Aviso de Publicación 3/78, Narrativa breve

Aviso de Publicación 3/78
NARRATIVA BREVE (3)
«LINCE Y LA CHICA GÓTICA»
Por Manuel del Pino

SE ACERCABA HALLOWEEN o, si lo prefieres, la fiesta de Todos los Santos y de los Difuntos. En las calles y en la tele todo era calabazas, esqueletos y murciélagos. El verano ya pasó, venían días más frescos y nublados.

Después del último golpe, Víctor Lince y Carla Martel se habían trasladado de su pisito de alquiler a una mansión de La Moraleja llamada «Villa Siniestra».

Hasta allí condujo el inspector Jorge Leiva para pedir explicaciones a la maligna pareja por sus delitos. Era una tarde lluviosa de viernes, con el cielo gris, y los escasos transeúntes andando deprisa y cabizbajos con sus paraguas.

Una vez en «Villa Siniestra», Leiva llamó al teléfono automático y alguien le abrió desde dentro. Leiva avanzó con su coche por el carril que llevaba a la casona vetusta y triste, entre oscuros árboles y arbustos que se agachaban abrumados por el duro efecto del viento y la lluvia.

Leiva bajó del coche, corriendo del chaparrón. De nuevo, le abrieron la puerta del melancólico palacete desde dentro. Pero no había nadie. Solo muebles ancestrales en el amplio recibidor y una gran escalera de mármol que conducía al primer piso, desde donde se veía una tenue luz.

Los pasos del policía resonaban al subir los escalones de mármol. Arriba buscó la luz. Entró en un dormitorio lujoso y antiguo. Al fondo, junto al ventanal, Carla Martel leía a la luz de una lámpara ante la mesa camilla.

El inspector se acercó. La figura de Carla tenía un aspecto más gótico que nunca. Vestía jersey negro, sus ojos y su cabello castaños estaban más oscuros, su cara pálida, con ojeras, como si fuera una joven bruja o vampira transida de dolor.

Carla levantó los ojos del libro que estaba leyendo Carmilla, de Sheridan le Fanu, y le dijo altiva al inspector Leiva:

— ¿Va a detenerme? ¿Por qué no me detiene?

—Primero, al canalla de Lince. ¿Dónde está?

—Ahora lleva el club Hollywood —dijo Carla con asco—. Está ahí, cerca, en la autovía de Galicia. Si quieres apresarle, sólo tienes que ir a ese antro.

Leiva comprendió. Se acercó a Carla y le cogió la mano.

—Escucha… yo… —le dijo.

Carla se soltó como una fiera y se levantó.

— ¡No me toques! Todos los tíos sois unos cerdos. ¡Búscate a otra!

Y comenzó a llorar con la furia de una Magdalena despechada.

Jorge Leiva la abrazó. Aguantó los insultos de Carla, sus bofetadas histéricas y sus puñetazos. La llevó en volandas hasta la cama de dosel decimonónico.

¡Cuánto amor necesitaban ambos!

[...]

Continúa en: www. gibralfaro. uma. es/narbreve/pag_1830. htm