Creo, Cabrero haber leído:"años 50" como en aquellos...

Camelia

Cuando quise salir de aquel laberinto de olivos espesos interminables, había perdido la orientación. Mi punto de partida era aquel sol poderoso sobre la tierra caliente rojiza y las piedras a ambos lados del camino. Seguí adelante con la esperanza de encontrarme con algún cortijo o población donde pudieran ayudarme siquiera con un poco de agua fresca y algo de comida. Los olivares pasaban a ambos lados del camino sin que pudiera consolarme o darme alguna esperanza por aquella inmensa llanura. Tampoco quería apartarme del camino por miedo a perderme. Aparte de ello, y, a juzgar por las pisadas de animales, ruedas de vehículos a motor y de personas, sospechaba que pronto debería llegar a algún lugar donde pudiera encontrar ayuda.

En medio de mi soledad y comenzando a afectarme cierta melancolía y desesperación, me pareció escuchar el canto de otros pájaros que no se hallaban de ordinario en los olivos, sino en las zonas rurales. Eran piares claros de gorriones.

Cuando me acerqué a aquella construcción, bastante cansado y hambriento, pude darme cuenta de que se trataba de un bello cortijo pintado de blanco, construido con arquitectura tradicional de muralla cuadrada con patio interior y torreón central. Enfrente del mismo había una viña.

Me acerqué a los portones de entrada, que se hallaban abiertos de par en par, con intención de pedir ayuda, cuando dos perros mastines atados a sendas cadenas y con collares de púas de acero, me ladraban fieramente. Al ruido, apareció por allí una señora de unos sesenta años sujetando a los perros y me permitió la entrada.

A partir de entonces la vida me parecía más bella, las paredes más blancas, el empedrado del patio más brillante y los perros menos fieros. Bebí y comí; luego me eché una larga siesta hasta que desperté al día siguiente por la tarde. Antes de continuar el camino, me aseguré de que sabía a dónde estaba Carmelia, el pueblo donde nació mi padre.

El camino me llevó a una aldea llamada La Calima, a unos diez kilómetros del cortijo. Llovía, el sol aquel día no se vio en el cielo, la gente tampoco salía de sus casas, pero el polvo de aquellos secanos e infinitos campos se aplacó. No había nadie en las calles. Unos perros me ladraron al pasar y el eco devolvía los ladridos desde la otra parte del pueblo. Nadie me había dicho que allí no vivía nadie o, si vivía, yo no podía verlos. Me preguntaba cómo era posible que nadie me viera, y a quién pertenecían aquellos perros.

De vez en cuando veía cruzar la calle la imagen de la señora que me abrió los portones del cortijo, con su inconfundible vestido negro y el pañuelo en la cabeza, aunque no recuerdo su rostro. No creo que se lo hubiera visto cuando me sirvió la comida y me trajo el agua. Aceleré el paso para alcanzarla, ella giró en la esquina al final de la calle. Cuando llegué dispuesto a gritarle que me esperara, ya había desaparecido. Al pasar por una casa grande de dos puertas pintadas de verde con clavos negros, una de ellas se abrió de repente. Otra señora de mediana edad apareció sosteniendo la puerta. Al fondo estaba muy oscuro. Dijo que se llamaba Sarita. Me invitó a pasar y me senté en una silla de anea. Ella me miró sin pestañear y me dijo cómo me llamaba sin que yo le hubiese informado. Luego me explicó someramente lo que había sido mi vida desde que nací hasta aquellos momentos. Finalmente me dijo que ella había muerto hacía cuatro años. No pude ocultar mi horror y mi sorpresa y huí de aquella casa corriendo cuanto pude. Unas señales de madera tostada a la salida del pueblo me indicaban la dirección hacia Carmelia y hacia allí me dirigí sumido en una increíble confusión y dolor de cabeza.

Pues...! Oye, que si Cabrero!! Que para eso está este espacio! Y...! Como no, para vivencias!
El pasado sabao, he pasado unas horas en mi tierra; por sus olivares, sus huertos: unos pocos cultivados por personas mayores... Los otros algunos de ellos, prefieren aprender a ensuciar las calles y campos los fines de semana.
Senti la fragancia de dicho os huertos. el olor a rastrojos y la llamada a ptras triste fragancias. Pero sonreí.
Y sonreí con su historia, de la que muy poco se sabe, sin embargo los lavaderos, las fuentes, y la aljibe, me hablan de siglos. Entre todas estas memorias, aparecieron algunas lágrimas "MU" enteras, cuando "se me acercaron" los recuerdos mas lejanos.! Ah! los viejos caminos!
Y fue ayer (unos años apenas) el frío abrazo del destino se dejo sentir, como hoy se siente gemidos en, l la memoria.
Fue ayer (creo que escribí en alguna parte) que sentí de aquellas tierras, viles azotes, sintiendo gemir a las rosas en sus rosales... su estas no estaban en la dura tierra deshechas... Si estos qemidos de mi memoria,, aún madrugan en la distancia.
Todo esto en aquel pedazo de mundo donde se paseó mi inocencia.
Algún día... Algun día Cabrero, haré que brote alguna historia pequeña.
Me ha gustado tu relato. Saludos.

Por cierto que tu respuesta también está muy bien elaborada. Me gusta mucho...

Creo, Cabrero haber leído:"años 50" como en aquellos tiempos se crecía muy deprisa, yo ya, casi, me había hecho mayor y den el Madrid de los guisos de alcachofas muy repetidos (no recuerdo si ya habían desaparecido las cartillas de racionamiento) mis primos me procuraban papel blanco (que no pan blanco porque también escaseaba) donde yo escribía vivencias a las que sonrío cuando paseo los caminos de mi tierra.
Recuerdo que escribí:"por los caminos del Barranco Hondo, yo y el macuto que olía a trincheras. Yo y mi perro, por ladridos de viento, cuando no en medio de pesados silencios. Mi pero me seguí: mi perro compartía aquel pedazo de pan duro... miraba conmigo a las estrellas, cuando algunas noches "guardábamos" el poco trigo en la era.
Solos muchos días... Yo i mi perro. Yo pensando en el mundo mío; mi perro, ladrando algunas veces a la noche, o tal vez adivinando mis pensamientos ladraba a negruras de la noche y negruras del mundo

Mi mejor amigo ademas del perro era el silencio... Bien lo sabía el viento que helaba mi cara.
Yo ya sabía que había en el mundo niños que lloraban de frío y de hambre...
Chisporroteaban los leños, por la negra chimenea dejaba caer lágrimas el cielo.

Fue mi primer cuento... real recordado hoy hace ocho días.
A medida de que el coche avanzaba, me di cuenta de que el tiempo había borrado las trincheras...
No muchas memorias mías.
¿Que será de aquel cuaderno de tapas azules donde dejaba hablara el lápiz desde mis memorias?-Dijo mi pensamiento hecho voz
Saludos
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Hola Libertad,
Gracias por tu relato. Aquellos eran malísimos tiempos. Yo era aún muy pequeño, pero me acuerdo muy bien, sobre todo me acuerdo de las malas viviendas, del frío, del hambre que pasábamos, y de la miseria. Aquí en Andalucía la situación era especialmente penosa, pues ya te puedes hacer una idea de las injusticias que se llevaban a cabo cuando la gente pobre dependía de un jornal.

Sirva como dato que los jornaleros del pueblo no podían realizar reformas en las casas por falta de ... (ver texto completo)