He aquí, un trocito de mi libro: que nunca escribí....

He aquí, un trocito de mi libro: que nunca escribí.

RECOGIDA DE LA REMOLACHA

María recuerda cuando se hacía la recogida de la remolacha. La tarea era larga y laboriosa; primero había que cortar las hojas, después con un gancho de acero se clavaba y se tiraba fuerte hasta sacarlas de la tierra, una por una. Se iban echando a unas espuertas de goma, que posteriormente se llevaban al carro para cargarlo hasta arriba, a granel. El carro lleno con las remolachas, pesaba como el plomo, y había que sacarlo de allí, fuera, como fuera, de aquella tierra que siempre estaba húmeda y resbaladiza.

Era inevitable que el corazón se encogiese, al ver a los animales como iban tirando del carro. El padre de María, valiente y firme, les ordenaba que tirasen para que pudiera salir de aquel terreno embarrado; porque había que llevar la remolacha al pueblo para venderla, pues formaba parte de la economía de todo el año. Pero entonces como siempre, con sus animales, nunca olvidaba la nobleza y los buenos modales que debe de tener un buen arriero. Esto hacía que las caballerías le obedeciesen sin negación ni rebeldía alguna. No podía ser menos, él cuidaba mucho a sus animales, porque suponían una parte muy importante en su vida. Y entre otras cosas, las caballerías era una de las que tanto quería.

¡Y LLEGABA LA PRIMAVERA!

Y desde abajo sigue viendo, que pasado el invierno, llegaba la primavera, y todo cambiaba de color.

En los meses de primavera, eclosionaba la tierra pletórica de energía y de vida. Un año más, la naturaleza nuevamente resurgía llena de fuerza y de color. Con la espontaneidad de lo increíble, de lo imprevisto. Así, todos los años, se ahuecaba la tierra desde lo más profundo de su ser, esperando a que llegasen las lluvias. Para dar a luz a toda semilla que se encontraba en su interior. Y después, sentir el calor, y las caricias del sol.

Los almendros y frutales estaban llenos de savia. Sus ramas cuajadas de florecillas blancas, semejantes a nubes de algodón esparcidas por el campo. Los rosales se llenaban de capullos reventones de todos los colores, madurando sus pétalos para romper a la floración y poder ofrecer sus mejores fragancias.

Los árboles del río, del merendero y de la alameda, hacían lo mismo. Sus ramas se veían erguidas, cargadas de savia, con las yemas de las hojas a punto de abrirse. Parecía despertarse de la somnolencia de todo el largo invierno. También los nidos, eclosionaban llenos de pollos de diferentes aves. Perpetuando así a muchas especies, dando armonía y color a todo ser viviente que coexistía bajo el sol.

Saludos

Estrella