Noemí, seguro que los virus no resistian las temperaturas...

VIENTO DEL CIERZO

Situada la casa en la ladera del cerro, encarada hacia el Sur, era bañada por el sol en los días más fríos del duro invierno. Y aún así, el viento del Cierzo, se hacía sentir por toda la vega, por lo que toda la familia y los animales lo pasaban muy mal. Aquellos días que el viento soplaba del Norte, las heladas se hacían persistentes en las zonas que no daba el sol. Se conservaba el hielo sin derretirse y se acumulaba de un día para otro, llegando a hacerse una capa de hielo muy gruesa, que duraba hasta dos meses en el invierno. También había grandes nevadas, cuando la familia se despertaba por la mañana, al abrir la ventana, se veía una auténtica postal navideña: los cerros, los árboles de la alameda, el merendero, los sembrados y el jardín de la Sra. Rosario, estaban cubiertos por la nieve. Se veía el tejado del palomar, con las palomas zureando en aquella nieve tan resplandeciente y espesa. Las ovejas por los barbechos, se les sentía balar y se agrupaban entre ellas para evitar en lo posible el intenso frío.

Al levantarse los niños, bajaban las escaleras corriendo, y al abrir la puerta de la calle una bocanada de oxígeno puro entraba por los pulmones, haciendo así más placentera la observación de tanta hermosura, en aquellas tierras de trabajo y soledad.
Los niños jugaban tirándose unos a los otros las bolas de nieve. En las horas centrales del día, los rayos del sol derretían parte de la nieve. Se deslizaba el agua por los canalones del tejado, que parecía que estaba lloviendo; y cuando se volvían a helar por las noches, se hacían unos chupones de hielo que, a la mañana siguiente, colgaban en forma de estalactitas.
Las mañanas eran gélidas, pero los niños no sentían el frío, jugaban haciendo bolas y muñecos de nieve. El hielo de los canalones los chupaban, y decían que eran barritas de caramelo.

Cuando el trigo y la cebada estaban creciendo y los brotes estaban a un palmo del suelo, se veían como alfombras verdes, espolvoreadas con cristalitos molidos. Eran meses de frío intenso. Las gallinas y los pajarillos lo pasaban como podían; se les veía buscando comida con una pata levantada metida entre las plumas y después, hacían cambio con la otra, para que no se les congelase. Las plumas las mantenían huecas, esponjosas, para mantener en el cuerpo una cámara de aire templado que les permitiera seguir buscando comida.

En invierno todo era más triste y solitario. Los animales buscaban el amparo y el calor de los refugios. Los árboles del río y de la alameda se habían desnudado de sus hojas, para entrar así, en el letargo del sueño invernal. Los frutales hacían lo mismo, para no gastar las energías que más tarde, iban a necesitar para dar la flor, con buenos y abundantes frutos.

Con las lluvias del otoño, las labores de la tierra eran penosas, no había más remedio que hacerlas, porque eran muchas y el tiempo apremiaba para la siembra. El campo había que prepararlo para que estuviese apunto en la época de siembra. Los cereales tenían que sembrarlos si las lluvias lo permitían, y no quedaban las tierras anegadas por las aguas. Si era así, había que esperar a que estuvieran secas para que no se hundieran las caballerías y el arado. Muchas veces se ponían a labrar la tierra, sin que se hubiera secado lo suficiente. El arado se clavaba de forma infernal y los animales hincados hasta las rodillas de barro, tiraban del arado muchas horas al día. Había que seguir arando hasta terminar el tajo, aunque fuesen jadeando y estuviesen cansados hasta llegar a la extenuación.

Continuará....

Saludos

Estrella

Todo me recuerda cosas de mi niñez. ENTRAÑABLE

Gracias Noemí por tu apreciación.
Nosotros hemos cambiado, pero la naturaleza sige siendo la masma. De ahí, que hay que saber apreciar profundamente todo lo que nos da, y valorar el exfuerzo de quien lo trabaja.
Saludos
Estrella

Buenas noches ESTRELLA, acabo de hablar con mi madre y me dice que por mi pueblo el paisaje es igual que el que describes en el relato; 6 grados negativos y el suelo cubierto por la blanca cencellada, como siga helando y con estas temperaturas se acumulará de un día para otro. Lo que más me gustaba eran esos canales de los tejados que al caer el agua se congelaba con caprichosas formas.

A los niños nos encantaba chuparlos como si fueran polos de helado, ¡qué brutos éramos!, hasta que un día mi padre nos lo prohibió con este argumento: ¡¿NO SABÉIS QUE EN LOS TEJADOS HACEN PIS LOS GATOS?!. Pienso que los virus no resistían esas temperaturas porque estamos todos vivos. FELIZ NOCHE.

Noemí, seguro que los virus no resistian las temperaturas tan bajas, porque yo nunca me ponía enferma. Despues he enfermado por otras cosas de poca importancia, gracias a Dios.

Saludos
Estrella