¡No hay como el norte para deleitarse en la contemplación de la naturaleza! Pero tampoco hay que perder de vista en tierras de interior la furia natural de rayos y truenos. Yo me admiraba de ellos en mi tierra natal. Pinos resineros segados por un rayo, agua torrencialmente roja (porque la tierra así es) bajando como una riada, que sin llegar a asustarte pero que te daba cierto respeto.
Y desde luego si se puede evitar es mejor verlo desde casa.
Una vez a mi
abuela la sorprendió una noche de tormenta cegada por nos buenos níscalos de los montes. Y pasó la noche acurrucada bajo un pino hasta que la encontraron a la pobre. Que mejor dicho, fue ella la que les avistó, y salió de su escondrijo a alertarles.
Mientras, estábamos en Ciruelos, y me contaban batallitas mis
amigos y
amigas para que no me preocupara, que encontrarían a mi abuela viva y sana. Lo vas a ver, me decían.
Y lo vi, así fue, que los dos tractores que salieron del pueblo volvieron efectivamente con ella. Y regresaban como en las películas que veíamos en el teleclub de Ciruelos, entre ovaciones, de los que allí habíamos sudado la gota gorda pensanddo en su rescate, si sería posible o no que yo volviese a ver a mi queridísima abuela.
Y la pobre se pasó toda la noche sangrando de la nariz pero contándonos su aventura setera. Un buen corro la despistó, a mi pobre.
LAS OLAS PREFABRICADAS DE
BURGOS Y EL MEH CON LA CATEDRAL DE FONDO