Hidroavión haciendo , Literatura

Hidroavión haciendo
prácticas sobre el
pantano de Entrpeñas,
después volaría sobre
la ermita y sobre nosotros

CONTINUACIÓN de "Mis rutas por La Alcarria"

Estuvimos un buen rato por allí, disfrutando del espectacular paisaje que se nos ofrecía, respirando aire puro y admirando las maniobras de entrenamiento, o prácticas, que estuvo haciendo un hidroavión que llegó sobre el pantano procedente de dirección sur y yéndose dirección norte al concluirlas.
Hizo varias pasadas sobre el agua, recogiendo litros en su vientre y soltándola poco después sobre la superficie del lago. Hizo varias cabriolas en el aire, lo mismo que sobre el agua, e igualmente sobre nosotros, creo que al darse cuenta el piloto, o el copiloto, de que les estábamos fotografiando, pues en varias pasadas que hicieron sobre nuestras cabezas, se les veía mirándonos, ya que les veíamos claramente dentro de la cabina cuando se aproximaban.
Igualmente, o más clara y nítidamente nos verían ellos dos a nosotros, pues estábamos admirando el espectáculo desde arriba, a la altura del bimotor en muchas de las pasadas que nos hacía, pues estábamos instalados en el mirador que queda un poco más arriba de la ermita, vestidos de oscuro, la cámara, con el gran objetivo y el trípode negros y sobre el fondo claro de la arena con la que se cubre el suelo llano en esa parte del terreno. No podíamos despintarnos de los aviadores, pues resultaríamos como dos curas –de antaño- ante un montón de harina.
Lo vimos planeando sobre el agua bastantes metros sin despegar y subiendo de velocidad según se deslizaba, como si fuese a emprender vuelo, pero no, llegaba a un punto, hacía un círculo sobre el agua y se volvía por donde había llegado, acelerando sus dos motores que rugían cual si hubiesen sido cuatro, debido a la proyección del sonido sobre la superficie del agua y a la amplificación que hacen del mismo las paredes de los cerros colindantes.
Cuando tomaba altura, planeaba un trecho y después soltaba el agua que había tomado, dejando tras de sí una estela de lluvia que volvía a caer en su lugar de origen. Viraba a estribor y al llegar cerca de nosotros, habiendo dejado atrás los tejados del templo, ascendía para no quedarse entre los pinos y nosotros pegados en su panza, cuales sellos de franqueo en envío a otro lugar, y sin certificar. Seguía con el viraje, llegando a escorarse tanto, que se alejaba de nosotros cual raya vertical en el firmamento.
Al poco se nos despintaba sobre el verde de los pinos de la ladera que quedaba a babor, o sea, a nuestra izquierda, debido a los reflejos casi amarillos de sus copas en la distancia, producidos por la acción de los rayos del sol, apareciendo al poco sobre el horizonte por encima del pinar del monte, ya en posición horizontal. Por cuanto alcanzábamos a divisar, y cuando no, lo calculábamos a “ojímetro” -que diría el otro-, debía de dar la vuelta sobre Chillarón del Rey, volvía hacia el pantano y vuelta con la misma tarea.
Se estaba de maravilla. Olía a monte, a naturaleza. Se oía el canto de los pájaros y el cloc cloc de alguna perdiz como la que se nos cruzó ante el coche poco antes de llegar al lugar. Algún ave rapaz voló sobre nosotros, pero a tanta altura, que ni con el zoom pude distinguir lo que era; grande, oscuro y por debajo de las alas claro. Podría ser un buitre, que por aquí hay muchos y alguno tengo fotografiado volando sobre mí, como podría ser un águila que también las hay.
Cuervo, grajo o grajilla no era, porque no vuelan tan alto ni planean, aunque se oía alguna o alguno cerca de allí. También por la zona hay muchas de estas aves, así como hurracas -marías las llaman en algunos sitios- que también andaban haciendo ruido entre los árboles.
Todas las mañanas cruza un cuervo el pantano de sur a norte, y a veces dos, con sus graznidos haciendo eco sobre el agua y alrededores. ¡Pues no he podido fotografiarlos aún y eso que ando detrás de ello más de un año! No se les distingue bien contra las laderas de enfrente y la cámara me dice que nanay.
Estuvimos disfrutando de lo lindo del bello paisaje, de buena temperatura y un sol espléndido -pese a estar a veinticinco de enero-, y de buenos aires. No es porque soplaran fuerte, que tan solo había una ligera brisa de vez en cuando, sino porque eran buenos para oxigenarse, aunque estando hasta con calma chicha allí arriba, eso está garantizado.
Pero había que irse y nos fuimos en dirección a Auñón, sin haber podido visitar el recinto de la ermita y sin ver a esta por dentro. Y es que allí no hay, o al menos ese día no había nadie que nos hubiese abierto las puertas para poder verlo.
Nos fuimos de allí con desgana, pues de buena ídem nos habríamos quedado, aunque fuese “mirando las musarañas”. Pero había que continuar viaje y así lo hicimos, partiendo hacia Auñón con mi coche, que a pesar de sus 310.000 km que lleva rodados se porta de maravilla.

AdriPozuelo