Querido manso mío, que viniste...

Querido manso mío, que viniste
por sal mil veces junto aquella roca
y en mi grosera mano vuestra boca
y vuestra lengua de clavel pusiste
¿por qué montañas ásperas subiste
que tal selvatiquez el alma os toca?;
¿qué furia os hizo condición tan loca
que la memoria y la razón perdiste?
Paced la anacardina porque os vuelva
de ese cruel y interesable sueño
y no bebáis del agua del olvido.
Aquí está vuestra vega, monte y selva;
yo soy vuestro pastor y vos mi dueño,
vos mi ganado y yo vuestro perdido.

Lope