LE LLEGÓ SU HORA. Las nubes, aquella tarde, goteaban...

levantemos una bandera por los mineros, por esos mineros enterrados en chile, por los nuestros en palencia y por tantos y tantos que han muerto a lo largo de los años debajo de esta tierra o de cualquier otra tierra, que reclaman, mas seguridad, mas nomina, mas de todo, incluida comprension y cariño para esos hombres que bajan a las entrañas de la tierra a buscar el sustento de sus familias? pero como se pueden permitir esos burocratas, mas bien "burrocratas", que haya sectores al aire libre con trajes de armani, y que sus presiones muevan todo un pais o varios paises, y en vez de 30000 y pico de euros se le "conceda"200000 y pico! esto no es un mundo! esto es una jaula de fieras desaforadas que van a por la presa mas facil! VIVAN LOS MINEROS tienen todo mi respeto.

LE LLEGÓ SU HORA. Las nubes, aquella tarde, goteaban tristeza
. Una hilera de paraguas, portados por gentes silenciosas, seguían al ataúd, a lo largo del empinado sendero. El ataúd goteaba sobre la tierra, lo que parecieran lágrimas del Cielo... por aquel viejo minero.
Le gustaba hablar con nosotros, los niños, pero eso fuera años atrás. Yo me marcharía a la ciudad, con el recuerdo de aquel hombre bondadoso.
El abuelo había muerto: todos querían al abuelo.
La última vez que le viera, fue al pie del viejo roble: Era primavera, y yo trepaba por el sendero en tre avellanos, y sentado sobre una piedra, contemplaba una hermosa puesta del Sol. En su rostro se dibujaba una duslce melancolía.
-! Hola abuelo!
-! Hola muchacho! Tornó su cabeza hasta allí de donde procedía mi voz. me obseqyuío con la mejor de sus sonrisas. Todos los niños sabíamos que aquella bondadosa sonrisa, me sde una vez se había borrado para dar paso a la cólera. Cierto día, plantaría cara al tirano de turno, al dueño de la mina, por en un derrumbe haber perdido un hijo. El quedaría lisiado de una pierna.
Tras el hola de rigor, me había preguntado, si el día de mañana seguiría el oficio de mi padre.
-! No abuelo, decididamente no! Me macho a la ciudad. Lo decidí el dia que su hijo... y bueno usted, se decía que estuvo a punto de perder la pierna.
- ¿Pero atí y a otros niños os gustaba jugar a mineros? Y sonrío.
Yo recordé aquellos días en que, en las barracas donde se vestían, en efecto, jugábamos a ser mineros, y, gritos, de:! La mina se ha derrumbado!! Algunos han quedado atrapados! las gentes corrían, las gentes gritaban, algunas mujeres y hasta hombres lloraban de impotencia.
Y sacaron al al hijo del abuelo muerto. Y sacaron al abuelo con su pierna aplastada.
Y el dueño se acercó...
-Usted, y su capatad son los culpables, se lo adverti, a su fiel servidor.
Ahora no me venga con fingidos lamentos, y detres de usted ese su perrito faldero. En tre gestos de dolor y mientras venía la ambulancia, les llamó, payasos, monigotes, explotadores.
El dueño de la mina le llamó protestón y que tenía referencias, de el y de su rebeldía.
-! Usted es un zangano explotador!-le respondió.
-Y usted queda despedido desde este momento
La palabra "zangano" provocó carcajadas entre algunos de los presentes, y alguno se acercó al dueño en tono amenazante...
-Avisa al cuartelillo- Diría el dueño nervioso.
-Y corrió el capataz.
! Corre, corre, que seguro que te subirá el sueldo de lo que nos roba a los demás: se oyó una voz entre el grupo.
"Al abuelo se lo llevaron, y tardaría tiempo en volver,, se comentó que en "el cuartelillo, había dicho: "entre lobos no se muerden.
Viviría su últimos años de la caridad.
Se había ido en un día lluvio, telvez porque el Cielo quiso verter lágrimas por el abuelo.
Las paladas, retumbaban sobre el ataúd. Ami memoria, la enterza del "abuelo" enfrentado a los poderosos.
hasta la última palada permanecí de pie, y, mientras desfilaban las ímagenes de aquel día fatidico. Y... de mi madre en la angustia de siempre, y en las noches que mi padre tosía sin cesar, hasta que un día también se lo habían llevado, muy cerca de donde reposaba el abuelo.
-! Adiós abuelo!... Y arrojé un puñado de tierra, fri y mojada sobre su tumba.
libertad.

Recuerdo aquella tarde, al pie del viejo robles atrás, en las que sus historias me las llevé conmigo, a la cuidad.