MIS RUTAS POR LA ALCARRIA, Literatura

MIS RUTAS POR LA ALCARRIA
La Ermita del Madroñal
Auñón, Guadalajara

2ª parte

Tampoco divisábamos Pareja desde allí, puesto que como he dejado escrito, queda detrás de los montes que veíamos enfrente de nosotros, por su extremo izquierdo. De camino hacia aquí arriba, a no muchos metros antes de llegar a la ermita, sí que pudimos verlo casi al completo en una parada que hicimos en la carretera para tomar fotos y así lo dejé plasmado en una de ellas.
Estábamos rodeados del verdor de arbustos y árboles, pinos en su mayoría, grandes montes que cubren las laderas de tan bellos parajes, por entre los cuales discurre la carretera que tomamos desde Sacedón, el cual divisábamos desde nuestra atalaya, allá al fondo, al final del monte que quedaba a nuestra derecha y divisando sobre él, sobresaliendo de los cerros conquenses de Alcohujate, los modernos molinos de viento, transformadores de la energía eólica en eléctrica.
Estuvimos un buen rato por allí, deleitándonos con el espectacular paisaje que se nos ofrecía, disfrutando y respirando el aire puro de las alturas de La Alcarria y admirando las maniobras de entrenamiento, o prácticas, que estuvo haciendo un hidroavión que llegó sobre el pantano procedente de dirección sur y yéndose dirección norte al concluirlas.
Hizo varias pasadas sobre el agua, recogiendo litros en su vientre y soltándola poco después sobre la superficie del lago. Hizo varios giros en el aire, tanto a babor como a estribor, así como sobre el agua, e igualmente sobre nosotros, tras la segunda o tercera pasada. Creo que fue al darse cuenta el piloto, o el copiloto, de que les estábamos fotografiando, pues en varias pasadas que hicieron sobre nuestras cabezas, les veíamos claramente dentro de la cabina observándonos cuando se aproximaban.
Igualmente, o más clara y nítidamente nos verían ellos dos a nosotros, pues estábamos admirando el espectáculo desde un sitio privilegiado, a la altura del bimotor en muchas de las pasadas que nos hacía, ya que nos encontrábamos instalados en el mirador que queda un poco más arriba de la ermita. Vestidos de oscuro como estábamos, la cámara con el gran objetivo y el trípode negros y sobre el fondo claro de la arena con la que se cubre el suelo llano en esa parte del terreno, no podíamos pasar desapercibidos a los aviadores, pues resultaríamos como dos curas –de antaño- ante un montón de harina.
Lo vimos planeando sobre el agua bastantes metros sin despegar y subiendo de velocidad según se deslizaba, como si fuese a emprender vuelo; pero no. Llegaba a un punto, tomaba a babor y formaba un círculo sobre el agua. Cuando estaba a la altura de la recta estela que había dejado antes de comenzar a rotar, daba toda a estribor y se volvía por donde había llegado, acelerando sus dos motores que rugían cual si hubiesen sido cuatro, debido a la proyección del sonido sobre la superficie del agua, amplificándolo para nosotros, obsequiándonos con un lindo espectáculo de imagen y sonido.
Cuando tomaba altura, planeaba un trecho y después soltaba el agua que había tomado, dejando tras de sí una estela de lluvia que volvía a caer en su lugar de origen. Viraba a estribor y al llegar cerca de nosotros, habiendo dejado atrás los tejados del templo, ascendía para no quedarse entre los pinos y nosotros pegados en su panza, cuales sellos de franqueo en envío a otro lugar y sin certificar. Seguía con el viraje, llegando a escorarse tanto, que se alejaba de nosotros cual raya casi vertical en el firmamento.
Al poco se nos despintaba sobre el verde de los pinos de la ladera que quedaba a babor, o sea a nuestra izquierda, debido a los reflejos casi amarillos de sus copas en la distancia, producidos por la acción de los rayos solares, apareciendo al poco sobre el horizonte por encima del pinar del monte, ya en posición horizontal. Por cuanto alcanzábamos a divisar, y cuando no, lo calculábamos a “ojímetro” -que diría el otro-, debía de dar la vuelta sobre Chillarón del Rey, volvía hacia el pantano y vuelta con la misma tarea.
Se estaba de maravilla en El Madroñal. Olía a monte, a naturaleza. Se oía el canto de los pájaros y el cloc cloc de alguna perdiz como la que se nos cruzó ante el coche poco antes de llegar al lugar, en un repecho bastante fuerte de la carretera. Algún ave rapaz voló sobre nosotros, pero a tanta altura, que ni con el zoom pude distinguir bien lo que era; grande, oscuro y por debajo de las alas alguna mancha clara. Podría ser un buitre leonado que por aquí hay muchos y alguno tengo fotografiado volando sobre mí, como podría ser un águila que también las hay.
Cuervos, grajos o grajillas también se oían algunas, o algunos, cerca de allí. Por la zona hay muchas de estas aves, así como hurracas -marías las llaman en algunos sitios- que también andaban haciendo ruido entre los árboles. A las grajillas de pico naranja ya las he fotografiado varias veces, tanto en el suelo como volando junto al pantano, como en bandadas en la hoz del Tajo junto al dique.
Todas las mañanas sobrevuela el pantano algún cuervo –más de una vez van dos juntos-, con sus graznidos haciendo eco sobre el agua y alrededores. ¡Pues no he podido fotografiarlos aún y eso que ando detrás de ello más de un año! No se les distingue bien contra las laderas de enfrente y no consigo hacer una foto donde se les vea nítidos, pues cuando los veo están muy lejos.
Estuvimos disfrutando de lo lindo del bello paisaje, de buena temperatura con un sol espléndido -pese a estar a veinticinco de enero-, y de buenos aires. No es porque soplaran fuerte, que tan solo había una ligera brisa de vez en cuando, sino porque eran buenos para oxigenarse, aunque estando hasta con calma chicha allí arriba, eso está garantizado.
Pero había que irse y nos fuimos en dirección a Auñón, sin haber podido visitar el recinto de la ermita y sin ver a esta por dentro. Y es que allí no hay, o al menos ese día no había nadie que nos hubiese abierto las puertas para poder verlo.
Partimos de allí con desgana, pues de buena nos habríamos quedado, aunque fuese “mirando las musarañas”. Pero había que continuar viaje y así lo hicimos, partiendo hacia Auñón con mi coche, que a pesar de sus 310.000 km que lleva rodados, aun se porta de maravilla.

AdriPozuelo (A. M. A.)
Septiembre de 2011