El problema es, que hay muertos y muertos. Hubo muchos, todos los que defendieron la causa que resultó vencedora que, una vez acaba la triste y salvaje contienda, recibieron cristiana sepultura e incluso fueron loados y sus nombres fijuraron durante más de cuarenta años en las fachadas de las iglesias bajo el rótulo de CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA. Hace poco, además, se han beatificado de una tacada seiscientos o más. Sin embargo, nadie quiere saber nada de los otros, de los que la perdieron, muchos de los cuales aún yacen en pozos, descampados, cunetas y otros sitios cuando no, siendo desenterrados sus hueso por los jabalíes o los tractores por estar sus cuerpos muy someros, a flor de tierra. Ya se sabe, había muchos y había prisas. Luego la angustia de tantas personas que tenían que convivir, a sabiendas, con los asesinos de sus hijos, maridos, hermanos o nietos. Otra cosa, son los hijos de las mujeres rojas encarceladas, ¿quienes serán ahora, dónde andarán? Otra, los muertos habidos desde el 39 al 75 del siglo XX. Y las cárceles, los muertos en las cárceles, y los que se arrojaban por los patios interiores o se caían por las escaleras.
Salud
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