Muy pocos días el Duque
hizo mansión en
Toledo,
del noble Conde ocupando
los honrados aposentos.
Y la noche en que el palacio
dejó vacío, partiendo
con su séquito y sus pajes,
Orgulloso y satisfecho,
turbó la apacible
luna
un vapor blanco y espeso
que de las altas techumbres
se iba elevando y creciendo.
A poco rato tornose
en humo confuso y denso
que en nubarrones oscuros
ofuscaba el claro cielo.
Después, en ardientes chispas
y en un resplandor horrendo
que iluminaba los valles
dando en el Tajo reflejos,
y al fin su furor mostrando
en embravecido incendio
que devoraba altas torres
y derrumbaba altos techos.
Resonaron las campanas,
conmoviose todo el pueblo,
de Benavente el palacio
presa de las llamas viendo.
El Emperador confuso
corre a procurar remedio,
en atajar tanto daño
mostrando tenaz empeño.
En vano todo: tragose
tantas riquezas el fuego,
a la lealtad castellana
levantando un monumento.
Aun hoy unos viejos muros
del humo y las llamas negros
recuerdan acción tan grande
en la famosa Toledo.
ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS