Te vi desvalida,
inerte tu cuello
en la blanca almohada
sin vaho de aliento.

¡Dios mío, Dios mío!
exclamé en silencio
¡Dios mío, Dios mío!
no puede ser cierto
¡Dios mío, Dios mío!
me niego a creerlo.

Blanco como nácar
tu cutis de cierzo,
blanco de azucenas
de tus manos gélido;
y de tu cabeza,
los rubios cabellos
me rozan el rostro,
tan fríos, tan yertos.

¡Dios mío, Dios mío!
qué acabe el tormento
¡Dios mío, Dios mío!
no me lo merezco
¡Dios mío, Dios mío!
¿quién está más muerto?

Ya despierta el alba,
tú te vas primero
como flor de otoño
matando mi lecho
que queda vacío
para el crudo invierno,
tiñendo la alcoba
de triste misterio.

¡Dios mío, Dios mío!
qué solo me quedo
¡Dios mío, Dios mío!
muero sin tus besos
¡Dios mío, Dios mío!
hoy creo en el cielo.

Veo mi futuro
de esperanza pleno
pensando que alegras
otro extraño cuerpo,
tan desconocido
que a veces no entiendo
si tu corazón,
por mí está latiendo
y si tus pupilas
del color del cielo,
contemplan la luna
o leen mis versos.

¡Dios mío, Dios mío!
mis ojos sin sueño
te sueñan insomnes,
lloran llanto eterno
¡Dios mío, Dios mío!
qué solo me siento
¡Dios mío, Dios mío!
qué solo y qué muerto..

Noemí