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.... Estanislao Villamayor era un hombre simple y bueno y estaba orgulloso de albergar al maestro en su casa. Los domingos lo invitaba a la taberna, aunque Ramiro a veces ansiaba un poco de soledad. Así, buscando a su vieja compañera de ruta, salió una tarde camino al pueblo. Aprovecharía la caminata para buscar hojas y tallos y podría observar las aves que abundaban en esos parajes.
De pronto, airadas voces que cada vez oía más cerca, hicieron que se detuviera y escuchara con atención. La voz de un hombre insultaba a una mujer. Ella se quejaba. Pronto los tuvo enfrente y vio que el hombre, joven y de aspecto desprolijo, sacudía a la muchacha por los hombros e hizo el ademán de levantarle la mano. Ramiro miró desconcertado, pero reaccionó rápidamente impidiendo el atropello, a cambio de un feroz puñetazo. La sangre que brotaba del mentón lacerado ensució su camisa blanca. Todavía le quedaba oír una retahíla de palabrotas dirigidas tanto a él como a la joven mujer que había quedado, acobardada, mirando la escena.
El maestro retomó el camino de regreso a la casa para lavar la herida y cambiarse la camisa, pero no pudo quitar de su pensamiento a la linda chiquilina que se había puesto en su camino. Los Villamayor dieron sus consejos a Ramiro; conocían muy bien tanto al irascible mozo como a la que había provocado el conflicto. No eran gente con la que el maestro debía mezclarse, decían.
Las clases siguieron diariamente su curso, descansando sólo los días domingo. Una tarde, un rato antes de la clase vespertina, Estanislao vio frente a la casa a la joven que desvelaba el sueño del maestro. Muy pocos sabían que su nombre era Ana María, todos la llamaban “la molinera”. Su padre había sido el dueño de un molino harinero en La Magdalena. Ella, su madre y su hermana habían quedado a la deriva cuando un usurero se quedó con el molino al morir el padre. Desde ese entonces “la molinera” andaba por el camino equivocado, hasta que la actitud de Ramiro ese domingo por la tarde cuando se cruzaron por primera vez, encendió una lucecita de esperanza en sus melancólicos ojos azules.
Se acercó a la casa de Estanislao para pedir que la recibieran como una alumna más. Mientras, Ramiro rogaba para sus adentros que la aceptara. Se tomó un tiempo para pensarlo y hablarlo con su mujer. Finalmente, accedieron a que la muchacha fuera una vez por día.