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TEXTO 7/76
PAISAJES INTERIORES (III)

LEFTOVERS
Por María Eugenia Caseiro

LEFTOVERS
Nos trazamos diferentes:
él con su camisa fría,
yo con mi vestido incierto,
escribiendo a la deriva
nuestros nombres.

Nos arrancamos los ojos,
nos dividimos los parques,
nos destrozamos las fuentes.

Yo, con el rastro perdido,
a la puerta de sus dedos mendigaba:
el hueso de su corbata muerta,
el sudor sobrante de su tiempo,
el diente de sus ojos clavado en mi corteza,
la alquimia de su boca arrancando mis botones,

y un refugio a la intemperie
donde a contraluz los astros
me mintiesen.

POTRO CON DIADEMA ENSANGRENTADA
Van las ancas con que te devuelves al potro
a desclavar la cadera martillada, corres
por la arista de la sangre.

Te asusta la huella con apéndices de olvido,
tiemblas, arañas la magnitud de lo pretérito,
desesperadamente trazas la violencia.

Tu lengua es tan terrible como un rayo, llegas,
abrevando el fondo te sepultas
en tu zócalo de hambre.

Todo es fiebre en la cerviz,
en las aristas de la estirpe,
en la pausa,
en que la pálida muerte de cabeza irrumpe.

Es tan blanda la muerte,
tan descalza,
tan desnuda,
sin que un ojo, con su llave de miedos, le abra las cortezas.

Todo se pierde en la inercia dolorosa del susto,
en el compás que tuerce tu pelambre
con la trenza ciega de la farsa.

Antes me inventas,
acudes a mis bóvedas en traje de niño,
el alud, bajo el manto de tu antónimo,
deja una salida trunca.

PROMESA
Te buscaré en las vértebras
del hombre del retrato
por la espiral del tiempo
blanco hueso sin límite ni juicio
hasta el dintel de la muerte
con la última mirada de tu espejo.

Te buscaré jugando en la intemperie
con la tarde que hoy es otra mujer
bajo el perfil de antaño
y el pelo de mi madre
haciendo largas ondas en los parques.

Te encontraré de nuevo, dibujado,
ya sin prisa detrás de un abanico
donde habitó el calor
en un sillón de mimbre
meciéndote los ojos.

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