Hola, franma. Comienzas tu intervención con una afirmación...

Hola, franma. Comienzas tu intervención con una afirmación completamente de tu cosecha. Dices: „Según tú...“. Tendrías que haber dicho: „Según yo...“. Pues todo eso que me atribuyes no se deduce de ninguna de mis afirmaciones. Más bien todo lo contrario. Pienso que el catecismo de Astete que tú estudiaste no te enseñó mentiras, sino una doctrina acomodada en su época a los niños y a la gente de nivel primario de educación. No pretendía se un libro para altos niveles sino, como el mismo nombre indicaba, un catecismo.
Luego aprovechas la carrerilla de la primera afirmación para llevarte por delante las cosas sin el menor criterio objetivo. No quiero darte consejos, pero me parece adivinar que te vendría bien una cierta dosis de serenidad y objetividad para tratar temas que te irritan. Yo me pregunto ¿por qué te pueden irritar? Yo puedo estar de acuerdo o no con alguien, pero no tengo por qué ser agresivo. Es más positivo reflexionar y dar argumentos. Seguramente tus ideas también tienen argumentos por los cuales las has ido elaborando. Expón esas ideas, pero no te atropelles, porque entonces los lectores que no coincidamos contigo no te vamos a tomar en serio. Como puedes venir observando, en mis intervenciones yo me tomo en serio al interlocutor. Por eso intento dar los argumentos que considero que apoyan mis tesis. Esto es también ejercicio de respeto y de democracia, además de que en el diálogo podemos ver nuestras propias limitaciones y las luces de los demás. En las discusiones no sucede lo mismo, sino que cada uno contesta con lo que tiene en su propia cabeza, perscindiendo de la pregunta que el otro haya hecho, porque le interpretamos y partimos del supuesto de lo que el otro me va a decir, sin necesidad de escucharle.
Contestando a alguna de tus cosas, aquellas que creo de interés, te diré que en el pueblo de Jesús sí era muy normal que los hombres supieran leer en una buena parte, porque desde el paso a la adolescencia ya muchos se iniciaban en la lectura en público de las Escrituras. De Jesús sabemos que un día entró en la sinagoga y salió a leer, pecisamente un texto del profesta Isaías: „El espíritu del Señor está sobre mí...“. Luego lo comentó.
Dices: „ ¿Crees que un pescador de aquella época sería un elocuente orador?” ¿A quién te refieres?. De ninguno de los apóstoles pescadores hemos afirmado que fueran elocuentes oradores (Jesús no era pescador). Jesucristo no hizo nunca alarde de oratoria. Más bien se acomodaba a la gente sencilla hablando en parábolas y comparaciones de la vida ordinaria, del campo, de la pesca, de la vida familiar y doméstica. Hablaba de lo más sublime con el lenguaje más asequible.
Me parece una objeción muy oportuna la que haces: “ ¿no crees que el mensaje eminentemente oral a podido sufrir sustanciales modificaciones?”. Más aún, también el lenguaje escrito puede sufrir ese riesgo. Con la invención de la imprenta este riesgo sigue existiendo, pero mucho menor, pues al corregir la primera copia, ya quedan corregidas automáticamente todas las subsiguientes. Pero antes no existía la imprenta, y los copistas podían estar fatigados, o hacer sus interpretaciones ante alguna palabra que no entendieran bien.
Los que estudian paleografía lo tienen muy en cuenta y deben abordarlo con minuciosidad. No me extenderé (tampoco te daré una disertación especializada, sino para que podamos entendernos), pues el tema es muy largo, pero te daré dos pistas de solución: una natural y otra de fe. (continúa)