Se corresponde a ese abrazo con otro entrañable, Madrid

Se corresponde a ese abrazo con otro entrañable.

Esto que dejo aquí, es un pasaje de aquella época, una vivencia por Madrid; por el Madrid de "mis pecados", como decía mi madre y no sé por qué. Quizás otro dicho popular, sin explicación fácil de comprender, ya que, que yo sepa, poco pecó mi madre por aquellos "andurriales" y tanto como a mí le gustaban.

POR LAS CALLES DEL MADRID DE LOS 50

La verdad es que las cosas no son iguales para todos, aunque las hayamos visto, vivido y disfrutado en la misma época y andado por los mismos sitios unos que otros. Dice el dicho popular que cada uno cuenta la feria según le va, o como dice esa otra máxima: “nada es verdad o mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”.

Cuando pasas por un sitio ves unas cosas y otras ni te apercibes de ellas aunque las tengas delante. Esto depende mucho de a lo que vayas por allí, a lo que te dediques, a la edad que tengas y, sobre todo, al estado de ánimo en que te encuentres. También suele ocurrir con el tamaño, o magnitud con que se aprecian y ven ciertos edificios y lugares, así como acontecimientos o hechos que, si para algunos son trascendentales, para otros pasan sin pena ni gloria. Al correr de los años, cuando oyes o lees sobre ellos, crees que están contando cuentos, o fábulas, cuando no crees que son bulos, pues estuviste allí en aquél mismo lugar y en aquél tiempo y no viste ni escuchaste nada.

Lo que pasaba en realidad es que no te apercibías de nada de aquello, sobre todo si no te atañía, no te importunaba en tu quehacer o vivir diario, y no influía para bien o para mal –al menos eso creías-, tanto para el presente como para tu futuro. No digamos para el de los demás, para toda la comunidad con la que convivías, ya que no estabas solo, aunque te lo pareciese al ir por libre en el discurrir de la vida, tu vida por aquellos años.

Como las habías pasado mal hasta entonces, te las arreglabas tú solo para transformarlo en bien y hacer confortable el habitáculo de tu barco y su tránsito por el piélago de aquellas grandes marejadas y tempestades, ya que veías que los demás no te lo iban a solucionar o arreglar, no te iban a echar ni cable ni salvavidas, pues había quien quería que no se te arreglase y por tanto naufragases, o te hundieses y te ahogases, convirtiendo tu “nave” en pecio. O al menos eso creías, precisamente por aquello de interpretarlo con la edad y la mentalidad que tenías entonces, debido a las circunstancias en que te tocaba subsistir.

Cuando dabas con alguien que se interesaba por ti, lo primero y preceptivo para tu bien y salvaguarda, era recelar, te ponías en guardia pues ya estabas más que escarmentado, y por lo mismo mosqueado, de tantos que parecía que venían de cara y al poco te daban la espalda, te ponían zancadillas y te empujaban para darte de bruces contra muro, pared o rastrero suelo, cuando no “la puñalada traidora”, pues había mucho “trepa” a tu alrededor.

Cuando salías a hacer algún recado –“mandado” del decir de algunos-, ibas pendiente de todo, en todo te fijabas, todo lo observabas, sobre todo el comportamiento de las personas que te rodeaban, pasaban junto a ti allá por donde te movías, o estaban estacionados en grupos, como obnubilados, atentos y formando un semicírculo junto a un lateral de la barandilla que protegía la bajada al Metro.

Allí, contra la artesanal reja encastrada en gris granito, se encontraba un charlatán tras una mesa plegable y sobre ella unas cuantas cajas cuyo contenido eran unos “revolucionarios” bolígrafos de seis u ocho colores de tinta, sobrepasando en “efectividad” a los de una sola, así como a los escasamente célebres de cuatro que ya existían. ¡Y solo por un duro, señores! ¡Tan solo cinco pesetillas, lo que le cuesta un bocadillo de calamares, con la diferencia de que el superbolígrafo le va a durar toda la vida!

Por su alrededor, y por entre los concurrentes, se movían unos cuantos “satélites”, que acercándose a la mesa hacían que compraban, lo mismo que el charlatán estaba haciendo que vendía, cuando lo que pretendían era esquilmar, estafar y hasta robar, a todo aquél que se descuidase de los que conformaban, y conformábamos, el corro de curiosos y posibles compradores, o “pichones” que caerían en las trampas pajareras; las garras de aquellos “pájaros” charlatanes. ¡Niño, muévete, camina que te vas a quedar “helao”! –“No, no tengo frío”. ¡Un duro, tan solo un duro, señoras y señores!

De vez en cuando merodeaba por allí, muy atinadamente en su cotidiana ronda y por tanto acudiendo en “socorro” de posibles incautos, la pareja de policías, ya fuesen municipales o “nacionales”, los “mal hadados grises” de entonces, provocando la recogida del tenderete, del “tinglado” y bártulos, al grito de: ¡agua, agua! dado por alguno de los “avistadores” u “ojeadores”, saliendo toda “la pajarada” en desbandada cual pollada de perdigones, cada uno con un bulto a la espalda, o maletín en mano, disimulando y en dirección a cualquier parte de la Puerta del Sol o calles adyacentes.

Al poco aparecían por la acera de la calle Mayor, con pausado y cadencioso caminar, correa de negro cuero contorneando afeitado mentón y mirada ladeada hacia su izquierda, enfilada en dirección a los apetitosos escaparates de La Mallorquina, la pareja de la Ley y Orden. Llegaban al centro de los restos del corro y con aquella amabilidad y simpatía que los caracterizaba, se dirigían a los concurrentes con estas recomendaciones: ¡Circulen! ¡Vamos, circulen!

AdriPozuelo (A. M. A.)