Apreciado/a franma: ahora dispongo de un ratito para...

Apreciado/a franma: ahora dispongo de un ratito para dedicarme a intervenir en el foro. Es el momento semanal y tengo interés en dar mi opinión sobre varias aportaciones de éste y otros foros. Esto me obliga a concentrar. Todo en pastillas.
No seas despectivo con nuestros antepasados. Ellos vieron lo que pudieron. Nosotros tenemos más recursos. No podemos afirmar que estuvieran equivocados, o mejor, sí podemos afirmarlo pero reconociendo su capacidad de mirar porque vieron hasta donde podían. Recuerda aquella frase de Newton: “Si he visto más lejos ha sido porque me he subido a hombros de gigantes”. Nosotros estamos subidos en la sabiduría de nuestros antepasados, y comenzamos a partir de ellos para conocer mejor el resto. Ciertamente, su visión era necesariamente más pequeña e imperfecta, pero sin ella no habríamos avanzado. La visión que nos ofrecen los ojos no es mentira, lo que puede ser inadecuado es la interpretación que hacemos. Nosotros “vemos” que el sol gira alrededor de la Tierra, y, efectivamente, así lo vemos. Necesitaremos el telescopio para llegar más allá de esa percepción. Ellos intuyeron en su corazón que la vida del humano caminaba hacia más allá de lo visible; que las aspiraciones nuestras no estaban llamadas a ser el engaño esencial, el fracaso de la naturaleza. En la actualidad sigue habiendo gente que se encuentra en esas etapas que tú llamas antiguas, y se debaten entre la duda, la inquietud, la seguridad de la existencia de Dios y del más allá. Todo esto tiene un valor antropológico importante, porque descubrimos que esas realidades están escritas en nuestro corazón. Con las luces naturales el hombre ha acogido la existencia de lo trascendente.
Todo eso es lo que nosotros podemos llamar “semillas de la Verdad”. En una semilla ya está el fruto seguro, aunque en esperanza, si es que una contrariedad no lo malogra.
A esta condición humana llega Dios con su ayuda, que los creyentes aceptamos y llamamos “revelación”. La revelación no es una afirmación de un iluminado. Para nosotros la gran revelación es Jesucristo, muerto y resucitado. Creemos en el Evangelio, que es una verdad al mismo tiempo histórica y trascendente. Con la inteligencia analizamos los hechos históricos, sus causas y sus consecuencias, con la fe asentimos damos el salto, no al vacío, sino a la interpretación que nos ofrecen los hechos reales. Es verdad que en la vida de Jesús hay signos extraordinarios (milagros), como dominar la naturaleza, devolver la vida a un difunto, multiplicar automáticamente por mil los cinco panes que saciaron a una multitud… Analizando las narraciones evangélicas vemos una diferencia con las literaturas míticas: rehúyen toda espectacularidad, incluso Jesús prohíbe frecuentemente la divulgación, además están en un contexto de “signo” por lo cual justifican su significado en el contexto de intervención de Dios. Pero esto no sería nada. El mayor signo, el que pone el sello definitivo de autenticidad a toda la vida y obra de Jesús es su muerte y resurrección. Los apóstoles, unánimemente, tan frágiles y pecadores, entregaron su vida al anuncio de esta realidad (la Buena Noticia) y por ella se han fatigado, han padecido, hasta dar la vida en el martirio. El Espíritu ha sellado con su fuerza este “anuncio” y ha ido calando tan firmemente en los que se abrían a la Verdad, que se ha creado una cadena de “seducidos por Jesucristo” hasta dar incondicionalmente por Él la vida. Entra aquí en juego lo que llamamos la “gracia”, es decir, el regalo, el don de Dios, porque la fe sobrenatural es un don gratuito de Dios.
¿Con aceptar esto ya se puede alcanzar el cielo? A ver cómo te lo explico: Aunque para nosotros es fundamental “creer”, y expresamos nuestra fe en una fórmula que llamamos credo (palabra latina, pero ya nuestra), no consideramos la fe sólo como un asentimiento intelectual. Recitar el credo y hacerlo con el convencimiento de que lo aceptamos tal cual, es un acto de nuestra mente. Pero la fe es vida, nos lleva a unas consecuencias reales: si "creo en Dios Padre" me exige saberme hijo, confiar en Él, amarle. No necesariamente los creyentes son mejores que los no creyentes, porque la forma de vivir, las dificultades, las inclinaciones, etc., pertenecen a nuestra condición frágil humana. Pero el creyente se empeña en ajustar su vida a ese programa que para un cristiano se reduce al amor total (a Dios y a los demás inseparablemente). Si vivimos como “hijos” de Dios al llegar a la otra vida pasaremos a “nuestra casa”, “a la casa del Padre”. Será la última consecuencia de la generosidad y amor de Dios. Nos salvaremos, no tanto por lo que hemos amado a Dios, sino por haber acogido en nuestra vida el amor que Dios nos ofrece. Franma, Dios te ama como no puedes imaginar, como no podemos imaginar. Si pudieras imaginarlo, ese amor sería pequeño.