EL HIJO DEL GANADERO
El hijo del ganadero,
no quiso ser matador,
y aunque el padre lo obligaba,
al muchacho le faltaba,
valentía y corazón.
Un día en un tentadero,
se revistió de valor,
y su capote torero,
mil filigranas bordó.
La gente aplaudía
y el padre clamaba,
con altanería:
Olé, olé, chiquillo mio,
rayito desprendío,
del sol de
Andalucia.
¡Ole! arrímate a la fiera,
que aquí estoy a tu vera,
para defender tu vida.
Que se calle el graderío,
y que sepa el mundo entero,
que está honrando su apellido,
el hijo del ganadero.
Olé, olé, olé, mi vida,
rayito desprendío,
del sol de Andalucía
Mi niño es el más torero,
decía con vanidad,
pero una tarde de
toros,
en las astas de un mal toro,
se quedó el pobre chaval.
Ya tienes lo que querías,
no vayas padre a llorar,
y di con altanería,
que he muerto de una corná.
El padre lloraba,
el remordimiento,
le mortificaba.
Olé, olé, chiquillo mío,
rayito desprendío,
del sol de Andalucía.
¡Ole! arrímate a la fiera,
que aquí estoy a tu vera,
para defender tu vida.
Que se calle el graderío,
y que sepa el mundo entero,
que está honrando su apellido,
el hijo del ganadero.
Olé, olé, olé, mi vida,
rayito desprendío,
del sol de Andalucía
Antoñita Peñuela