Cada vez menos. Se han perdido tantas cosas, ¡ni los...

EL ENTIERRO

Meditaba
sentado en el rebate de mi puerta,
cuando vi llegar un cortejo
al estilo de los de antes,
con monaguillos de blanco y rojo,
sacristán de encaje blanco,
cura con bonete negro e hisopo dorado;
el féretro detrás seguido de los dolientes,
finalmente los parientes y amigos.
Campanillas doradas rompían el silencio
y abrían el paso del acto religioso
dejando atrás un fuerte olor a incienso.
Yo me levanté enseguida,
me quité el sombrero
y no me lo volví a poner hasta
perderlos de vista al torcer la calle
camino del cementerio.
¡Qué triste es un entierro!,
tan formal,
tan dramático,
tan serio…

Cada vez menos. Se han perdido tantas cosas, ¡ni los entierros son lo que eran!
Genial.