y este, también...

para usted amigo, por el aprecio que le cogido.
El que tiene sed de vino,
Tan solo, seguro es necio;
Cosa de mayor aprecio,
Puede afectar su camino.
Por tanto, es gran desatino,
Andar a la bota, presto,
Para acabar con mal sino.
Porque el agua es saciadora
Según la sed que interviene,
Mas el vino, está sujeto,
A la razón que se tiene,
Y, como al segundo trago,
Ya aminora la razón,
Yerra el que quiere cambiar
Con vino cualquier pasión.

y este, también

cantar un jilguero
En un tomillo, en Coín,
Y el pajarillo decía,
Lo mismo que yo sentía,
Y no le podía decir.
Y llegó la primavera,
Y el jazmín explosionó
Y los jazmines lloraron
Derrochando su favor.
Y mi corazón latía,
Por darle idéntico olor.
Y vino el invierno frío
Y me fui a sus manantiales
Y allí, sobre sus cristales,
Mis lágrimas derramé,
Pero mi Coín no sabe,
Que yo, lloraba por él.
Río abajo caminé,
Mirando todo extasiado,
Sus huertas, sus labradores,
Sus nogales, sus naranjos,
El té silvestre en la acequia
Los álamos celestiales.
Casas viejas con historias,
Sepultadas por las cales
Junto a verdaderas glorias,
Que ya casi nadie sabe.
Los cañaverales viejos
Lloraban junto a la zarza
Era la planta más libre
Aparecida en la danza.
Crece, como quiere y sueña;
Es la libertad hermosa,
Que el que no sueña detesta;
Allí me sentía zarza
Tan libertaria y molesta.
Tumbado sobre la grama,
Y de amor me abracé a ella.

Eran las mismas espinas
Las mismas que yo sintiera.
Allí, lloramos los dos,
Por una idéntica pena.
Ella, esperaba la hoz
Que en leña la convirtiera
Yo amando tanto, Señor,
A este pueblo en que nací,
Sueño una misma condena.
Y sobre el agua corriente
Vi que flotaba una rosa
Y cantaba sonriente
Que fue cortada del tallo
Y marchaba sonriente
Aún sin que llegase mayo.
Le vi las mismas espinas
Que mis entrañas punzaron
Y sus pétalos al verme
De su cerco se soltaron
Y en vuelo de mariposas
Para mi se conformaron.
Corrí riendo y cantando.
Y ya todo me gritaba
Regala a Coín tu canto,
Y riégalo con tu amor
¡Que se lo merece tanto!
Y pasé junto al jilguero
Y aún seguía cantando
Y pase junto al nogal
Que estaba junto al naranjo
Y porque todos cantaran
El viento iba ayudando
Y vi como todo iba
Co el color verde y blanco
Y que a lo lejos la jara
Vestía su mejor manto
El manto que viste el trigo
De donde un pan tan sagrado.
De oro me pareció
Aquella jara inaudita
Y tan solo la amapola
Su regio color irrita.
Y qué me importa el color
Pensaba rauda mi mente;
Mi mente y mi corazón,
Que no son tan diferentes.
Mas, de pronto vi a aquel hombre,
Sudoso, triste y cansado,
Se dirigía a la siega,
Pues vi la hoz en su mano,
Y le dije: ¿A dónde vas?
Él dijo: a pasar el rato.
Allí yo volví a llorar
Recostado en un majano.
Recordando los sudores,
Que derramé en el pasado,
Por ver si un día podía
Acabar con aquel llanto.
Y supe por qué a mi pueblo
He llegado a amarlo tanto.
Porque ese, es mi pueblo,
El del viergo y el arado,
Los de las hoces brillantes
Los de corazones santos
Los de los cintos de palmas
Los pantalones rasgados
Los que siembran esperanzas
Y recogen desagravios
Los que tan fácil sucumben
En las garras del villano.
En el principio llore
Por sus trabajos ingratos
Y ahora lloro y me gozo
Porque es el mismo mi llanto.
Canto y lloro, lloro y canto,
Por culpa de la injusticia
Que se extiende sobre el campo
Pero Coín, que tú sepas,
Que nada me anda faltando.
Pero por ti canto y lloro,
Solo por amarte tanto.