Amantes del teatro y la lectura

MAÑANA DE SOL
Foto enviada por peregrina


(CONTINUACIÓN)

DOÑA LAURA. ¡Pobre Laura!

DON GONZALO. ¡Pobre Gonzalo!

DOÑA LAURA. (¡Yo no le digo que a los dos años me casé con un fabricante de cervezas!)

DON GONZALO. (¡Yo no le digo que a los tres meses me largué a París con una bailarina!)

DOÑA LAURA. Pero ¿ha visto usted cómo nos ha unido la casualidad, y cómo una aventura añeja ha hecho que hablemos lo mismo que si fuéramos amigos antiguos?

DON GONZALO. Y eso que empezamos riñendo.

DOÑA LAURA. Porque usted me espantó los gorriones.

DON GONZALO. Venía muy mal templado.

DOÑA LAURA. Ya, ya lo vi. ¿Va usted a volver mañana?

DON GONZALO. Si hace sol, desde luego. Y no sólo no espantaré los gorriones, sino que también les traeré miguitas...

DOÑA LAURA. Muchas gracias, señor... Son buena gente; se lo merecen todo. Por cierto que no sé dónde anda mi chica... _Se levanta._ ¿Qué hora será ya?

DON GONZALO. _Levantándose._ Cerca de las doce. También ese bribón de Juanito... _Va hacia la derecha._

DOÑA LAURA. _Desde la izquierda del foro, mirando hacia dentro._ Allí la diviso con su guarda... _Hace señas con la mano para que se acerque._

DON GONZALO. _Contemplando, mientras, a la señora._ (No... no me descubro... Estoy hecho un mamarracho tan grande... Que recuerde siempre al mozo que pasaba al galope y le echaba las flores a la ventana de las campanillas azules...)

DOÑA LAURA. ¡Qué trabajo le ha costado despedirse! Ya viene.

DON GONZALO. Juanito, en cambio... ¿Dónde estará Juanito? Se habrá engolfado con alguna niñera. _Mirando hacia la derecha primero, y haciendo señas como doña Laura después._ Diablo de muchacho...

DOÑA LAURA. _Contemplando al viejo._ (No... no me descubro... Estoy hecha una estantigua... Vale más que recuerde siempre a la niña de los ojos negros, que le arrojaba las flores cuando él pasaba por la veredilla de los rosales...)

JUANITO _sale por la derecha y_ PETRA _por la izquierda. Petra trae un manojo de violetas._

DOÑA LAURA. Vamos, mujer; creí que no llegabas nunca.

DON GONZALO. Pero, Juanito, ¡por Dios! que son las tantas...

PETRA. Estas violetas me ha dado mi novio para usted.

DOÑA LAURA. Mira qué fino... Las agradezco mucho... _Al cogerlas se le caen dos o tres al suelo._ Son muy hermosas...

DON GONZALO. _Despidiéndose._ Pues, señora mía, yo he tenido un honor muy grande... un placer inmenso...

DOÑA LAURA. _Lo mismo._ Y yo una verdadera satisfacción...

DON GONZALO. ¿Hasta mañana?

DOÑA LAURA. Hasta mañana.

DON GONZALO. Si hace sol...

DOÑA LAURA. Si hace sol... ¿Irá usted a su banco?

DON GONZALO. No, señora; que vendré a éste.

DOÑA LAURA. Este banco es muy de usted.

_Se ríen._

DON GONZALO. Y repito que traeré miga para los gorriones...

_Vuelven a reírse._

DOÑA LAURA. Hasta mañana.

DON GONZALO. Hasta mañana.

_Doña Laura se encamina con Petra hacia la derecha. Don Gonzalo, antes de irse con Juanito hacia la izquierda, tembloroso y con gran esfuerzo se agacha a coger las violetas caídas. Doña Laura vuelve naturalmente el rostro y lo ve._

JUANITO. ¿Qué hace usted, señor?

DON GONZALO. Espera, hombre, espera...

DOÑA LAURA. (No me cabe duda: es él...)

DON GONZALO. (Estoy en lo firme: es ella...)

_Después de hacerse un nuevo saludo de despedida._

DOÑA LAURA. (¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)

DON GONZALO. (¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)

_Se van, apoyado cada uno en el brazo de su servidor y volviendo la cara sonrientes, como si él pasara por la veredilla de los rosales y ella estuviera en la ventana de las campanillas azules._ ... (ver texto completo)
(CONTINUACIÓN)

DOÑA LAURA. (¡Si supieras que la tienes al lado, ya verías lo que los sueños valen!) Yo la quise de veras, muy de veras. Fué muy desgraciada. Tuvo unos amores muy tristes.

DON GONZALO. Muy tristes.

_Se miran de nuevo._

DOÑA LAURA. ¿Usted lo sabe?

DON GONZALO. Sí.

DOÑA LAURA. (¡Qué cosas hace Dios! Este hombre es aquél.)

DON GONZALO. Precisamente el enamorado galán, si es que nos referimos los dos al mismo caso...

DOÑA LAURA. ¿Al del duelo?

DON GONZALO. Justo: al del duelo. El enamorado galán era... era un pariente mío, un muchacho de toda mi predilección.

DOÑA LAURA. Ya, vamos, ya. Un pariente... A mí me contó ella en una de sus últimas cartas, la historia de aquellos amores, verdaderamente románticos.

DON GONZALO. Platónicos. No se hablaron nunca.

DOÑA LAURA. Él, su pariente de usted, pasaba todas las mañanas a caballo por la veredilla de los rosales, y arrojaba a la ventana un ramo de flores, que ella cogía.

DON GONZALO. Y luego, a la tarde, volvía a pasar el gallardo jinete, y recogía un ramo de flores que ella le echaba. ¿No es esto?

DOÑA LAURA. Eso es. A ella querían casarla con un comerciante... un cualquiera, sin más títulos que el de enamorado.

DON GONZALO. Y una noche que mi pariente rondaba la finca para oírla cantar, se presentó de improviso aquel hombre.

DOÑA LAURA. Y le provocó.

DON GONZALO. Y se enzarzaron.

DOÑA LAURA. Y hubo desafío.

DON GONZALO. Al amanecer: en la playa. Y allí se quedó malamente herido el provocador. Mi pariente tuvo que esconderse primero, y luego que huir.

DOÑA LAURA. Conoce usted al dedillo la historia.

DON GONZALO. Y usted también.

DOÑA LAURA. Ya le he dicho a usted que ella me la contó.

DON GONZALO. Y mi pariente a mí... (Esta mujer es Laura... ¡Qué cosas hace Dios!)

DOÑA LAURA. (No sospecha quién soy: ¿para qué decírselo? Que conserve aquella ilusión...)

DON GONZALO. (No presume que habla con el galán... ¿Qué ha de presumirlo?... Callaré.)

_Pausa._

DOÑA LAURA. ¿Y fue usted, acaso, quien le aconsejó a su pariente que no volviera a pensar en Laura? (¡Anda con ésa!)

DON GONZALO. ¿Yo? ¡Pero si mi pariente no la olvidó un segundo!

DOÑA LAURA. Pues ¿cómo se explica su conducta?

DON GONZALO. ¿Usted sabe?... Mire usted, señora: el muchacho se refugió primero en mi casa--temeroso de las consecuencias del duelo con aquel hombre, muy querido allá;--luego se trasladó a Sevilla; después vino a Madrid... Le escribió a Laura ¡qué sé yo el número de cartas!--algunas en verso, me consta...--Pero sin duda las debieron de interceptar los padres de ella, porque Laura no contestó... Gonzalo, entonces, desesperado, desengañado, se incorporó al ejército de África, y allí, en una trinchera, encontró la muerte, abrazado a la bandera española y repitiendo el nombre de su amor: Laura... Laura... Laura...

DOÑA LAURA. (¡Qué embustero!)

DON GONZALO. (No me he podido matar de un modo más gallardo.)

DOÑA LAURA. ¿Sentiría usted a par del alma esa desgracia?

DON GONZALO. Igual que si se tratase de mi persona. En cambio, la ingrata, quién sabe si estaría a los dos meses cazando mariposas en su jardín, indiferente a todo...

DOÑA LAURA. Ah, no, señor; no, señor...

DON GONZALO. Pues es condición de mujeres...

DOÑA LAURA. Pues aunque sea condición de mujeres, la _Niña de Plata_ no era así. Mi amiga esperó noticias un día, y otro, y otro... y un mes, y un año... y la carta no llegaba nunca. Una tarde, a la puesta del sol, con el primer lucero de la noche, se la vió salir resuelta camino de la playa... de aquella playa donde el predilecto de su corazón se jugó la vida. Escribió su nombre en la arena--el nombre de él,--y se sentó luego en una roca, fija la mirada en el horizonte... Las olas murmuraban su monólogo eterno... e iban poco a poco cubriendo la roca en que estaba la niña... ¿Quiere usted saber más?... Acabó de subir la marea... y la arrastró consigo...

DON GONZALO. ¡Jesús!

DOÑA LAURA. Cuentan los pescadores de la playa, que en mucho tiempo no pudieron borrar las olas aquel nombre escrito en la arena. (¡A mí no me ganas tú a finales poéticos!)

DON GONZALO. (¡Miente más que yo!)

_Pausa._ ... (ver texto completo)
(Continuación)

DON GONZALO. _Sacudiéndose las botas con el pañuelo._ Si regaran un poco más, tampoco perderíamos nada.

DOÑA LAURA. Ocurrencia es: limpiarse las botas con el pañuelo de la nariz.

DON GONZALO. ¿Eh?

DOÑA LAURA. ¿Se sonará usted con un cepillo?

DON GONZALO. ¿Eh? Pero, señora, ¿con qué derecho...?

DOÑA LAURA. Con el de vecindad.

DON GONZALO. _Cortando por lo sano._ Mira, Juanito, dame el libro; que no tengo ganas de oír más tonteras.

DOÑA LAURA. Es usted muy amable.

DON GONZALO. Si no fuera usted tan entrometida...

DOÑA LAURA. Tengo el defecto de decir todo lo que pienso.

DON GONZALO. Y el de hablar más de lo que conviene. Dame el libro, Juanito.

JUANITO. Vaya, señor. _Saca del bolsillo un libro y se lo entrega. Paseando luego por el foro, se aleja hacia la derecha y desaparece._

_Don Gonzalo, mirando a doña Laura siempre con rabia, se pone unas gafas prehistóricas, saca una gran lente, y con el auxilio de toda esa cristalería se dispone a leer._

DOÑA LAURA. Creí que iba usted a sacar ahora un telescopio.

DON GONZALO. ¡Oiga usted!

DOÑA LAURA. Debe usted de tener muy buena vista.

DON GONZALO. Como cuatro veces mejor que usted.

DOÑA LAURA. Ya, ya se conoce.

DON GONZALO. Algunas liebres y algunas perdices lo pudieran atestiguar.

DOÑA LAURA. ¿Es usted cazador?

DON GONZALO. Lo he sido... Y aún... aún...

DOÑA LAURA. ¿Ah, sí?

DON GONZALO. Sí, señora. Todos los domingos, ¿sabe usted? cojo mi escopeta y mi perro, ¿sabe usted? y me voy a una finca de mi propiedad, cerca de Aravaca... A matar el tiempo, ¿sabe usted?

DOÑA LAURA. Sí; como no mate usted el tiempo... ¡lo que es otra cosa!

DON GONZALO. ¿Conque no? Ya le enseñaría yo a usted una cabeza de jabalí que tengo en mi despacho.

DOÑA LAURA. ¡Toma! y yo a usted una piel de tigre que tengo en mi sala. ¡Vaya un argumento!

DON GONZALO. Bien está, señora. Déjeme usted leer. No estoy por darle a usted más palique.

DOÑA LAURA. Pues con callar, hace usted su gusto.

DON GONZALO. Antes voy a tomar un polvito. _Saca una caja de rapé._ De esto sí le doy. ¿Quiere usted?

DOÑA LAURA. Según. ¿Es fino?

DON GONZALO. No lo hay mejor. Le agradará.

DOÑA LAURA. A mí me descarga mucho la cabeza.

DON GONZALO. Y a mí.

DOÑA LAURA. ¿Usted estornuda?

DON GONZALO. Sí, señora: tres veces.

DOÑA LAURA. Hombre, y yo otras tres: ¡qué casualidad!

_Después de tomar cada uno su polvito, aguardan los estornudos haciendo visajes, y estornudan alternativamente._

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Jesús!

DON GONZALO. Gracias. Buen provechito.

DOÑA LAURA. Igualmente. (Nos ha reconciliado el rapé.)

DON GONZALO. Ahora me va usted a dispensar que lea en voz alta.

DOÑA LAURA. Lea usted como guste: no me incomoda.

DON GONZALO. _Leyendo._

Todo en amor es triste;
mas, triste y todo, es lo mejor que existe.

De Campoamor; es de Campoamor.

DOÑA LAURA. ¡Ah!

DON GONZALO. _Leyendo._

Las niñas de las madres que amé tanto,
me besan ya como se besa a un santo.

Éstas son humoradas.

DOÑA LAURA. Humoradas, sí.

DON GONZALO. Prefiero las doloras.

DOÑA LAURA. Y yo.

DON GONZALO. También hay algunas en este tomo. _Busca las doloras y lee._ Escuche usted ésta:

Pasan veinte años: vuelve él...

DOÑA LAURA. No sé qué me da verlo a usted leer con tantos cristales...

DON GONZALO. ¿Pero es que usted, por ventura, lee sin gafas?

DOÑA LAURA. ¡Claro!

DON GONZALO. ¿A su edad?... Me permito dudarlo.

DOÑA LAURA. Déme usted el libro. _Lo toma de mano de don Gonzalo, y lee:_

Pasan veinte años: vuelve él,
y al verse, exclaman él y ella:
(-- ¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)
(-- ¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)

_Le devuelve el libro._

DON GONZALO. En efecto: tiene usted una vista envidiable.

DOÑA LAURA. (¡Como que me sé los versos de memoria!)

DON GONZALO. Yo soy muy aficionado a los buenos versos... Mucho. Y hasta los compuse en mi mocedad.

DOÑA LAURA. ¿Buenos?

DON GONZALO. De todo había. Fuí amigo de Espronceda, de Zorrilla, de Bécquer... A Zorrilla lo conocí en América.

DOÑA LAURA. ¿Ha estado usted en América?

DON GONZALO. Varias veces. La primera vez fui de seis años.

DOÑA LAURA. ¿Lo llevaría a usted Colón en una carabela?

DON GONZALO. _Riéndose._ No tanto, no tanto... Viejo soy, pero no conocí a los Reyes Católicos...

DOÑA LAURA. Je, je...

DON GONZALO. También fui gran amigo de éste: de Campoamor. En Valencia nos conocimos... Yo soy valenciano.

DOÑA LAURA. ¿Sí?

DON GONZALO. Allí me crié; allí pasé mi primera juventud... ¿Conoce usted aquello?

DOÑA LAURA. Sí, señor. Cercana a Valencia, a dos o tres leguas de camino, había una finca que si aún existe se acordará de mí. Pasé en ella algunas temporadas. De esto hace muchos años; muchos. Estaba próxima al mar, oculta entre naranjos y limoneros... Le decían... ¿cómo le decían?... _Maricela._

DON GONZALO. _ ¿Maricela?_

DOÑA LAURA. _Maricela._ ¿Le suena a usted el nombre?

DON GONZALO. ¡Ya lo creo! Como que si yo no estoy trascordado--con los años se va la cabeza,--allí vivió la mujer más preciosa que nunca he visto. ¡Y ya he visto algunas en mi vida!... Deje usted, deje usted... Su nombre era Laura. El apellido no lo recuerdo... _Haciendo memoria._ Laura. Laura... ¡Laura Llorente!

DOÑA LAURA. Laura Llorente...

DON GONZALO. ¿Qué?

_Se miran con atracción misteriosa._

DOÑA LAURA. Nada... Me está usted recordando a mi mejor amiga.

DON GONZALO. ¡Es casualidad!

DOÑA LAURA. Sí que es peregrina casualidad. La _Niña de Plata_.

DON GONZALO. La _Niña de Plata_... Así le decían los huertanos y los pescadores. ¿Querrá usted creer que la veo ahora mismo, como si la tuviera presente, en aquella ventana de las campanillas azules?... ¿Se acuerda usted de aquella ventana?...

DOÑA LAURA. Me acuerdo. Era la de su cuarto. Me acuerdo.

DON GONZALO. En ella se pasaba horas enteras... En mis tiempos, digo.

DOÑA LAURA. _Suspirando._ Y en los míos también.

DON GONZALO. Era ideal, ideal... Blanca como la nieve... Los cabellos muy negros... Los ojos muy negros y muy dulces... De su frente parecía que brotaba luz... Su cuerpo era fino, esbelto, de curvas muy suaves...

¡Qué formas de belleza soberana
modela Dios en la escultura humana!

Era un sueño, era un sueño... ... (ver texto completo)