LA LOCA DE FUENTEBLANCA...

LA LOCA DE FUENTEBLANCA

Inocencia fue una precursora. Como Leonardo da Vinci, corazón del renacimiento, que supo de muchos oficios. Como Miguel de Cervantes, que hizo de madera un Clavileño. Como Julio Verne, el de la Fantasía aquilina.

Pero Inocencia era una loca agradable que vivía hace muchos años en su choza destartalada y fría del barrio de Fuenteblanca. Sólo un murciélago la acompañaba en sus últimos días. Siendo moza, marcada y prematuramente anormal, le nació un hijo en la calle y el desamparo. La caridad de las buenas gentes del lugar fue desde entonces el único asidero que aquella mujer pudo alcanzar.

El tiempo no cesó, en su labor lenta y asidua, de clavar el rejo de sus días en las arrugas cada vez más hondas en Inocencia. Y bien pronto montó el andamiaje para alcanzar a dar de blanco a sus cabellos. Nicolás, el hijo de la loca, buscó la tierra, para echar sobre la mancha de su origen, en la distancia húmeda de los mares.

El coche de línea, arrastrado por unos caballos color café, lo llevó hasta La Robla (León). El tren, desde La Robla al mar. Y haciendo entre suciedades y plebeyos polizones, se perdió rumbo a la entonces tierra de promisión, tierra argentina. La loca sintió muy hondo el desgarrón de la carne filial, a la que amaba sin trabas ni miramientos. Como la naturaleza. Brutalmente. De aquella manzana de su demencia salián las pepitas como granos de trigo enn toda su coloreada sazón. El seso se le había secado totalmente.

Entonces fue cuando los curiosos la hicieron objeto de sus observaciones. Y las mujeres piadosas le rociaron la casa con agua bendita para ahuyentar a posibles demonios, que debían de esconderse en el cuerpo de la pobre vieja. Y fue también cuando los chiquillos -el firmante entre ellos- la empezaron a observar por las rendijas enromes de su puerta, para no perder un detalle de sus disparatadas fantasmagorías, de sus aspavientos y de sus sombríos monólogos. Inocencia, mucho antes de que volasen por su calle esos cóndores de alas quietas, los actuales aviones, había visto ya a su Colás desaparecer sobre un pájaro enorme de hierro con ruedas y por faros dos estrellas.

- ¿Donde está Nicolás?- le preguntábamos los pequeño, conocedores ya de sus manías.

-Anda en las nubes. ¿No lo sentís volar?- Solía contestar la loca.

- ¿Cuando viene?

-Sí, vendrá. Para la siega del pan.

Y se marchaba con los brazos inútilmente tendidos al paso de los vientos creyendo cazar la mariposa de su hijo.

Más, como nunca parecía llegar, la loca de Fuenteblanca, precursora e inocentemente diabólica, pensó en irle a buscar. Y una noche, sin más testigos que las estrellas, con la cabeza despeinada y un cirio encendido en cada mano, se subió al campanario de la iglesia parroquial de San Adriano para llamar a los astros. El silencio respondió a sus voces. Una nube le aumento la locura. Vaciló y se echó a volar como una bruja.

A la mañana siguiente, Inocencia, la loca de Fuenteblanca, estaba muerta junto a la Iglesia estrellada contra el rocoso suelo, entre dos velas rotas.

MANUEL RABANAL

HAZ DE CUENTOS PAVOROSOS (De mis tierras de León) 1979