VIDAS EJEMPLARES....

VIDAS EJEMPLARES.

El paraíso.

¿Cabe dicha mayor que encerrarte en tu biblioteca?

Luis Ventoso.

Actualizado: 29/02/2020 00:08h.

Mi articulista favorito se llama Michel. Era un señor francés de ancestros sefardíes, de cabeza grande y calvilla, barbita cuidada, boca esquiva y ojos perspicaces. Se murió hace ya un trecho: en 1592, con 59 años. Pero sus observaciones siguen vigentes, como si hubiesen sido escritas esta mañana. Por ejemplo, servirían para sacarle los colores al populismo triunfante: «Nadie está libre de decir estupideces. Lo malo es decirlas con énfasis». O para desenmascarar la subcultura victimista e igualitaria en boga, alérgica a la responsabilidad personal: «A nadie le va mal mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa».

Michel Eyquem de Montaigne, de formación jurídica, bregó en los asuntos públicos y ocupó posiciones de influencia en la corte de Carlos IX. Pero la muerte de su mejor amigo, al que probablemente amaba más que a su mujer y a sus seis hijos, le fundió el ánimo. Ocho años después, el último día de febrero de 1571, fecha de su 38 cumpleaños, tomó la decisión de apearse de lo mundano y de la adrenalina del poder para dedicarse a meditar y escribir en la torre circular de su castillo de Aquitania. Michel había reparado en la más clara de las obviedades, que es precisamente la que siempre nos esforzamos en no ver: «Todos los días avanzan hacia la muerte y el último, la alcanza». Así que decidió regalarse su existencia: «La principal ocupación de mi vida será pasarla lo mejor posible». Se planteó una única pregunta: « ¿Qué sé yo?». Y se dedicó a contestarla allá en su biblioteca, asesorado por sus clásicos.
Dicen que no existe mejor pasaje a un divorcio que el estrés de una mudanza. Pero también hay premios. Si tienes suerte y afición, un día puedes alcanzar el sueño de contar por fin con una habitación a la que llamas «mi biblioteca». Subiendo desde el trastero aquellas catorce cajas de libros me sentí como Iñaki Perurena, el levantador de piedras. Pero abrirlas resultó como una mañana de Reyes, o un alegre reencuentro con viejos conocidos: los eminentes victorianos de Lytton Strachey, «La vida del doctor Johnson», los relatos matemáticos de Borges, la satisfacción un poco fetichista de ver todo Shakespeare allí apilado, y media docena de biografías inglesas sobre él (que al final, reconozcámoslo, fabulan más que informan). Mis paisanos Valle y Cunqueiro, un genio del estilo y un divino liante. El cénit de la prosa de Gabriel Miró (¿cuándo se evaporó aquel castellano?). Los milagros y vidas de Dylan, los Beatles y Leonard Cohen. Esos tochos de arte que son como un museo sin salir del sofá. Mis tintines y mis libros sobre uno de mis frikis favoritos: Orson Welles. Hume y Adam Smith, tan amigos el uno del otro y tan clarividentes. Novelas policíacas de usar y tirar, que nunca releeré, pero que me hicieron sonreír al volver a verlas. Un libro amarillento del que cayó aquella carta que nunca le mandé... Novelas rusas que choriceé de chaval a mi padre. Un tocho que pesa más que yo con las mejores portadas de la historia de «The New York Times». Catálogos de exposiciones y folletos de óperas que ya no recordaba haber visto... Un paraíso inalcanzable, porque nos falta el alimento de las almas: tiempo.

Luis Ventoso.

Director Adjunto.