Accidente mortal, Literatura

Accidente mortal

Circulaba a gran velocidad por la autovía. Pocos minutos faltaban para el desenlace, aunque esperado cambio, y a su pesar veía que no llegaría a tiempo.

Conectó la radio, pues así al menos oiría el ambiente que sabía que se iba a perder de disfrutar en directo.

El presentador de turno, a voz en grito decía en ese momento: “... los cuartos” y guardó silencio. Comenzaron a oírse los cuatro toques dobles de campanas; cesaron, y comenzaron los tañidos de las doce campanadas.

En el mismo instante que se dejó de oír el primero, sin atenuarse su eco metálico y sin llegar a sonar el segundo golpe de badajo, dos lindos gatitos, rayados de un precioso rubio, sentados en el interior de un cesto de mimbre, sus despiertos ojos mirándole, se interpusieron en su trayectoria.

No pudo sortearlos, pues de haberlo hecho habría derrapado y hubiera salido por un lateral de la autopista a despeñarse por el talud. Pisó el freno pero no pudo evitar el encontronazo.

El golpe fue brutal, mortal de necesidad. Quedó un instante conmocionado, aturdido, pero no lo suficiente como para no poder ver ante él una masa ingente de números, poco antes compacta, que se desintegraba en el espacio.

Días, semanas, meses, todos por los aires; todos se iban al garete. Aferrado al volante con las dos manos, los ojos desorbitados por el asombro, oyó un fuerte golpe sobre el coche. El techó bajó hasta tocarle la cabeza.

Se apeó para inspeccionar qué podía haber sido aquello, comprobando incrédulo como un gran almanaque, con un nuevo año en sus hojas, irremisiblemente se le había venido encima.