Apreciado/a franma. Lo prometido es deuda. Una vez...

Apreciado/a franma. Lo prometido es deuda. Una vez más acudo al foro después de un tiempo ausente. No es el momento más adecuado para responder a un tema que podría dar mucho de sí, pero me lanzo.
Algunos suelen decir que no vale la pena hablar de Dios o del más allá porque no tenemos datos para afirmar nada. Pensarás que la afirmación se agrava cuando se contemplan tantas creencias distintas sobre estos temas. Una primera reflexión sería para valorar cómo desde los orígenes, y en las más diferentes culturas, los hombres han sentido la necesidad poner a Dios en el centro de sus vidas. Y piensa en la sensibilidad hacia la trascendencia, que se muestra en el culto omnipresente a los difuntos en todas las culturas... lo cual indica una intuición en el más allá... en un destino y, por tanto, en un sentido... No vale pensar que se ha tratado sólo de las culturas primitivas, ignorantes y temerosas. Hoy también, y entre mucha gente que bucea con acierto por la ciencia. Las manifestaciones religiosas más variadas son argumento a favor de la presencia de Dios entre los pueblos. También la ciencia ha experimentado estas manifestaciones diversas, con luces y sombras a lo largo de la historia de la humanidad, y ha tenido que mezclar axiomas con teorías y conjeturas, rectificaciones, etc. Sin embargo yo te voy a proponer lo que es mi fe. Otro te expondría otra, y también, como yo, convencido de que la suya es la correcta. En ti está el afrontar la diversidad, siempre con el ánimo de aceptar lo que uno considera más conforme, eso sí, respetando a todos, y reconociendo que en todas partes pueden encontrarse puntos luminosos y sombras, no debemos caer ni en un relativismo (todo da lo mismo), ni en el agnosticismo (no vale la pena buscar la verdad porque no podrás dar con ella). Para ello debemos partir siempre de una actitud: ir en busca de la verdad. Allá donde yo descubra que puede estar la debo acoger. Dios premiará mi deseo de encontrarla. Seguimos siempre abiertos. Piensa que, como creo haber dicho una vez en este foro, la verdad sólo está en Dios; nosotros nos asomamos a ella desde perspectivas parciales, lo que nos permiten las ventanas de la inteligencia y de la fe, que no son vías contrapuestas, sino complementarias, como la información que nos ofrece el oído no es contrapuesta a la que nos ofrece la vista, sino complementarias; la verdad sobrepasa nuestra inteligencia.
Es conveniente distinguir entre “ideología“ y “encuentro“, que son dos categorías que en la práctica las identificamos. La fe no es ideología (aunque en muchos casos se reduce a eso, a una serie más o menos sistemática de ideas que barajamos para entender el hecho religioso). La fe es un encuentro personal con una Persona invisible pero real, que sale al encuentro y que fascina y estremece... y que a medida que se le conoce y entiende proyecta luz sobre la vida, su sentido, la muerte, el dolor, la convivencia, el amor, la comunión,...
Te digo también otra cosa: aunque yo llegase a convencerte, eso no es la fe propiamente hablando. El convencimiento en cuanto tal no compromete a nada, mientras que la fe es un don que afecta a tus actitudes y modo de vivir con respecto a Dios. La fe es un don de Dios que para recibirlo debemos estar abiertos. Te repito una cita de otra intervención mía aquí, la oración de Charles de Foucauld: „Dios, si existes, haz que te conozca“.
¿Conseguiré ser breve?
Esta es mi fe: Dios, cuando ha creado a los humanos (antes creó su hábitat), no se desentendió (la creación no excluye la evolución. Vivimos en tiempo de la creación permanente). Precisamente Él nos creó por un acto de puro amor, no porque necesitase de nadie. Bellamente, y de forma poética, como una gran parábola, lo explican las primeras páginas de la Biblia: Dios acudía todas las tardes a pasear con Adán y Eva.
Después de la caída en el pecado, Dios siguió acompañando a la humanidad, nos prometió su salvación y se mantuvo cercano a las historias de las gentes: tanto a las historias sociales, como a las historias personales, las que se fraguan en el corazón, de donde nacen el bien y la maldad. A pesar de que los pueblos y sus gentes hemos insistido frecuentemente en hacer el mal como si una fuerza misteriosa nos incitase continuamente a hacer lo que sabes que está mal y que nos hace daño a nosotros y a los demás, Dios ha seguido siendo paciente y misericordioso. Cuando llegó el momento adecuado, envió Dios a su Hijo, Jesucristo, que nos salvó, viniendo, para ello, a compartir completamente su vida con nosotros, mereciéndonos el perdón y enseñándonos el camino por donde podemos llegar a la meta de nuestra vida en plenitud.
Dios sigue con nosotros, y no sólo tiene amor, sino que ES Amor. Jesús nos lo ha revelado como Padre. Ha dejado de Él multitud de retratos. El que más me gusta es el de la parábola del Hijo Pródigo, que tú conocerás bien. Seguro que si la relees te sorprenderás una vez más, y hasta te estremecerá y emocionará si ves en ella algo más que una pieza literaria.