Me acuerdo que cuando era pequeño, queriendo o sin...

Me acuerdo que cuando era pequeño, queriendo o sin querer, me aprovechaba de mi estado de haber nacido el último de todos mis hermanos y hermanas. Como consecuencia de ello, me crié en plena libertad, haciendo lo que más me gustaba en permanente contacto con la naturaleza: el campo, los sembrados, las plantas, los árboles, los animales y, sobre todo, las condiciones meteorológicas que tanto suelen influir en la vida rural. Así que desde niño aprendí casi todo lo que una persona puede llegar a saber sobre lo natural, mediante el contacto personal, en vez de por la experimentación científica, excepto los asuntos relacionados con los adultos, sobre los que nadie me enseñó nada.

Creo que esa forma de entender la vida hizo de mí un ser tranquilo, confiado, afable, comprensivo y libre. Por esa razón, cuando empecé a trabajar, me encontré con numerosos problemas relacionados con la falta de entendimiento entre mis jefes, mis compañeros y yo, pues, sin darme cuenta, chocaba constantemente con unos y otros. El motivo principal era que me negaba a seguir reglamentos, horarios, órdenes u obligaciones, y me empeñaba en hacer aquello que me parecía conveniente, normal y lógico.

¿Pero qué pasa aquí?, me preguntaba constantemente. Y lo hacía porque me costaba entender que la vida tuviera que ser tan dura y que los condicionamientos chocaran tanto con lo que la gente en general espera del mundo. Yo veía a los demás, cada uno a su manera, y sufría las adversas condiciones de vida marcadas por códigos distantes a la esperanza de la población. A mí todo aquello me resultaba inaceptable, porque pensaba que la gente merecía oportunidades para ganarse la vida. Pero todo empezó a cambiar cuando me di cuenta de que los jornaleros fueron abandonados y que su única salida fue la de emigrar. La emigración se hizo en los años sesenta forzada por la necesidad de ganarse la vida unida a la falta de opciones y ofertas en el pueblo. Cuando la gente se marchó, yo todavía era muy joven, pero supe que aquella iba a ser la norma que marcara el camino de los que íbamos detrás. La emigración vino a resolver el problema del sur de España, igual que tiene que resolver el problema del norte de África, igual que tiene que resolver el de los demás rincones lejanos del mundo...

¿Pero estas normas quién las ha inventado? -pensaba yo-, o quién las tiene que aprobar, porque si alguien las aprueba o simplemente las ofrece, siempre debería existir otro que las rechazara por desacuerdo. Muchos me dirían después que para eso están los sindicatos, pero ¡qué va! los sindicatos aquí están lejísimos de mi planteamiento...

No es mi intención promocionar soluciones mágicas, ni colocarme políticamente ante los ojos de aquellos que desean leer esto o aquello, sino más bien la de colaborar a evitar que las personas tengan que ser manejadas como material de cambio simplemente por ser pobres. Creo que si la mayor parte de la población es pobre, sin esperanzas de mejorar, estaremos forjando un mundo para malvivir, en vez de ir prefabricando las soluciones de ese mañana que nos facilite un mundo sin parados, ni miseria, ni ignorancia..., en fin un mundo en libertad, tal como yo lo había entendido cuando chico.