Sócrates y Platon sobre la poesía, La Poesía

Sócrates y Platon sobre la poesía

Miguel Ángel

Platón: No te vayas aún; aún me quedan dudas sobre lo que has dicho de la Justicia.
Sócrates: Platón, mi buen amigo, te tenía por alguien con más suficiencia que un poeta.
Platón: Gran honor me haces, Sócrates, si me comparas con tan ilustres hombres.
Sócrates: Eso crees tú.

Platón: ¿Acaso tienes algo qué decir sobre los poetas?
Sócrates: ¿Yo? Nada. ¿Qué sería de nosotros sin los poemas homéricos que tan bien conocen al hombre? Yo, cuando leo a Homero, siento como que una especie de sabiduría externa me envuelve y me llena de un conocimiento que, aunque fácilmente podría haber deducido yo mismo, nunca fui capaz de llegar a verlo hasta oírlo de los poemas.

Platón: Entonces, Sócrates, si tanto conocimiento te concede el poema y su poeta, ¿por qué no son ellos de tu agrado?

Sócrates: Efectivamente, el poema me llena de un conocimiento que, además de hacerme sabio, también me llena de una especie de agradable sensación en mi interior, como si yo dejara de ser yo mismo para ser alguien superior, con la capacidad de llegar a sentir una realidad nueva, distinta a mi esencia humana. Pero el poeta sólo me lleva a ese estado a través de sus poemas y nunca por sí mismo. Por lo que eso que hace que el poema sea tan estremecedor no ha de venir directamente del poeta, pues si no, el poeta tendría esa capacidad por sí mismo en cualquier momento y no sólo a través de su creación poética.

Platón: Es cierto lo que dices, pues a mí me ocurre lo mismo; pero dime Sócrates, si el poeta no puede crearte esa sensación por sí mismo, ¿cómo puede hacértelo un poema que es sólo el resultado de la acción del poeta?

Sócrates: Pues muy fácil, mi grato discípulo, porque no es ni el poeta ni el poema lo que nos llena de sabio regocijo, sino la poesía.

Platón: Ahora sí que hablas como maestro, Sócrates, pues no entiendo lo que dices. ¿Acaso hay diferencia entre poesía y poema? ¿O entre el poeta y su creación?

Sócrates: Efectivamente, mi alumno más aprendiz, y mucho. Imagínate uno de esos artesanos que tan bien hacen collares, brazaletes o diminutos anillos, adornos que nosotros admiramos boquiabiertos con asombro y preguntas del tipo " ¿Cómo pueden hacer algo tan bello?". Sin embargo ninguno de los abalorios suscita en nosotros ese estremecimiento ante lo creado como nos lo hace sentir un poema, sea épico de Homero o de tu admirada Safo o de nuestro compatriota Sófocles cuando hace mostrarse a sus Edipos. Y eso es porque un buen artesano, conocedor del arte de la artesanía, puede transmitir a cualquier persona su arte, su habilidad y éste será capaz de hacer otro collar de semejante o superior cualidad, ¿pero has visto tú que tras Homero haya habido un otro Homero, si no mejor, siquiera igual? Y eso es porque lo que hace que Homero creara como creó no se debe a su habilidad, sino a otra cosa capaz no sólo de hacer bella la creación de Homero, sino también de mantenerla bella cuando la recita un rapsoda o la escuchamos algunos de nosotros.

Platón: ¿Pero qué es esa fuerza capaz de mantenerse viva tanto tiempo y a través de varias personas?

Sócrates: Has oído hablar de la piedra de Heraclea, o como la llama Eurípides, piedra magnética, ¿no? Pues una fuerza similar a esta piedra magnética que es capaz no sólo de unir a sí misma piezas de hierro, sino que también es capaz de transmitir su fuerza a otra pieza de hierro que se una a la primera, y esta segunda a una tercera y esta tercera a otra cuarta y según la fuerza de la piedra, así también será el número de piezas de hierro capaz de unir.

Platón: ¿Pero cuál es esa fuerza, Sócrates, o no vas a acabar de decirlo?

Sócrates: Como nosotros llamamos artesanía al arte del artesano cuando crea su obra, también llamamos poesía al arte del poeta cuando crea un poema. Sin embargo este arte no es enseñable en su total porque si no, cualquiera que aprenda de Homero sería un Homero o incluso un poeta mejor. El poeta inspira fuera de sí un aire diferente, especial, que le hace dar ese punto bello, tan profundamente humano, veraz y diríamos que magnético. Y esta fuerza no puede provenir del propio hombre, pues como hemos dicho antes, el arte de la poesía no puede enseñarse en su totalidad y precisamente la parte de este arte que no puede enseñarse es la verdadera poesía. Como este arte no es propiamente humana, tiene que devenir de los dioses.

Y al igual que las propiedades de la piedra magnética, la divinidad inspiradora emana divina poesía sobre el poeta y éste se llena de divinidad, es decir, se entusiasma. El poeta crea, pues, cuando está entusiasmado, es decir, lleno de divinidad. Como creación "divina", la poesía permanece en el poema, es decir, el poema sigue entusiasmado. Y el rapsoda, al ejecutar el poema, recibe también la emanación de la poesía, llenándose él también de ésta; también se entusiasma el rapsoda. La emanación divina o poesía del rapsoda llega al oyente o espectador y, de esta manera e igualmente, el oyente se llena de divinidad.

Platón: Pues, en verdad, dices verdad, Sócrates.

Sócrates: Mira, Platón, ahí viene Ión, preguntémosle a él, pues algo sabrá de lo que hablamos y podrá explicarnos si todo su arte es gracias a él o hay algo que él no pueda explicar en lo que él hace.

Platón: Sí, mejor; como buen rapsoda, Ión sabrá mejor que nosotros si existe esa divinidad en la poesía como tú afirmas.

Sócrates: En grave dificultad me pones, Platón, pues si sólo es rapsoda y, aunque sea capaz de cautivar con su recitación los oídos de quienes lo escuchan, él mismo no es poeta, ¿cómo va a ser capaz el pobre de explicar cómo hace para que le vengan esos conocimientos tan bellos y tan bellamente narrados, a no ser que, como dijimos antes, sólo sea un anillo de hierro a quien se le transmite la fuerza divina emanadora de toda poesía.

Platón: Sea él o no un anillo de hierro, como tú dices, no estaría mal preguntarle a él. Llamémosle.

O sea.