LA MANCHA NEGRA
Esa noche acabaría por fin su obra. Solo faltaba una pincelada de negro para que su autorretrato estuviera listo. Abrió el tubo de óleo, y una gota acuosa se escapó rauda de él. Extrañado, vio como cayó sobre el lienzo; exactamente en el dorso de la mano izquierda. No puedo evitar una mueca de fastidio. Intentó eliminarla con disolvente, pero fue imposible. Después de varias tentativas, determinó que iría a la tienda para averiguar qué clase de pintura le habían vendido. Sorprendido, vio que igualmente su mano se hallaba manchada, exactamente en el mismo sitio. Tampoco pudo quitarla de su piel.
Al día siguiente, se acercó a la tela pintada para verificar el pequeño destrozo causado por su descuido. Atónito cogió una lupa para comprobar que sus ojos no le engañaban. La mancha había aumentado de tamaño. Repentinamente desvió la mirada hacia su mano. Al igual que en el lienzo, la superficie negra se había extendido.
Con cierta desazón, se dirigió a la tienda de manualidades. " ¡Qué extraño! Yo juraría que era en esta calle. Lástima que tiré la propaganda que me dio aquel joven”. En ese momento sintió una quemazón en su mano. El miedo apareció en su cara al observar como ésta se había transformado en una gran mancha negra. Corrió a casa y con premura retiró la tela que cubría su autorretrato. Era como mirarse en un espejo. Con rabia cubrió el dibujo con brochazos rojos. Exhausto y angustiado se dejó caer en un sillón.
Se despertó en mitad de la noche con un intenso ardor en el brazo. Con la cara desencajada por el terror, se dirigió tambaleando hacia su pesadilla. Ya no había ni rastro de la roja pintura. Nuevamente estaba intacta su imagen, pero con una diferencia: la mancha negra seguía imparable hacia el hombro. No se atrevía a romper el lienzo. Optó por tirarlo a la basura y tomarse un par de somníferos deseando que al despertar todo hubiese sido un espantoso sueño.
Cuando abrió los ojos, un horrible dolor inundaba su garganta. Como pudo llegó hasta su estudio y aterrado vislumbró cómo una cara llena igualmente de horror, sobre un negro cuerpo, ocupaba el lienzo que un día contuvo su retrato.
Dos días después descubrieron su cadáver.
– ¡Qué casos más extraños! Los forenses no tienen ni idea de qué es esa materia que les recubre –dijo el inspector, acercándose al hombre inerte.
–Y van cuatro –añadió su joven compañero mientras se guardaba el tubo negro en el bolsillo.
Esa noche acabaría por fin su obra. Solo faltaba una pincelada de negro para que su autorretrato estuviera listo. Abrió el tubo de óleo, y una gota acuosa se escapó rauda de él. Extrañado, vio como cayó sobre el lienzo; exactamente en el dorso de la mano izquierda. No puedo evitar una mueca de fastidio. Intentó eliminarla con disolvente, pero fue imposible. Después de varias tentativas, determinó que iría a la tienda para averiguar qué clase de pintura le habían vendido. Sorprendido, vio que igualmente su mano se hallaba manchada, exactamente en el mismo sitio. Tampoco pudo quitarla de su piel.
Al día siguiente, se acercó a la tela pintada para verificar el pequeño destrozo causado por su descuido. Atónito cogió una lupa para comprobar que sus ojos no le engañaban. La mancha había aumentado de tamaño. Repentinamente desvió la mirada hacia su mano. Al igual que en el lienzo, la superficie negra se había extendido.
Con cierta desazón, se dirigió a la tienda de manualidades. " ¡Qué extraño! Yo juraría que era en esta calle. Lástima que tiré la propaganda que me dio aquel joven”. En ese momento sintió una quemazón en su mano. El miedo apareció en su cara al observar como ésta se había transformado en una gran mancha negra. Corrió a casa y con premura retiró la tela que cubría su autorretrato. Era como mirarse en un espejo. Con rabia cubrió el dibujo con brochazos rojos. Exhausto y angustiado se dejó caer en un sillón.
Se despertó en mitad de la noche con un intenso ardor en el brazo. Con la cara desencajada por el terror, se dirigió tambaleando hacia su pesadilla. Ya no había ni rastro de la roja pintura. Nuevamente estaba intacta su imagen, pero con una diferencia: la mancha negra seguía imparable hacia el hombro. No se atrevía a romper el lienzo. Optó por tirarlo a la basura y tomarse un par de somníferos deseando que al despertar todo hubiese sido un espantoso sueño.
Cuando abrió los ojos, un horrible dolor inundaba su garganta. Como pudo llegó hasta su estudio y aterrado vislumbró cómo una cara llena igualmente de horror, sobre un negro cuerpo, ocupaba el lienzo que un día contuvo su retrato.
Dos días después descubrieron su cadáver.
– ¡Qué casos más extraños! Los forenses no tienen ni idea de qué es esa materia que les recubre –dijo el inspector, acercándose al hombre inerte.
–Y van cuatro –añadió su joven compañero mientras se guardaba el tubo negro en el bolsillo.