SIGUE...

SIGUE

EL LILAR DEL CEMENTERIO

Así que se fue el miedoso, cabizbajo y entre chifla general, vino el concertarse para la incursión y, a la hora convenida y por el sitio adecuado, dirigidos por el jácaro, saltaban con sigilo, uno tras otro, las tapias del recinto, acercándose luego al que dicen lilar y comenzando la vendimia de aquellos racimos que reventaban en florecillas moradas y, mientras unos recolectaban los ramos bajos, otros, subiéndose a sus lomos, pelaban de a hecho lo ciemro del arbusto y con tan eficiente entusiasmo que causara desazón a cualquier ecologista que hubiese presenciado semejante tala.
De pronto, uno de los mozos reparó en cierto fenómeno extraño: entre las arsitas cortantes de unas cruces de caliza blanca, se iba levantando, más blanca aún, una cosa amorfa y blanda que flameaba su orilla al viento y crecía y se elevaba del suelo cada vez más.
Con uno hilo de voz, consultó al vecino más cercano:
- ¡Chacho! ¿Ves tú lo que yo veo?
El otro, escamado por lo trémulo del murmullo, preguntó inquieto:
- ¿Donde?
-Tras la sepultura del tío Antonio.
Volvió hacia allí su atención el mozo y, a la luz cenicienta de la luna, percibió un gran lienzo blanquecino que, moviéndose como dotado de vida propia, se iba acercando con lentitud a ellos, y no lo dudó un momento:
- ¡Las ánimas! -gritó aterrado.
Y, librándose con un córcovo violento del compañero que sostenía, emprendió veloz carrera hacia la tapia del malvar.

CONTINÚA

Foto: campos floridos de nuestra tierra.