"Canales-La Magdalena" Un solo pueblo

Cierto que el encartado no se había distinguido nunca por su fanatismo en aquella militancia
Foto enviada por Coral


Diz que más de una noche, con su padre a solas, díjole Mariuca:
-Acuéstate, padre.
-Deja que pase la ronda de los mozos.
-Es que más tarde vuelve a pasar.
- ¿También eso oiste?
Oir aquello era saber cómo la cortejada daba fin y remate, al usaje del país, con llena de estribillos y tonadas para despertar a las mozas que, esperando, se habían ya dormido.
Menos abondó el contento que antes la pena del mozo cuando un día pudo aínda platicar, junto al puente de la torga, con la zagala. Echóle en cara Mariuca aquel decir atento al su honor, la culpa de aquel llorar suyo, sin poderse valer para ocultárselo, y aquel morirse de andar en lenguas y la vergüenza de parecerse oir el su nombre en tonadas y cantares. Juraba y perjuraba el mozo que él nada hubiera dicho; que de todo era firme razón la costumbre, y ella sola bastaba; que, tal como no hubieran extrañado que así fuese, nadie podía creer que no fuera así, y más al tanto de que en todo creían hallar esa razón, con la vergüenza luego de haberse pasado la pobre niña por lo que vosotras rapazas, bien sabéis, sin atinar a hallar para su culpa fuero bastante en toda costumbre. Y tanto parló el mozo en aquel encuentro, que en él lloró la cuitada por una honra que no había perdido. ... (ver texto completo)
Pues como veo que estoy yo solita, voy a seguir coen el cuento.

Alocado andaba el galán con aquel morir de su primera alegría. Fuera tanto el suspirar por la ilusiñon en fuga, tal el poner su cuita en acechos y celadas a toda hora, que perdiera la color y rematara al fin con quedar sin ánima, de no hacerle fuerza el tener que valerse de la suya, cuando en la cortejada triste de cada noche iba abondando la pena, si había de sufrir otra compaña que la de su dolor, silencioso en el ínter, poniendo ... (ver texto completo)
Diz que más de una noche, con su padre a solas, díjole Mariuca:
-Acuéstate, padre.
-Deja que pase la ronda de los mozos.
-Es que más tarde vuelve a pasar.
- ¿También eso oiste?
Oir aquello era saber cómo la cortejada daba fin y remate, al usaje del país, con llena de estribillos y tonadas para despertar a las mozas que, esperando, se habían ya dormido.
Y no podía tocar; no le quedaba ese triste consuelo a Pilarito. Si se acercaba al piano alguna vez, caían sobre el teclado sus manos con desfallecimiento. Ni tampoco le era permitido movimiento alguno. De abandonar el silloón por un instante, lo hacía cuando quedaba sola, aproximando a las vidrieras sus ojos obscuros, su frente de raso, como mariposa que aleteara en los cristales cerrados porque buscase morir allí. Cada día estaba peor, Languidecía su bella figura; se notaba el hombro derecho algo ... (ver texto completo)
Al quererse levamtar una tarde del sillón, cayó al suelo privada de sentido. No volvió a quedar sola. Ante el llanto de los suyos, quebró en la enferma la fortaleza opresora del amor contenido, y en tumultuoso ímpetu pugnaron por salir todas sus lágrimas. Ni volvió a quedar sola, ni abandonó más el lecho; y sobrevino un colapso tras de otro, durante los cuales la constricción de la laringe amenazaba llevar la asfixia a la pobre Pilarito, hasta que llegó la noche en que un nuevo ataque apretó también su corazón, y éste dejó de latir.
Durante todo el día fué grande la concurrencia de gente a firmar en las listas, en el portal de la casa mortuoria, por cuyo dintel pasaban casi continuamente los paraguas a medio cerrar para volverse a abrir de nuevo. Caía la lluvia azotada por el viento de Marzo, que sonaba gimiendo en los cristales. Cerca del oscurecer se oyeron en la calle las esquilas funerarias, los triste cánticos, y apareció la fúnebre comitiva. No quise incorporarme a ella hasta el último momento. Desde mi balcón vi la apretada fila de personas que hebchía la calle con los paraguas relucientes bajo la lluvia. Semejaba el entierro un enorme monstruo de negras vértebras, cuyo ondulante caparazón se tendía medrosamente para recibir las persistentes caricias del agua. ... (ver texto completo)
Tema de dolor era su obra. Quizás, únicamente, en fuerza de pasar sus ojos por las notas desoladas que las alas del genio estremecieron, antes de plegarse bajo la fuerza abrumadora del dolor humano, los dedos de Pilarito, pálidos aún, conseguían pulsar con vibraciones de artista la obra dificil de ser interpretada con el ajuste y el vigor que requería la creadora grandeza de una mente gloriosa. Confiando al piano las lágrimas que acaso un resto de esperanza no permitía derramar a sus ojos; dejando ... (ver texto completo)
Y no podía tocar; no le quedaba ese triste consuelo a Pilarito. Si se acercaba al piano alguna vez, caían sobre el teclado sus manos con desfallecimiento. Ni tampoco le era permitido movimiento alguno. De abandonar el silloón por un instante, lo hacía cuando quedaba sola, aproximando a las vidrieras sus ojos obscuros, su frente de raso, como mariposa que aleteara en los cristales cerrados porque buscase morir allí. Cada día estaba peor, Languidecía su bella figura; se notaba el hombro derecho algo desviado, en una forma extraña, de su posición natural. Los comentarios del mundo, que vió sólo con curiosidad cómo Pilarito era olvidada del novio en su enfermedad primera, y se indignaba contra el nuevo abandono cuando vió que al fin se moría la pobre niña, estaban en esto llenos de razón: Pilarito se moría. Debía ella saberlo, pues aunque su increible abnegación la llevaba a decir que no estaba mal, que no debían preocuparse tanto por el estado de su salud, al verse sola sentíase desfallecer, lloraba amargamente, y, sin embargo de cerrarse su alma a toda ilusión, lo mismo que el corazón de los lirios de su romanza, ansiaba la soledad durante el día, al contrario de lo que hacían desar los insomnios de la noche. ... (ver texto completo)
Cierto que el encartado no se había distinguido nunca por su fanatismo en aquella militancia, porque solo le importaban las cosas pequeñas que hacen amable la vida, y de ahí que acostumbrase para sus ratos libres no escuchando proclamas en la Casa del Pueblo, sino alternando con sus compadres por figones y tabernas para merendar si venía al caso o, para descorchar un par de botellas y trasegar su contenido con ellos en paz, amor y compaña, y como además aquellos amigos eran de distintas y aún opuestas ... (ver texto completo)