(Continuación)...

(Continuación)

DON GONZALO. _Sacudiéndose las botas con el pañuelo._ Si regaran un poco más, tampoco perderíamos nada.

DOÑA LAURA. Ocurrencia es: limpiarse las botas con el pañuelo de la nariz.

DON GONZALO. ¿Eh?

DOÑA LAURA. ¿Se sonará usted con un cepillo?

DON GONZALO. ¿Eh? Pero, señora, ¿con qué derecho...?

DOÑA LAURA. Con el de vecindad.

DON GONZALO. _Cortando por lo sano._ Mira, Juanito, dame el libro; que no tengo ganas de oír más tonteras.

DOÑA LAURA. Es usted muy amable.

DON GONZALO. Si no fuera usted tan entrometida...

DOÑA LAURA. Tengo el defecto de decir todo lo que pienso.

DON GONZALO. Y el de hablar más de lo que conviene. Dame el libro, Juanito.

JUANITO. Vaya, señor. _Saca del bolsillo un libro y se lo entrega. Paseando luego por el foro, se aleja hacia la derecha y desaparece._

_Don Gonzalo, mirando a doña Laura siempre con rabia, se pone unas gafas prehistóricas, saca una gran lente, y con el auxilio de toda esa cristalería se dispone a leer._

DOÑA LAURA. Creí que iba usted a sacar ahora un telescopio.

DON GONZALO. ¡Oiga usted!

DOÑA LAURA. Debe usted de tener muy buena vista.

DON GONZALO. Como cuatro veces mejor que usted.

DOÑA LAURA. Ya, ya se conoce.

DON GONZALO. Algunas liebres y algunas perdices lo pudieran atestiguar.

DOÑA LAURA. ¿Es usted cazador?

DON GONZALO. Lo he sido... Y aún... aún...

DOÑA LAURA. ¿Ah, sí?

DON GONZALO. Sí, señora. Todos los domingos, ¿sabe usted? cojo mi escopeta y mi perro, ¿sabe usted? y me voy a una finca de mi propiedad, cerca de Aravaca... A matar el tiempo, ¿sabe usted?

DOÑA LAURA. Sí; como no mate usted el tiempo... ¡lo que es otra cosa!

DON GONZALO. ¿Conque no? Ya le enseñaría yo a usted una cabeza de jabalí que tengo en mi despacho.

DOÑA LAURA. ¡Toma! y yo a usted una piel de tigre que tengo en mi sala. ¡Vaya un argumento!

DON GONZALO. Bien está, señora. Déjeme usted leer. No estoy por darle a usted más palique.

DOÑA LAURA. Pues con callar, hace usted su gusto.

DON GONZALO. Antes voy a tomar un polvito. _Saca una caja de rapé._ De esto sí le doy. ¿Quiere usted?

DOÑA LAURA. Según. ¿Es fino?

DON GONZALO. No lo hay mejor. Le agradará.

DOÑA LAURA. A mí me descarga mucho la cabeza.

DON GONZALO. Y a mí.

DOÑA LAURA. ¿Usted estornuda?

DON GONZALO. Sí, señora: tres veces.

DOÑA LAURA. Hombre, y yo otras tres: ¡qué casualidad!

_Después de tomar cada uno su polvito, aguardan los estornudos haciendo visajes, y estornudan alternativamente._

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Ah... chis!

DON GONZALO. ¡Ah... chis!

DOÑA LAURA. ¡Jesús!

DON GONZALO. Gracias. Buen provechito.

DOÑA LAURA. Igualmente. (Nos ha reconciliado el rapé.)

DON GONZALO. Ahora me va usted a dispensar que lea en voz alta.

DOÑA LAURA. Lea usted como guste: no me incomoda.

DON GONZALO. _Leyendo._

Todo en amor es triste;
mas, triste y todo, es lo mejor que existe.

De Campoamor; es de Campoamor.

DOÑA LAURA. ¡Ah!

DON GONZALO. _Leyendo._

Las niñas de las madres que amé tanto,
me besan ya como se besa a un santo.

Éstas son humoradas.

DOÑA LAURA. Humoradas, sí.

DON GONZALO. Prefiero las doloras.

DOÑA LAURA. Y yo.

DON GONZALO. También hay algunas en este tomo. _Busca las doloras y lee._ Escuche usted ésta:

Pasan veinte años: vuelve él...

DOÑA LAURA. No sé qué me da verlo a usted leer con tantos cristales...

DON GONZALO. ¿Pero es que usted, por ventura, lee sin gafas?

DOÑA LAURA. ¡Claro!

DON GONZALO. ¿A su edad?... Me permito dudarlo.

DOÑA LAURA. Déme usted el libro. _Lo toma de mano de don Gonzalo, y lee:_

Pasan veinte años: vuelve él,
y al verse, exclaman él y ella:
(-- ¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)
(-- ¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)

_Le devuelve el libro._

DON GONZALO. En efecto: tiene usted una vista envidiable.

DOÑA LAURA. (¡Como que me sé los versos de memoria!)

DON GONZALO. Yo soy muy aficionado a los buenos versos... Mucho. Y hasta los compuse en mi mocedad.

DOÑA LAURA. ¿Buenos?

DON GONZALO. De todo había. Fuí amigo de Espronceda, de Zorrilla, de Bécquer... A Zorrilla lo conocí en América.

DOÑA LAURA. ¿Ha estado usted en América?

DON GONZALO. Varias veces. La primera vez fui de seis años.

DOÑA LAURA. ¿Lo llevaría a usted Colón en una carabela?

DON GONZALO. _Riéndose._ No tanto, no tanto... Viejo soy, pero no conocí a los Reyes Católicos...

DOÑA LAURA. Je, je...

DON GONZALO. También fui gran amigo de éste: de Campoamor. En Valencia nos conocimos... Yo soy valenciano.

DOÑA LAURA. ¿Sí?

DON GONZALO. Allí me crié; allí pasé mi primera juventud... ¿Conoce usted aquello?

DOÑA LAURA. Sí, señor. Cercana a Valencia, a dos o tres leguas de camino, había una finca que si aún existe se acordará de mí. Pasé en ella algunas temporadas. De esto hace muchos años; muchos. Estaba próxima al mar, oculta entre naranjos y limoneros... Le decían... ¿cómo le decían?... _Maricela._

DON GONZALO. _ ¿Maricela?_

DOÑA LAURA. _Maricela._ ¿Le suena a usted el nombre?

DON GONZALO. ¡Ya lo creo! Como que si yo no estoy trascordado--con los años se va la cabeza,--allí vivió la mujer más preciosa que nunca he visto. ¡Y ya he visto algunas en mi vida!... Deje usted, deje usted... Su nombre era Laura. El apellido no lo recuerdo... _Haciendo memoria._ Laura. Laura... ¡Laura Llorente!

DOÑA LAURA. Laura Llorente...

DON GONZALO. ¿Qué?

_Se miran con atracción misteriosa._

DOÑA LAURA. Nada... Me está usted recordando a mi mejor amiga.

DON GONZALO. ¡Es casualidad!

DOÑA LAURA. Sí que es peregrina casualidad. La _Niña de Plata_.

DON GONZALO. La _Niña de Plata_... Así le decían los huertanos y los pescadores. ¿Querrá usted creer que la veo ahora mismo, como si la tuviera presente, en aquella ventana de las campanillas azules?... ¿Se acuerda usted de aquella ventana?...

DOÑA LAURA. Me acuerdo. Era la de su cuarto. Me acuerdo.

DON GONZALO. En ella se pasaba horas enteras... En mis tiempos, digo.

DOÑA LAURA. _Suspirando._ Y en los míos también.

DON GONZALO. Era ideal, ideal... Blanca como la nieve... Los cabellos muy negros... Los ojos muy negros y muy dulces... De su frente parecía que brotaba luz... Su cuerpo era fino, esbelto, de curvas muy suaves...

¡Qué formas de belleza soberana
modela Dios en la escultura humana!

Era un sueño, era un sueño...