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III

La vida no es como se la ha soñado. Maximina deseaba tener a toda su familia bajo el mismo cielo, pero Herminio no estaba dispuesto a sacrificar su libertad para hacerse soldado, como la patria le ordenaba. Él quería seguir viendo el amanecer desde el patio de su casa y también quería ser libre para elegir su camino. Alguien le habló de un país lejano del otro lado del Océano que abría sus puertas con generosidad a los extranjeros. Tenía, entonces, veinte años.
Santander es el puerto sonoro, Santander es la ruta quimérica... (de “Carreteras”, 1924, B. Fernández Moreno)
Una mañana de invierno de 1904 Herminio dejó su casa en Valdesamario. Sus padres lo vieron irse con el corazón partido y desearon que su hijo mayor llegase sano y salvo a esa tierra lejana que últimamente todos nombraban. La decisión de marcharse no fue fácil tomarla, allí quedarían sus padres y sus hermanos y tal vez nunca volviera a verlos.
Por cierto que el viaje no sería placentero, era un desertor. Atravesando la provincia de León y cruzando la Cordillera Cantábrica llegó hasta el puerto de Santander, puerta de salida de los labriegos españoles que buscaban la tierra prometida. Merodeó algunos días por el puerto tratando de enterarse qué barco zarparía primero. Estaba ansioso por comenzar el viaje. El vapor “San Cristóbal” fue el que el destino le eligió. ¿Sería acaso para protegerlo durante la travesía? Esa noche trepó sigilosamente por la escalerilla y buscó la manera de acceder a la bodega sin ser visto. Lo logró y, a la mañana siguiente lentamente, con una estela de espuma, el barco fue dejando atrás la costa española.