

“Serrana, ¿Cómo consientes
mi continuo padesé?
¡Tené la fuente en los labios
y yo morirme de sé!

Nunca se ha visto en er mundo
muchacha más recogía;
como no fuera a la iglesia
de esa puerta no salía.

Parese que te estoy viendo
Sentaíta en er saguán
...
-Me gustaría casarme
la víspera de San Juan.

¡Ay, la pena de los pobres
que se quieren como locos
y er dinero pa casarse
lo juntan poquito a poco!

Nunca se ha visto un esclavo
de una esperansa más sierta...
¡Siete años de ilusiones
los enterré en esta puerta!
-
¿Cuánto tenemos?
Mil duros.
-Seguiremos esperando
. Y el silencio de tu boca
me preguntaba: “ ¿Hasta cuándo?

”Y un día, en coche de plata,
llegó aquí la tentasión
y me quedé en esa puerta
solito con tu traisión
.
Y, ahora, la casa es mía
. ¿Sabes como la compré?
Vendí el alma a unos gitanos
de la feria de Jeré

. La puerta de mis amores
está clavá y remachá,
pa que nadie en sus umbrales
se vuerva a juramentá
.
Yo vengo de cuando en cuando
Pa echarle una miraílla,
la veo serrá... y me alejo
cantando por seguiriyas:

Puertesita no tengo
adonde llamá,
que hasta la puerta
der cariño tuyo
la encuentro serrá

Antonio Qintero y Rafael de León ... (ver texto completo)
LA BARONÍA DE ESCRICHE

Este pequeño pueblo de la provincia de Teruel
fue, en su día, sede del barón de Escriche quien
ganó su rango gracias a vencer a una legendaria
fiera, que atemorizaba a los habitantes de todo este
territorio, y que había vencido a los más atrevidos
caballeros.
Para derrotar a esta horrible bestia, se bastó de un sencillo espejo y
una espada. ... (ver texto completo)
La Torre de Doña Blanca
Albarracín es una localidad preciosa y con
una factura medieval, que fácilmente
sumerge al visitante en un mundo de
leyenda, una sensación que se acrecienta aún
más si cabe cuando llega el atardecer.
Por eso no es extraño que sea un escenario
ideal para imaginar hechos extraordinarios,
como es el caso de la leyenda de la Torre de Doña Blanca.
Se cuenta que la infanta Doña Blanca emprendió la huida de
Aragón, temerosa de los celos y los miedos que le tenía su cuñada,
la reina.
De esta forma llegó hasta Albarracín donde la familia Azagra,
dueña y señora de la población, la acogió con aparente
hospitalidad.
Sin embargo, nadie volvió a ver con vida a la infanta, y se dice que
fue encerrada en una torre de las murallas, la que aún hoy
conserva su nombre, donde murió de tristeza.
Existe la creencia de que su apenada alma todavía habita en la
torre, de la que sale en las noches de luna llena para bajar a
bañarse en las aguas del río Guadalaviar.
© Prames ... (ver texto completo)
(CONTINUACIÓN)

DOÑA LAURA. ¡Pobre Laura!

DON GONZALO. ¡Pobre Gonzalo!

DOÑA LAURA. (¡Yo no le digo que a los dos años me casé con un fabricante de cervezas!)

DON GONZALO. (¡Yo no le digo que a los tres meses me largué a París con una bailarina!)

DOÑA LAURA. Pero ¿ha visto usted cómo nos ha unido la casualidad, y cómo una aventura añeja ha hecho que hablemos lo mismo que si fuéramos amigos antiguos?

DON GONZALO. Y eso que empezamos riñendo.

DOÑA LAURA. Porque usted me espantó los gorriones.

DON GONZALO. Venía muy mal templado.

DOÑA LAURA. Ya, ya lo vi. ¿Va usted a volver mañana?

DON GONZALO. Si hace sol, desde luego. Y no sólo no espantaré los gorriones, sino que también les traeré miguitas...

DOÑA LAURA. Muchas gracias, señor... Son buena gente; se lo merecen todo. Por cierto que no sé dónde anda mi chica... _Se levanta._ ¿Qué hora será ya?

DON GONZALO. _Levantándose._ Cerca de las doce. También ese bribón de Juanito... _Va hacia la derecha._

DOÑA LAURA. _Desde la izquierda del foro, mirando hacia dentro._ Allí la diviso con su guarda... _Hace señas con la mano para que se acerque._

DON GONZALO. _Contemplando, mientras, a la señora._ (No... no me descubro... Estoy hecho un mamarracho tan grande... Que recuerde siempre al mozo que pasaba al galope y le echaba las flores a la ventana de las campanillas azules...)

DOÑA LAURA. ¡Qué trabajo le ha costado despedirse! Ya viene.

DON GONZALO. Juanito, en cambio... ¿Dónde estará Juanito? Se habrá engolfado con alguna niñera. _Mirando hacia la derecha primero, y haciendo señas como doña Laura después._ Diablo de muchacho...

DOÑA LAURA. _Contemplando al viejo._ (No... no me descubro... Estoy hecha una estantigua... Vale más que recuerde siempre a la niña de los ojos negros, que le arrojaba las flores cuando él pasaba por la veredilla de los rosales...)

JUANITO _sale por la derecha y_ PETRA _por la izquierda. Petra trae un manojo de violetas._

DOÑA LAURA. Vamos, mujer; creí que no llegabas nunca.

DON GONZALO. Pero, Juanito, ¡por Dios! que son las tantas...

PETRA. Estas violetas me ha dado mi novio para usted.

DOÑA LAURA. Mira qué fino... Las agradezco mucho... _Al cogerlas se le caen dos o tres al suelo._ Son muy hermosas...

DON GONZALO. _Despidiéndose._ Pues, señora mía, yo he tenido un honor muy grande... un placer inmenso...

DOÑA LAURA. _Lo mismo._ Y yo una verdadera satisfacción...

DON GONZALO. ¿Hasta mañana?

DOÑA LAURA. Hasta mañana.

DON GONZALO. Si hace sol...

DOÑA LAURA. Si hace sol... ¿Irá usted a su banco?

DON GONZALO. No, señora; que vendré a éste.

DOÑA LAURA. Este banco es muy de usted.

_Se ríen._

DON GONZALO. Y repito que traeré miga para los gorriones...

_Vuelven a reírse._

DOÑA LAURA. Hasta mañana.

DON GONZALO. Hasta mañana.

_Doña Laura se encamina con Petra hacia la derecha. Don Gonzalo, antes de irse con Juanito hacia la izquierda, tembloroso y con gran esfuerzo se agacha a coger las violetas caídas. Doña Laura vuelve naturalmente el rostro y lo ve._

JUANITO. ¿Qué hace usted, señor?

DON GONZALO. Espera, hombre, espera...

DOÑA LAURA. (No me cabe duda: es él...)

DON GONZALO. (Estoy en lo firme: es ella...)

_Después de hacerse un nuevo saludo de despedida._

DOÑA LAURA. (¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)

DON GONZALO. (¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)

_Se van, apoyado cada uno en el brazo de su servidor y volviendo la cara sonrientes, como si él pasara por la veredilla de los rosales y ella estuviera en la ventana de las campanillas azules._ ... (ver texto completo)
(CONTINUACIÓN)

DOÑA LAURA. (¡Si supieras que la tienes al lado, ya verías lo que los sueños valen!) Yo la quise de veras, muy de veras. Fué muy desgraciada. Tuvo unos amores muy tristes.

DON GONZALO. Muy tristes.

_Se miran de nuevo._

DOÑA LAURA. ¿Usted lo sabe?

DON GONZALO. Sí.

DOÑA LAURA. (¡Qué cosas hace Dios! Este hombre es aquél.)

DON GONZALO. Precisamente el enamorado galán, si es que nos referimos los dos al mismo caso...

DOÑA LAURA. ¿Al del duelo?

DON GONZALO. Justo: al del duelo. El enamorado galán era... era un pariente mío, un muchacho de toda mi predilección.

DOÑA LAURA. Ya, vamos, ya. Un pariente... A mí me contó ella en una de sus últimas cartas, la historia de aquellos amores, verdaderamente románticos.

DON GONZALO. Platónicos. No se hablaron nunca.

DOÑA LAURA. Él, su pariente de usted, pasaba todas las mañanas a caballo por la veredilla de los rosales, y arrojaba a la ventana un ramo de flores, que ella cogía.

DON GONZALO. Y luego, a la tarde, volvía a pasar el gallardo jinete, y recogía un ramo de flores que ella le echaba. ¿No es esto?

DOÑA LAURA. Eso es. A ella querían casarla con un comerciante... un cualquiera, sin más títulos que el de enamorado.

DON GONZALO. Y una noche que mi pariente rondaba la finca para oírla cantar, se presentó de improviso aquel hombre.

DOÑA LAURA. Y le provocó.

DON GONZALO. Y se enzarzaron.

DOÑA LAURA. Y hubo desafío.

DON GONZALO. Al amanecer: en la playa. Y allí se quedó malamente herido el provocador. Mi pariente tuvo que esconderse primero, y luego que huir.

DOÑA LAURA. Conoce usted al dedillo la historia.

DON GONZALO. Y usted también.

DOÑA LAURA. Ya le he dicho a usted que ella me la contó.

DON GONZALO. Y mi pariente a mí... (Esta mujer es Laura... ¡Qué cosas hace Dios!)

DOÑA LAURA. (No sospecha quién soy: ¿para qué decírselo? Que conserve aquella ilusión...)

DON GONZALO. (No presume que habla con el galán... ¿Qué ha de presumirlo?... Callaré.)

_Pausa._

DOÑA LAURA. ¿Y fue usted, acaso, quien le aconsejó a su pariente que no volviera a pensar en Laura? (¡Anda con ésa!)

DON GONZALO. ¿Yo? ¡Pero si mi pariente no la olvidó un segundo!

DOÑA LAURA. Pues ¿cómo se explica su conducta?

DON GONZALO. ¿Usted sabe?... Mire usted, señora: el muchacho se refugió primero en mi casa--temeroso de las consecuencias del duelo con aquel hombre, muy querido allá;--luego se trasladó a Sevilla; después vino a Madrid... Le escribió a Laura ¡qué sé yo el número de cartas!--algunas en verso, me consta...--Pero sin duda las debieron de interceptar los padres de ella, porque Laura no contestó... Gonzalo, entonces, desesperado, desengañado, se incorporó al ejército de África, y allí, en una trinchera, encontró la muerte, abrazado a la bandera española y repitiendo el nombre de su amor: Laura... Laura... Laura...

DOÑA LAURA. (¡Qué embustero!)

DON GONZALO. (No me he podido matar de un modo más gallardo.)

DOÑA LAURA. ¿Sentiría usted a par del alma esa desgracia?

DON GONZALO. Igual que si se tratase de mi persona. En cambio, la ingrata, quién sabe si estaría a los dos meses cazando mariposas en su jardín, indiferente a todo...

DOÑA LAURA. Ah, no, señor; no, señor...

DON GONZALO. Pues es condición de mujeres...

DOÑA LAURA. Pues aunque sea condición de mujeres, la _Niña de Plata_ no era así. Mi amiga esperó noticias un día, y otro, y otro... y un mes, y un año... y la carta no llegaba nunca. Una tarde, a la puesta del sol, con el primer lucero de la noche, se la vió salir resuelta camino de la playa... de aquella playa donde el predilecto de su corazón se jugó la vida. Escribió su nombre en la arena--el nombre de él,--y se sentó luego en una roca, fija la mirada en el horizonte... Las olas murmuraban su monólogo eterno... e iban poco a poco cubriendo la roca en que estaba la niña... ¿Quiere usted saber más?... Acabó de subir la marea... y la arrastró consigo...

DON GONZALO. ¡Jesús!

DOÑA LAURA. Cuentan los pescadores de la playa, que en mucho tiempo no pudieron borrar las olas aquel nombre escrito en la arena. (¡A mí no me ganas tú a finales poéticos!)

DON GONZALO. (¡Miente más que yo!)

_Pausa._ ... (ver texto completo)
(Continuación)

DON GONZALO. _Sacudiéndose las botas con el pañuelo._ Si regaran un poco más, tampoco perderíamos nada.

DOÑA LAURA. Ocurrencia es: limpiarse las botas con el pañuelo de la nariz.

DON GONZALO. ¿Eh?

DOÑA LAURA. ¿Se sonará usted con un cepillo?

DON GONZALO. ¿Eh? Pero, señora, ¿con qué derecho...?

DOÑA LAURA. Con el de vecindad.

DON GONZALO. _Cortando por lo sano._ Mira, Juanito, dame el libro; que no tengo ganas de oír más tonteras.

DOÑA LAURA. Es usted muy amable.

DON GONZALO. Si no fuera usted tan entrometida...

DOÑA LAURA. Tengo el defecto de decir todo lo que pienso.

DON GONZALO. Y el de hablar más de lo que conviene. Dame el libro, Juanito.

JUANITO. Vaya, señor. _Saca del bolsillo un libro y se lo entrega. Paseando luego por el foro, se aleja hacia la derecha y desaparece._

_Don Gonzalo, mirando a doña Laura siempre con rabia, se pone unas gafas prehistóricas, saca una gran lente, y con el auxilio de toda esa cristalería se dispone a leer._

DOÑA LAURA. Creí que iba usted a sacar ahora un telescopio.

DON GONZALO. ¡Oiga usted!

DOÑA LAURA. Debe usted de tener muy buena vista.

DON GONZALO. Como cuatro veces mejor que usted.

DOÑA LAURA. Ya, ya se conoce.

DON GONZALO. Algunas liebres y algunas perdices lo pudieran atestiguar.

DOÑA LAURA. ¿Es usted cazador?

DON GONZALO. Lo he sido... Y aún... aún...

DOÑA LAURA. ¿Ah, sí?

DON GONZALO. Sí, señora. Todos los domingos, ¿sabe usted? cojo mi escopeta y mi perro, ¿sabe usted? y me voy a una finca de mi propiedad, cerca de Aravaca... A matar el tiempo, ¿sabe usted?

DOÑA LAURA. Sí; como no mate usted el tiempo... ¡lo que es otra cosa!

DON GONZALO. ¿Conque no? Ya le enseñaría yo a usted una cabeza de jabalí que tengo en mi despacho.

DOÑA LAURA. ¡Toma! y yo a usted una piel de tigre que tengo en mi sala. ¡Vaya un argumento!

DON GONZALO. Bien está, señora. Déjeme usted leer. No estoy por darle a usted más palique.

DOÑA LAURA. Pues con callar, hace usted su gusto.

DON GONZALO. Antes voy a tomar un polvito. _Saca una caja de rapé._ De esto sí le doy. ¿Quiere usted?

DOÑA LAURA. Según. ¿Es fino?

DON GONZALO. No lo hay mejor. Le agradará.

DOÑA LAURA. A mí me descarga mucho la cabeza.

DON GONZALO. Y a mí.

DOÑA LAURA. ¿Usted estornuda?

DON GONZALO. Sí, señora: tres veces.

DOÑA LAURA. Hombre, y yo otras tres: ¡qué casualidad!

_Después de tomar cada uno su polvito, aguardan los estornudos haciendo visajes, y estornudan alternativamente._

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Jesús!

DON GONZALO. Gracias. Buen provechito.

DOÑA LAURA. Igualmente. (Nos ha reconciliado el rapé.)

DON GONZALO. Ahora me va usted a dispensar que lea en voz alta.

DOÑA LAURA. Lea usted como guste: no me incomoda.

DON GONZALO. _Leyendo._

Todo en amor es triste;
mas, triste y todo, es lo mejor que existe.

De Campoamor; es de Campoamor.

DOÑA LAURA. ¡Ah!

DON GONZALO. _Leyendo._

Las niñas de las madres que amé tanto,
me besan ya como se besa a un santo.

Éstas son humoradas.

DOÑA LAURA. Humoradas, sí.

DON GONZALO. Prefiero las doloras.

DOÑA LAURA. Y yo.

DON GONZALO. También hay algunas en este tomo. _Busca las doloras y lee._ Escuche usted ésta:

Pasan veinte años: vuelve él...

DOÑA LAURA. No sé qué me da verlo a usted leer con tantos cristales...

DON GONZALO. ¿Pero es que usted, por ventura, lee sin gafas?

DOÑA LAURA. ¡Claro!

DON GONZALO. ¿A su edad?... Me permito dudarlo.

DOÑA LAURA. Déme usted el libro. _Lo toma de mano de don Gonzalo, y lee:_

Pasan veinte años: vuelve él,
y al verse, exclaman él y ella:
(-- ¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)
(-- ¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)

_Le devuelve el libro._

DON GONZALO. En efecto: tiene usted una vista envidiable.

DOÑA LAURA. (¡Como que me sé los versos de memoria!)

DON GONZALO. Yo soy muy aficionado a los buenos versos... Mucho. Y hasta los compuse en mi mocedad.

DOÑA LAURA. ¿Buenos?

DON GONZALO. De todo había. Fuí amigo de Espronceda, de Zorrilla, de Bécquer... A Zorrilla lo conocí en América.

DOÑA LAURA. ¿Ha estado usted en América?

DON GONZALO. Varias veces. La primera vez fui de seis años.

DOÑA LAURA. ¿Lo llevaría a usted Colón en una carabela?

DON GONZALO. _Riéndose._ No tanto, no tanto... Viejo soy, pero no conocí a los Reyes Católicos...

DOÑA LAURA. Je, je...

DON GONZALO. También fui gran amigo de éste: de Campoamor. En Valencia nos conocimos... Yo soy valenciano.

DOÑA LAURA. ¿Sí?

DON GONZALO. Allí me crié; allí pasé mi primera juventud... ¿Conoce usted aquello?

DOÑA LAURA. Sí, señor. Cercana a Valencia, a dos o tres leguas de camino, había una finca que si aún existe se acordará de mí. Pasé en ella algunas temporadas. De esto hace muchos años; muchos. Estaba próxima al mar, oculta entre naranjos y limoneros... Le decían... ¿cómo le decían?... _Maricela._

DON GONZALO. _ ¿Maricela?_

DOÑA LAURA. _Maricela._ ¿Le suena a usted el nombre?

DON GONZALO. ¡Ya lo creo! Como que si yo no estoy trascordado--con los años se va la cabeza,--allí vivió la mujer más preciosa que nunca he visto. ¡Y ya he visto algunas en mi vida!... Deje usted, deje usted... Su nombre era Laura. El apellido no lo recuerdo... _Haciendo memoria._ Laura. Laura... ¡Laura Llorente!

DOÑA LAURA. Laura Llorente...

DON GONZALO. ¿Qué?

_Se miran con atracción misteriosa._

DOÑA LAURA. Nada... Me está usted recordando a mi mejor amiga.

DON GONZALO. ¡Es casualidad!

DOÑA LAURA. Sí que es peregrina casualidad. La _Niña de Plata_.

DON GONZALO. La _Niña de Plata_... Así le decían los huertanos y los pescadores. ¿Querrá usted creer que la veo ahora mismo, como si la tuviera presente, en aquella ventana de las campanillas azules?... ¿Se acuerda usted de aquella ventana?...

DOÑA LAURA. Me acuerdo. Era la de su cuarto. Me acuerdo.

DON GONZALO. En ella se pasaba horas enteras... En mis tiempos, digo.

DOÑA LAURA. _Suspirando._ Y en los míos también.

DON GONZALO. Era ideal, ideal... Blanca como la nieve... Los cabellos muy negros... Los ojos muy negros y muy dulces... De su frente parecía que brotaba luz... Su cuerpo era fino, esbelto, de curvas muy suaves...

¡Qué formas de belleza soberana
modela Dios en la escultura humana!

Era un sueño, era un sueño... ... (ver texto completo)
Qué recuerdos, parece que estoy viendto a la obra en la puerta de Martirio, Julian, creo que hacia el papel, Francisco Valladares.
Hola MUNDO. Venga anímate, que en cuanto puedas vamos a revolucionar el patio, con teatros, sainetes, y lo que haga falta. Te va a parecer que estás en tú Andalucía.
Yo no recuerdo haber visto esta obra, pero me la imagino como si la hubiera visto.
Todo lo de los hermanos Quintero me encanta, coplas, obras de teatro y todo lo que escribieron. Para mí, eran unos genios.
Espero que por hoy esté servido.

Continuaremos… (Si no le molesta)

Buenos días. Un saludo
MARTIRIO: ¿Qué? ¡Acaba hombre! Amagá y no dá es de... de...

JULIÁN: ¿De qué? ¡Acaba tú!

MARTIRIO: Acaba tú primero.

JULIÁN: Sí, voy a acabá, sí; voy a acabá por irme.

MARTIRIO: ¡Como que no deseas otra cosa desde que yegaste!
... (ver texto completo)
(Pausa. Él no sabe ya qué decirle. Enciende un cigarrillo).

MARTIRIO: ¡No podía fartá la chimenea!

JULIÁN: (Levantándose y tirando el pitillo con rabia). ¡Caray, que no hay manera de entenderte!

MARTIRIO: ¿Ves? ¡Ya está el asiento al aire!

JULIÁN: ¡Pos déjalo! ¡Así se ventila! Quéate con Dios, y tómate un cosimiento pa la sangre, prenda.

MARTIRIO: ¡Ah!, pero, ¿te vas?

JULIÁN: ¡Naturarmente! ¡Ni que te conosiera de dos días! Ya está visto que esta tarde hay que peleá porque sí. Y como está visto y yo no quiero peleá porque sí, me voy sin más espera.

MARTIRIO: Pretextos pa dejarme cuando te aguardan los amigos, no te fartan nunca.

JULIÁN: ¿Es desí, que yo me voy ahora por gusto, por capricho?

MARTIRIO: ¡A vé!

JULIÁN: ¡Ea! ¡Pos no me voy: me quedo! ¡Te brindaré este plato una vez más!

MARTIRIO: ¿Una vez más o una vez menos?

JULIÁN: Eso no lo entiendo, Martirio.

MARTIRIO: Ni yo tampoco. Pero en esta casa er regente de imprenta es mi padre: yo no tengo por qué medí las palabras. Digo siempre lo que se me viene a la boca. Si conviene, bien; y si no, lo dicho; la caye es más larga que ancha y está sembrá de cayejuelas. Don Rodrigo murió en la jorca. Y fuma, fuma si te lo pide er cuerpo.

JULIÁN: No. Te molesta el humo.

MARTIRIO: El humo, no: es lo único que no me molesta. Me molesta er pitiyo. El argodonsito de la boquiya ¡me da un asco!... ¡Uf! ¡Qué asco me da!

JULIÁN: ¡Pos fumo emboquiyaos porque te daban asco los otros!

MARTIRIO: ¡Pos ahora me dan asco los emboquiyaos!

JULIÁN: Sí, sí. (Después de otro silencio, se levanta y se acerca a ella para quemar el último cartucho. Advierte entonces que vuelve a dejar descubierto el roto asiento de la silla, y la tapa con el sombrero). ¿Se te pué preguntá una cosa?

MARTIRIO: Y siento; ¿soy yo un puercoespín?

JULIÁN: ¿Has resibío las pruebas de los retratos?

MARTIRIO: ¿De qué retratos?

JULIÁN: ¡De tos tuyos!

MARTIRIO: ¿De los míos? Pero ¿aquéya soy yo? ¡Qué való tienes! ¡Te lusiste, hombre! Aquéya será una muñeca; pero ¡lo que es yo!... Por toa la vesindá he paseao las pruebas, y la que más ha tomao er retrato por er de una parienta mía más negra que er betún. ¿Soy yo tan negra, hijo?

JULIÁN: ¡Desgrasias! Ya ves tú, yo estaba contento...

MARTIRIO: Amor propio de los artistas. Pero ni conmigo ni con mi familia das nunca en er clavo. Siempre te has de estreyá. Acuérdate de lo der tío Jasinto.

JULIÁN: ¿Qué es lo der tío Jasinto?

MARTIRIO: ¿No te acuerdas? Pos ¡chico bochorno pasó! Le hisiste tú er retrato pa er kilométrico, tomó er tren... y en la primera estasión lo echaron abajo. ¡Si se paresería!

JULIÁN: (Sonriendo). Ese es un cuento que anda por Seviya... y a ti se te ha antojao encajármelo ahora. Pero yo no soy aquer fotógrafo. En fin... la voluntá me sarve. Veremos otra vez.

MARTIRIO: ¡Como que voy yo a está vistiéndome ca cuatro días y subiendo y bajando a tu palomá hasta que tú des en la yema! Y cuidao que te lo previne: ¡yoviendo no sale bien ningún retrato! Pero te empeñaste. Y en er momento de quitarle er tapón a la máquina, diluviaba.

JULIÁN: Sí, sí. (Se hace aire con el sombrero).

MARTIRIO: ¿Tienes caló?

JULIÁN: ¿Es que no lo hase?

MARTIRIO: Yo no tengo ninguno.

JULIÁN: Pos yo sí.

MARTIRIO: Tú eres muy fogoso.

JULIÁN: ¿Muy fogoso? (Con violencia y coraje). ¡Si yo fuera muy fogoso, Martirio!... ... (ver texto completo)
CONTINUACIÓN...

MARTIRIO: Pero has tenío tiempo de hablá de veinte cosas antes que de mi madre; er perro, los sirbíos, mí cara, tu negosio, la hora, las purgas... ¡Lo úrtimo, mi madre! ¡Bien le pagas lo que te quiere! Pos te engañas en más de la mitá: mi madre, pa mí, es lo primero. Si lo quieres así, lo tomas, y si no, lo dejas. Esto no armite variante.

JULIÁN: To lo que sea pa ti lo primero lo es siempre pa mí.

MARTIRIO: ¿Mi madre va a sé pa ti primero que tu madre? ¡Eso se lo cuentas a tu abuela!

JULIÁN: Bueno, cuando no se quiere comprendé...

MARTIRIO: ¡Si yo soy un soquete!

(Pausa).

JULIÁN: ¿No me has sacao siya?

MARTIRIO: ¡Como no pensaba que ibas a vení tan temprano!... ¡Has venío tan temprano!...

JULIÁN: Claro; sí. Iré yo por una, en castigo.

(Va a entrar en la casa y la impertinencia de Martirio lo detiene).

MARTIRIO: Mi padre, bueno; grasias.

JULIÁN: Con tu padre he estao yo hablando hase sinco minutos, y sé que está bueno. Salía de la imprenta y lo he acompañao hasta er café.

MARTIRIO: Pero ¡yo no soy adivinadora!

JULIÁN: Es verdá. ¡Ni yo adivinadó tampoco! ¡Y bien que lo siento; porque me gustaría adiviná qué caracoles te susede esta tarde!

MARTIRIO: Mira, mira, fotógrafo: gritos y palabrotas, no; que la caye es muy ancha y pues irte por donde más coraje te dé. (Julián hace un gesto, y luego se vuelve de nuevo hacia la casa para entrar en ella). ¡Ahí está! Ensima, vuérveme la esparda.

JULIÁN; ¡Si voy por la siya! ¿He de entrá en tu casa andando pa atrás, como pasean las monjas?

(Se mete dentro tal como dice).

MARTIRIO: Ya verás, ya verás. Todavía no he empesao. Y er día que me coge con ganas de reñi, ér mismo me ayuda. Na más de verlo tan campante, se me aumentan. Paesco una gata frente a un perro. Ya verás, ya verás. (A él, que trae una silla). ¡Hombre, qué bonito! ¿No se te ha ocurrío cogé la siya más que de la sala?

JULIÁN: La que he encontrao más serca, Martirio.

MARTIRIO: Y, ¿no se te figura mucho lujo pa la puerta e la caye?

JULIÁN; ¿Cuár traigo entonses? ¡Dímelo tú!

MARTIRIO: ¡Cuarquiera menos ésa!

JULIÁN: ¡Bueno! (Éntrase en la casa otra vez).

MARTIRIO: Ya verás, ya verás. ¿De dónde sacará mi madre que pa reñí hasen farta motivos? ¡Chocheses! Y, sobre to, que si yo no riño esta tarde, no duermo esta noche. ¡Y prefiero que no duerma é!

(Vuelve Julián con otra silla vieja cuyo asiento está roto).

JULIÁN: ¿Habré asertao ahora? ¡No me dirás que ésta es de lujo!

MARTIRIO: ¡Mira qué ánge tienes también! ¡Míralo qué grasioso! ¡Ponme en vergüensa, hombre! ¡Que cuarquiera que pase y la vea prinsipie a yamá a voses ar siyero!

JULIÁN: No tengas cuidao, porque el asiento voy a taparlo yo ahora mismo. (Se sienta). Ya está. ¡Lo que es otra siya no saco! ... (ver texto completo)
Entremés "Ganas de reñir"

Un rincón en un calle de Sevilla. Puerta de la casa de Martirio. Es por la tarde, en primavera.

Martirio, bellísima mujer, hija de un popular regente de imprenta, sale a la puerta de su casa a esperar sentada a su novio, que es fotógrafo. Tiene los ojos negros y negro el cabello, y esta tarde, negras también las intenciones. Le ha amanecido el día con ganas de reñir.

MARTIRIO: ¡Jesús con mi madre! ¡Las cosas de las viejas, señó! Si una no riñera con su novio na ... (ver texto completo)
Buenos días. Tiene razón Liberal, tenemos un poco abandonado este espacio (Lo digo por mi parte) Pero por eso no se preocupe, porque a veces, más vale solo, que mal acompañado. Pero ¡Ea! Como a mí me gustan mucho las obras de los hermanos Álvarez Quintero, aquí le voy a poner algo de ellos que me encanta, debe ser que en otra vida tuve que ser andaluza.
Un saludo.
LA VIRGEN Y EL NIÑO JESÚS

Paquita no era fea ni tonta. Pasaba en el lugar por muy despejada y graciosa; pero, como era pobre, no hallaba hidalgo que con ella quisiera casarse, y como se jactaba de bien nacida no se allanaba a tomar por marido a ningún pelafustán o destripaterrones. Paquita, en suma, llegó a los treinta años todavía soltera.

Para un hombre, o para una mujer casada, la mejor edad es la de treinta años. Puede considerarse como el punto culminante de la vida. En nuestro sentir, ... (ver texto completo)
LA KARABA

Juan Valera

Había en la feria de Mairena un cobertizo formado con esteras viejas de esparto; la puerta tapada con no muy limpia cortina, y sobre la puerta un rótulo que decía con letras muy gordas:

LA KARABA
SE VE POR CUATRO CUARTOS

Atraídos por la curiosidad, y pensando que iban a ver un animal rarísimo, traído del centro del África o de regiones o climas más remotos, hombres, mujeres y niños acudían a la tienda, pagaban la entrada a un gitano y entraban a ver la Karaba. ... (ver texto completo)
Quien no te conozca que te compre

Juan Valera

—290→

No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y queremos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.

Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.
... (ver texto completo)
Continuación.

Estoy contenta de ti. Estoy satisfecha. Tu abuelito te ha dado muy buena crianza. Pero hablando con franqueza, bien es menester que tenga yo todo el valor que tengo para fiarme, como me he fiado, de un mozuelo como tú, y para venirme sola con él y sin amparo ninguno a un sitio como éste, cuya soledad aterra. Ya ves tú... Ahora serán las doce del día. La tranquilidad y el silencio de estas horas y en estos lugares son casi tan medrosos como la tranquilidad y el silencio de la media noche. No parece sino que tú y yo estamos solitos en el mundo, o por lo menos que no viven en él seres humanos y de bulto, prójimos nuestros, sino pajarillos que cantan y que no saben ni entienden lo que nosotros somos ni lo que hacemos. Declaro que si yo no estuviera tan segura de mí y de ti me arrepentiría de lo hecho como del más osado y peligroso disparate.

_Pues mire su mercé, señá Nicolasa, bien hace en no arrepentirse y mejor aún en no creer disparate lo hecho. Ya me recomendó el abuelo que me portase bien. Y no era menester que me lo recomendase. Yo soy quien soy, y conmigo va su mercé como bajo un fanal.
_Lo sé, lo veo, hijo mío _replicó la viuda_. Tú eres de los que no hay; algo de extraño y que no se estila. Y sin embargo... a pesar de tu excelente condición... ¿quién sabe?... ni aquí ni a mucha distancia de aquí hay criaturas de nuestra casta. Pero ¿podremos afirmar que en torno nuestro, sin que nosotros los veamos ni los sintamos, no haya duendes o diablillos traviesos que nos hablen al oído y nos infundan malos pensamientos?... Si he de confesarte la verdad, yo tengo miedo. Y no temo por ti ni por mí, si, naturalmente, seguimos siendo como somos. Temo por el misterio que nos rodea y en el cual tal vez se esconda no sé qué brujería o hechizo.

_Pues nada, señá Nicolasa, sosiéguese usted y no tema. Aquí no hay diablo ni duende que valga. Contra todos ellos, si los hay, me defenderé yo y defenderé a su mercé, y su mercé y yo seguiremos siendo los mismos que antes, sin trastorno ni encantamiento.

Hubo una larga y silenciosa pausa. Luego exclamó la viuda:
_Quiero suponer, hijo mío, que tú a despecho de tu buen natural, movido por un poder irresistible, te atrevieses ahora a perderme el respeto. ¡Qué apuro el mío! ¿Qué recurso me quedaba? Tú tienes mucha más fuerza que yo.
_ ¡Por los clavos de Cristo, señá Nicolasa! No se aflija su mercé ni me aflija suponiendo cosas indignas e imposibles.
_Y con tal de que no sean, ¿qué importa que yo las suponga? Supongámoslas, pues. ¿Qué haría yo entonces?
_Toma _contestó Blasillo_, gritar, que alguien acudiría.
_Pero muchacho, ¿quién había de oírme, si estoy algo ronca y tengo la voz muy débil?

Sobrevino otro largo rato de silencio. Luego dijo Blasillo:
_Aunque fuera su mercé muda, señá Nicolasa, y aunque viniese a tentarme una legión de demonios, en este desierto y a mi vera estaría su mercé tan libre de todo peligro y de toda ofensa como si se encontrase en medio de la plaza de nuestro lugar a la hora del mercado.

La señá Nicolasa se mordió los labios, hizo una ligera mueca, no se sabe si de satisfacción o de despecho, y calló durante largo rato, como sumida en profundas meditaciones.

_Quisiera dormir un poco, _dijo por último.
_Nada más fácil, _contestó Blasillo.
Y sin añadir palabra, trajo la manta y los almohadones de las jamugas, los extendió en el suelo, preparando cama para la viuda y la invitó por señas a que se tendiese y durmiese. Luego añadió:

_Yo me retiraré para que quede su mercé a sus anchas, no sienta ruido y duerma tranquila y a gusto.
_Oye, hijo mío, no te vayas muy lejos, que tendré miedo si me dejas sola.
_Pues está bien. No me iré muy lejos.
Acostóse la viuda, pero se cuenta que no se durmió, aunque cerró los ojos y pareció dormida, y durmiendo, tan bonita o más bonita que despierta.

Pasó más de una hora. Blasillo, desde el punto no muy distante a donde se había retirado, acudió de puntillas a ver si la viuda estaba aún durmiendo. La vio dormir, se detuvo inmóvil, mirando, mirando, reprimiendo el aliento, y se retiró para no despertarla. Siete u ocho veces repitió Blasillo la misma operación. No hacía más que ir y venir.

Cada vez llegaba más cerca de la mujer dormida. La última vez, queriendo sin duda verla mejor y más despacio, se hincó de rodillas y se aproximó tanto a ella que, si hubiese estado despierta, según sospechamos, aunque no nos atrevemos a asegurarlo, hubiera sentido la respiración de Blasillo sobre su rostro y agitando los negros rizos de sus sienes, y hasta hubiera recelado que la boca de Blasillo iba al cabo a salvar la distancia cortísima que de la boca de ella la separaba.

Pero no hubo nada de esto. Blasillo se retiró de nuevo. Y entonces, en el supuesto siempre de que la viuda pudiera estar despierta y fingir que dormía, la viuda hubiera podido oír un tenue y larguísimo suspiro.
Al fin la viuda se recobró del sueño, fingido o verdadero, volvió a montar en su mulo, aupada por el respetuoso Blasillo que la levantó en sus brazos, y en gran silencio y sin otra novedad que merezca referirse, llegó a Córdoba aquella misma noche.

La señá Nicolasa tuvo tan buena suerte y estuvo tan hábil, que en menos de cuatro días despachó cuanto en Córdoba tenía que hacer. Blasillo con sus mulos, la aguardó en una posada, según ella lo había exigido.
Y luego que ella lo dispuso, Blasillo la acompañó y la llevó desde Córdoba al lugar en la misma forma y manera en que hasta Córdoba había ido.
Hubo, no obstante, una notabilísima diferencia al volver.

La señá Nicolasa se mostró a la vuelta más entonada y seria que a la ida. Al merendar en el sotillo, a la margen del arroyo que promediaba el camino, habló poco. No recordó sus pasados recelos y temores, no los tuvo otra vez y no quiso dormir o fingir que dormía.

Por esto y porque los mulos, atraídos por la querencia, parecían tener alas y picaban prodigiosamente, el viaje de vuelta fue mucho más rápido que el de ida, y pronto se encontraron en el lugar los dos viajeros.

Cuando al otro día fue la señá Nicolasa a ver al tío Blas para ajustar cuentas con él y pagarle, se entabló entre ellos el siguiente diálogo:
_Estoy muy agradecida, tío Blas. Su nieto de usted es un santo. Se ha portado muy bien conmigo. Me ha cuidado mucho y no me ha perdido el respeto. Estoy muy agradecida.

Lejos de mostrarse el tío Blas satisfecho de lo que la viuda le decía, la miró fosco y enojado y le dijo:
_Pues yo, señá Nicolasa, no estoy agradecido ni mucho menos. Lo tratado fue que el niño no había de perderle a usted el respeto y no se le ha perdido; pero no fue lo tratado que usted había de hacerle perder el juicio. Y usted se lo ha hecho perder con mil retrecherías, de las que él no me ha hablado, pero de las que yo sospecho que usted se ha valido. El muchacho ha vuelto medio tonto. No come, ni duerme, ni habla, ni ríe. Está como si le hubieran dado cañazo. Si así paga usted que el chico no le perdiese el respeto, más le valiera habérsele perdido.

La desalmada viuda, en vez de afligirse al oír aquellas quejas y al saber la cruel transformación que se había realizado en Blasillo, no acertó a disimular su alegría y dijo al tío Blas:

_Tío Blas, yo me confieso culpada. He provocado a Blasillo. Prendada de él, he dicho y hecho diabluras procurando que me pierda el respeto. No me le ha perdido, pero en cambio yo he perdido el juicio por él, y ahora, aunque usted rabie y se enoje, me alegro de saber de boca de usted lo que yo sospechaba ya, que él también ha perdido el juicio por mí. Pero esto tiene fácil y pronto remedio. Si Blasillo me perdona los seis o siete años que tengo más que él, y si no forma mala opinión de mí por lo desenvuelta que anduve en el sotillo, y si entiende, como entienden todos en el lugar, que nadie me ha tocado el pelo de la ropa sino mi difunto marido, que buen poso haya, acudamos al cura para que nos cure y para que sin perderme el respeto, él y yo recobremos el juicio que ambos hemos perdido. Aquí está mi mano. ¿Querrá Blasillo tomarla?

_ ¡Pues no ha de querer, señá Nicolasa, pues no ha de querer!
Y el tío Blas, muy contento, se desgañitaba gritando:
_ ¡Blasillo!... ¡Blasillo!... ven acá, muchacho.
A las voces acudió Blasillo, que por dicha estaba en casa. El tío Blas le dijo:

_Mira hombre, aquí tienes a la señá Nicolasa. Hazme el favor y hazle el favor de ser ahora menos respetuoso con ella que durante el viaje y plantifícale media docena de besos en esa cara tan hermosa, donde ella está deseando que se los des. Si con esto le pierdes un poquito el respeto a la señá Nicolasa y cometes un pecado, ya el cura te absolverá, la absolverá a ella y os echará a ambos las bendiciones.

Blasillo no se hizo de rogar. Arremetió con la viuda, ya sin la menor timidez, le dio muchos más besos que los que el abuelo le recomendó que le diese, los recibió de ella en inmediato pago, y con el mismo brío y facilidad con que había levantado a la señá Nicolasa para subirla en el mulo, la levantó en el aire y la brincó y la chilló como preciada y queridísima prenda suya. La señá Nicolasa se reía de gusto, cerraba los ojos como si fuera a desmayarse y se alegraba de todo corazón de que Blasillo no le hubiese perdido el respeto, a fin de ser pronto toda de él con respeto y con todo.

Juan Valera. ... (ver texto completo)
POR NO PERDER EL RESPETO

La señora Nicolasa, viuda del herrador, recibió una carta en que le participaban la imprevista y repentina muerte de su tío, el más rico tabernero de Córdoba. Convenía ir allí sin tardanza a recoger la herencia, antes que los entrantes y salientes de la casa lo hiciesen todo trizas y capirotes.
Resuelta y activa, la viuda se puso el mantón y sin perder tiempo se fue a ver al tío Blas, el cosario, para que la llevase a la antigua capital de los califas.

_Oiga usté, ... (ver texto completo)
EL ESPEJO DE MATSUYAMA

Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.
Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y ... (ver texto completo)
FECUNDIDAD DE LA MEMORIA

El señor no estaba en casa, y el negrito que le servía, abrió la puerta a un forastero muy pomposo.
_ ¿Está en casa su amo de usted? _preguntó el forastero.
_Ha salido, _contestó el negrito.
_ ¡Cuánto lo siento! _exclamó el forastero._ No traigo tarjetas.
_ ¿Qué importa eso? No se apure: diga su nombre; el negrito tiene buena memoria y no le olvidará.
_Pues bien: diga usted a su amo que ha estado aquí a visitarle D. Juan José María Díez de Venegas, Caballero Veinticuatro de la ciudad de Jerez. ¿Se acordará usted?
_ ¿Y cómo no? _dijo el negrito.
En efecto; cuando volvió su amo el negrito le dijo:
_Zeñó, aquí han estado a visitar a su merced D. Juan, D. José, doña María, diecinueve negas, veinticuatro caballeros y la ciudad de Jerez.

Juan Valera ... (ver texto completo)
LAS GAFAS

Como se acercaba el día de San Isidro, multitud de gente rústica había acudido a Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.
Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por calles y plazas e invadían las tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.
Uno de estos rústicos entró por acaso en la tienda de un óptico en el punto de hallarse allí una señora anciana que quería comprar unas gafas.
Tenía ... (ver texto completo)
DE LO QUE LE SUCEDIÓ A UN RAPOSO QUE SE ECHÓ A LA CALLE Y SE HIZO EL MUERTO.

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:

_Patronio, un pariente mío vive en una tierra donde tiene tanto poder que puede alejar cuantas injurias se le hacen, y los que tienen poder en la tierra querrían encontrar algún pretexto para atacarle. Y este pariente mío dice que es muy doloroso sufrir estas vejaciones. Y porque yo quisiera que él eligiese el camino más acertado, os ruego ... (ver texto completo)
CONTINUACIÓN
»Al cabo de tres o cuatro días, llegaron otros hombres a pie con una carta para el deán en la que se le comunicaba la muerte de su tío el arzobispo y la reunión que estaban celebrando en la catedral para buscarle un sucesor, que todos creían que sería él con la ayuda de Dios; y por esta razón no debía ir a la iglesia, pues sería mejor que lo eligieran arzobispo mientras estaba fuera de la diócesis que no presente en la catedral.

»Y después de siete u ocho días, vinieron dos escuderos ... (ver texto completo)
LO QUE SUCEDIÓ A UN DEÁN DE SANTIAGO CON DON ILLÁN, EL MAGO DE TOLEDO

Otro día hablaba el Conde Lucanor con Patronio y le dijo lo siguiente:

_Patronio, un hombre vino a pedirme que le ayudara en un asunto en que me necesitaba, prometiéndome que él haría por mí cuanto me fuera más provechoso y de mayor honra. Yo le empecé a ayudar en todo lo que pude. Sin haber logrado aún lo que pretendía, pero pensando él que el asunto estaba ya solucionado, le pedí que me ayudara en una cosa que me convenía ... (ver texto completo)
Feliz día del libro
San Jorge nació hacia el año 275 o 280 (Siglo III d. C.) en Capadocia – perteneciente a la región de Anatolia (en Capadocia que anters era Armenia y ahora pertenece a Turquía) en tiempos del Imperio Romano; era hijo de una familia romana de nobles acomodados de religión cristiana.
Siendo un niño perderá a su padre, Geroncio y viajará con su madre Policromía (de origen griega) a Palestina, al pueblo de Lydda o Diospolis, donde su madre nació, y lugar donde se criaría.
En Palestina recibirá el tratamiento ... (ver texto completo)
Hoy es un día especial, se regala la rosa a las señoras /señoritas, y el libro a los caballeros.
Feliz día para todos. Y felicidades a todos los Jorge /Jordi.