LA NOGALA SE SECÓ. (Continuación, 2)...

LA NOGALA SE SECÓ. (Continuación, 2)

El ácrata dio un tirón, se desprendió del veraneante y sacando una navaja cabritera fue a endilgarle un tajo en el bajo vientre. Todo transcurrió en cosa de segundos. El filo de la cuchilla estuvo cerca de rajar las tripas del veraneante, si no es por un tal Secundino Carballeira, gallego y afilador, circunstancialmente por tierras de Valdegovía en el ejercicio de su profesión, que le arrebató la navaja.
- Este tío me quería matar –dijo Onofre.
- Lo mejor sería –se expresó el afilador con acento gallego cerrado- que todos corriéramos la cremallera para estar callados.
E hizo un gesto con los dedos índice y pulgar apretados, corriendo un supuesto cierre para dejar sellados los labios.
La faca cabritera, testimonio de cargo de un intento de agresión, quedó depositada en el establecimiento de Erasmo Bardeci con encargo de que le fuera entregada a la Guardia Civil cuando diera parte del suceso.
El afilador Carballeira, tipo singular peinado con raya en medio, patillas en hacha, bigote a lo káiser, cráneo braquicéfalo, cuadrado de tórax y facha de forzudo, era un adelantado en su oficio; iba en vanguardia. Viajaba en bicicleta adaptada con un soporte fijo que le permitía estacionarla con la rueda trasera alzada un palmo sobre el pavimento. Así, hacía funcionar un juego de muelas de distinto grano y afilaba al tiempo que daba a los pedales. De este modo lograba afinar el corte lo mismo a las toscas hachas, que a dalles, picos y azadones, cuchillos y tijeras y hasta las más delicadas navajas de afeitar. En la parte posterior del cuadro del ciclo móvil llevaba enganchado un carrito de una sola rueda donde guardaba todos sus menesteres, alguna ropa y ciertas vituallas y un singular toldo para armar una tienda de campaña. Muchos del oficio lo imitarían después de la guerra, dejando a un lado el viejo armatoste de madera, de bajo rendimiento, empujado a mano con mucho sacrificio.
Carballeira era un hombre curtido y perspicaz y tan pronto liberó de la cuchillada al bilbaíno Onofre, advirtió en sus ojos un ramalazo de odio; un odio corrosivo y amargo que lo invadió durante mucho tiempo. El bilbaíno, humillado por el agresivo sindicalista, intuyó que una rebelión armada crearía un clima de impunidad que facilitaría muchos deseos de venganza. Y Carballeira hizo in mente esta reflexión: “No somos nada; si yo fuera el navajero, saldría zumbando para poner tierra por medio”.
Días después, el veinticuatro de julio, viernes, Secundino Carballeira estaba en Mioma donde varios clientes le dieron ocupación para toda la jornada. Al despedirse, preguntó en tono distendido por el anarcosindicalista Simón Parejo y le dijeron que se fue de vuelta a tierras de Vizcaya por un camino de herradura que descendía, por la Peña de Orduña, hasta las cercanías de Tertanga.
Al día siguiente, festividad del Apóstol Santiago, una vez aseado en la fuente pública de Mioma, Secundino Parejo tomó su bicicleta taller, enganchó el carrito de las provisiones y asistencias y se fue por el camino de Valpuesta, donde pensaba oír misa mayor en la iglesia parroquial en homenaje al apóstol, patrón de su tierra. Un pinchazo en la rueda delantera lo detuvo no muy lejos de la nogala achaparrada y umbrática de la vera del camino. Y decidió llegar hasta ella en busca de sombra para desmontar la rueda, sacar la caja de parches y arreglar la avería.