Narrativa breve (4) ...

Narrativa breve (4)
K&P’S PRAGUE TATTOO CON DOS FOTOGRAFÍAS PERDIDAS
Por Álvaro Martí

Desnuda ante el espejo del baño, sosteniéndose un pecho, con el agua de la ducha salpicando la mampara semitransparente, Elisa recordó el invierno en que viajó a Praga.

Lo primero que pensó, dejando caer las maletas en la cama del albergue para estudiantes, después de un vuelo de más de siete horas con escala en Berlín, fue que determinados lugares en el mundo contagiaban una incómoda sensación de elasticidad. Sensación que nada tenía que ver con la distancia ni con el tiempo, y que se intensificaba especialmente en ciudades muy turísticas, como era el caso. Lo segundo que pensó fue en una anguila hecha de chicle buceando entre peines de coral, troceándose en miles de gusanillos rosas que dibujaban espirales en el agua. Llevaba mucho sin masticar chicle. Nunca encontraba el momento.

No fue consciente, hasta que la vio, de cuándo había dejado de estar de camino a Praga para, simplemente, estar en Praga. Era esa elasticidad, esa inercia torpona del avión que aún la empujaba, esa indefinición en el paso lo que conseguía ponerla nerviosa. Recordó un poema en el que Quevedo hablaba a un peregrino sobre una Roma sin Roma. De pronto, sin aún saber por qué, se sintió adúltera.

Había una frontera que cruzar. Eso era obvio. Un límite a partir del cual establecer una referencia que diese contenido a palabras como aquí y allí, que permitiera afirmar sin titubeo: esto es otro sitio. Lo buscó. Lo esperó más bien, como una epifanía, en el centro del Puente de Carlos, en un mirador de Vyšehrad, frente a la tumba de San Juan Nepomuceno, sentada en la terraza interior de U Fleků, tras cinco jarras, pero la certeza de no llegar persistía: las calles la extenuaban como cintas transportadoras que debía atravesar a contracorriente, flanqueadas por tiendas de recuerdos falsos. El destino que pretendía resultaba inalcanzable, no porque lo desconociera o fuera imposible de intuir —aunque le hubiera gustado encontrar en el lugar exacto una señal de meta que lo indicase con luces amarillas—, sino porque, de hecho, lo tenía ubicado a la perfección: sólo un poco más lejos. Era como si el sueño acelerado de adolescente enamoradiza, tras años de deseo corrosivo —tal vez, pensó, había agotado la ciudad de tanto desearla, y lo que quedaba no era más que el holograma kitsch de la memoria colectiva, sin dimensiones reales, sin magia—, se ralentizara justo ahora, casi a punto de cumplirse, como los últimos bytes de una película eternizando la descarga en una mala conexión, despertando el miedo de que, al final, la espera no haya merecido la pena. Esa frontera huidiza forzaba una pregunta no menos espeluznante: ¿dónde estaba Praga? O más inquietante: ¿qué era Praga?
[...]

El relato continúa en: www. gibralfaro. uma. es/narbreve/pag_1831. htm