VÍSPERAS (2ª parte y final), Literatura

VÍSPERAS (2ª parte y final)

En el asiento se reproducían dos cacerías, al parecer de zorros en una mitad y en la otra una de ciervos, con sendas jaurías o realas de perros y con varios jinetes en pos de sus presas tras de éstos, armados de escopetas con largos cañones. El frontal del asiento se componía únicamente de dibujos orlados.
El “segundo escalón bonito” –denominados así por los chicos-, se encontraba adosado a la pared exterior trasera del “hotel de los señores”, frente a los lilos que mediaban entre éste y la reja de la valla perimetral de esa zona, que junto con los muros de otras y sus dos puertas, completaban el cerramiento de la finca.
Este banco era más vistoso que el primero –en cuanto que poseía más colorido-, no así en lo artístico, aunque sus filigranas y orlas estaban muy bien diseñadas, delineadas y distribuidas, tanto en el centro como en los laterales de los azulejos. Sus cenefas eran de un tono marrón claro y anaranjado, al igual que la del mosaico central del respaldo. Este representaba unos pasos del quijote, encuadrados en diez y seis azulejos a modo de aleluyas, con letanías escritas al pie de cada una, con imágenes y letras en relieve y a todo color. Tanto el contorno del mosaico como el asiento, estaban cubiertos por orlas de varios colores y en ligero relieve apenas perceptible a la vista, siendo notable únicamente al pasar la palma de la mano sobre ellas.
El frente del asiento estaba cubierto de llamativos jarrones con vistosas flores y por orlas como las anteriores, cubriendo el espacio desde estos hasta las cenefas, aunque sin llegar a estar juntas, dejando ver entre ellas un fondo entre amarillo y ocre. Esta parte del posadero era lisa, habiendo pintado los dibujos en la loza directamente y esmaltado sobre ellos. A los lados del banco había dos poyetes cuadrados, cubiertos por molienda fina de piedra, los que servían de reposabrazos y mesas de servicio.
Tras decidirse, salió corriendo para poder acaparar todo lo que le hacía falta antes de que anocheciera, ya que a las seis de la tarde no vería lo que hacía. Recogió tablas, palitos, ramitas, piedras, cantos rodados, trozos de ladrillos, musgo y paja, así como algunas rasillas enteras, de las que tenía apiladas su padre allí cerca para, cuando pudiese, arreglar el invernadero.
Cuando tuvo todo junto al banco, tomó varias paladas de arena y cubrió el asiento con ella, extendiéndola con las manos. Montó unas tablas en forma de pesebre, atándolas con bramante que había cogido del recipiente donde su padre guardaba los útiles para el arreglo del calzado y lo colocó sobre la arena, ante el rincón formado por las paredes de la izquierda y de frente, cubriéndolo con ramitas, pajas y musgo alternativamente.
Colocó acá y allá unos trozos de rasilla, a modo de casas, a los que previamente había dibujado, con sus pinturas, unas ventanas y una puerta.
Puso sobre la arena unas rasillas de plano, a partir de cada lado del pesebre y junto a las paredes, colocando sobre ellas piedras de varios tamaños, cubriendo todo el conjunto con más arena, colocando encima, como colofón de “las montañas”, algunos trozos de musgo oscuro y fino, sobre todo tapando huecos que quedaban entre los bordes de las rasillas y las piedras.
Con el canto de la mano separó en dos zonas el suelo de arena, serpenteando entre unas casas y el pesebre, creando un ancho surco irregular en anchura, de modo que su fondo fuese el color azul claro de algunos de los azulejos, simulando el agua del cauce del “río”.
Seleccionando las piedras que había recogido en el arroyo que pasaba cerca de su casa, el de Las Cárcavas, así como cantos rodados de ladillos, redondeados e informes debido a la erosión del agua, fue apartando los que, para él, tenían forma humana de los que la tenían de animales. Los que no les veía la similitud deseada, les veía que podían ser una mitad, complementando la otras con otras piedras a las cuales les veía el complemento perfecto, y claramente. Al igual que a las casas, las pintó con sus pinturas.
A las que “dio forma humana”, les dibujaba los rasgos faciales y les pintaba vestimentas. A las que “creó” como animales, les dibujó ojos, hocico, rabo y boca, pegándoles hojitas a modo de orejas y palitos a modo de cuernos a otras cuantas.
Montó unas ramas a modo de vayas de corral y las puso esquinadas al fondo del pesebre. Rellenó de paja los rincones resultantes y colocó sobre ella “una mula” en un extremo y “un buey” en el otro.
Tomando una piedra más plana que las otras, de forma rectangular, bordes redondeados, plana en una cara y cóncava en otra, la pintó de ocre y la dibujó cuatro patas. La colocó en el medio del pesebre y puso sobre ella unas pajitas. Cogió una “figurita” que semejaba un niño sonrosadito y la colocó sobre “la cuna”. Tomó dos figuras, una femenina en actitud oratoria y otra masculina y barbuda con un cayado pintado en una mano y los colocó a ambos lados de la cuna, quedándose mirando, un momento, la composición de la familia compuesta por “su Virgen María, su San José y su Niño Jesús”.
Colocó unas “lavanderas” a la vera del río y “unos pastorcillos con sus ovejitas” esparcidas por “la campiña”. Montó un puente con una tabla y palitos atados entre sí y lo colocó sobre el río, dejando sobre él “un Rey Mago” montado en “un camello”, colocando los otros dos “Reyes Magos” próximos al primero y en actitud de seguirle, montados en “sendos camellos” de cantos rodados, muy apropiados para ese cometido y ocasión.
De unas ramitas de lilo confeccionó unos diminutos “árboles”, pinchado, en las puntas de las ramitas más finas, trozos de cáscara de mandarina simulando estos frutos. También esparció menudencias que había hecho de las mondas, por algunas partes de “las montañas”, entre el musgo que había dejado sobre ellas y a rodales sobre la arena, semejando la campiña donde pastaba el rebaño, y sobre las piedras que había colocado aquí y allí a libre albedrío.
Tras ciertos retoques y recolocación de figuritas, confeccionó un cometa con cartón y lo recubrió con papel aluminio, colocándolo después sobre el tejado del pesebre, apoyando sus extremos en las paredes del rincón. Ya tenía “Estrella de Belén” su “nacimiento.
Dio unos pasos hacia atrás y se quedó contemplando su obra unos instantes, quedando satisfecho con su trabajo.
Se fue a casa a decir a su madre y hermanos lo que había hecho, a darles la buena nueva de que ellos también tenían “un nacimiento”, ya anocheciendo, viendo que al llegar ya estaba su padre allí y él no se había enterado.
Tomaron la linterna que usaban cuando tenían que salir de noche al jardín y se fueron todos a ver el belén. Al llegar frente a él se quedaron en silencio, rompiéndolo la madre para decirle que había tenido muy buena idea, al igual que la intención, aunque el resultado fuese algo confuso. Sus hermanos comenzaron a reír al oír esto, criticando lo estrafalario de los árboles y diciendo que “un belén no tiene árboles así”.
Tampoco tiene las figuritas así –pensó él-, lo que les pasa es que tienen envidia, porque ellos no saben hacer uno.

AdriPozuelo (A. M. A.)
26 de diciembre
Sacedón