Un día de principios de abril. Una mañana fresca y radiante en que el sol brillaba alto y, Literatura

Un día de principios de abril. Una mañana fresca y radiante en que el sol brillaba alto y luminoso y calentaba un poco la tierra que se había pintado de verde y ya buscaba los colores de la primavera. Junto a la iglesia, haciendo tiempo, allá en la cantera, a resguardo de la fresca brisa que limpia el aire, veo a las golondrinas garabateando por las bocacalles, casi rascar con sus alas el suelo y, de pronto, alzarse casi en vertical y ya sobre los tejados hacer una cabriola y volteado sobre si mismas, dos que se perdiguen piando alborozadas, tras un nuevo tirabuzón ascendente inician un picado suicida hasta casi rozar el suelo, y vuelta a empezar.
¿A qué estarán jugando?
Y luego, un bandada de vencejos que dominan el cielo azul, cruzándolo raudos, chillando y persiguiéndose, o quitando las telarañas de las esquinas de las casas en maniobras de vuelo suicidas, los pardales con sus riñas amorosas y sus pío-pío alborotando en el silencio de la mañana quieta.
Se ve gente que se acerca hacia la iglesia, se acerca la hora y los preparativos comienzan para el acto religioso que llenará la mañana del Viernes Santo. Saludos a los viejos amigos, a los compañeros de antaño y a los que no lo fueron tanto; casi todos terminan con la misma frase¬¬ “bueno vamos pa dentro…” o bien “vamos pa dentro que…”frase sin sentido en otro sitio o momento, pero aquí, la gente está acostumbrada a ahorrar y lo hace hasta en las palabras y una frase tan escueta quiere decir __ perdona pero he de entrar a la iglesia para ir preparando el Calvario Grande pues ya es hora y los otros de la junta me esperan__ eso es economía señores, ya se sabe, al buen entendedor…
Pasan otros pocos minutos entre saludos y observaciones, charlas e identificaciones de gente joven a quienes no tengo el placer de conocer. ¿De quién dices que es hijo, nieto de quién..? Joder, como pasaron los años. De pronto se interrumpen las conversaciones, se retrocede hacia los lados abriendo paso a la procesión; silencio, se inicia el Calvario Grande.

Alma que ociosa te sientes
malogrando la ocasión,
¿es posible que no sientas
mis dolores, mis afrentas,
mi muerte, pena y dolor?
Levántate fervorosa,
pues te llama amante fino,
busca esta piedra preciosa,
que la hallarás amorosa
si andas el Sacro Camino.

Primeros versos del calvario grande que hemos perdido pues no estábamos en el sitio adecuado cuando eran recitados o quizá mejor rezados por el oficiante.
El paso de la cruz de plata, escoltada de los faroles, abriendo el camino a los fieles que participan en el rezo del calvario, da paso también al murmullo de la gente que reza y arrastra los pies camino de la primera; algunos corren a coger sitio, frente a la cruz pequeña, que está clavada en la pared del pajar del tío Hermino.

En la primera estación
atenta quiero que notes
con cuánta resignación
llevé por tu redención
más de cinco mil azotes.
Hombre mira y considera
movido de compasión,
que en esta estación primera
me sentencian a que muera
entre uno y otro ladrón

Tras el rezo responde el pueblo, en cántico monocorde, como mirando de no destacar en su canto la pasión del calvario, mas, siempre destacan voces roncas y sonoras, fuera del coro de cantores, respondiendo la oración, con:

Lágrimas de corazón
de puro dolor lloremos
para que todos logremos
los frutos de la pasión,
lágrimas de corazón.

Y, vamos andando, caminando hacia la eras, en busca de otra estación; (leer el testo de las estaciones que se reza en cada una de ellas y que se encuentra en esta misma página en comentarios anteriores, y que es un regalo que nos hizo Salaguer en su momento) unos llevan un recogimiento de plegaria con Dios y otros hollando las primeras flores, que trae la primavera, si es que ha llegado la estación, y los ajos de cigüeña, azules notas en la pradera, destacan entre el verde de las eras.
Una tras otra, van pasando las estaciones, y después por el camino de las bodegas, caminamos hacia el Cristo.
Entre el ruido de pies que pisan las piedras del camino, se eleva el polvo y se elevan también el murmullo de las conversaciones que en el tramo van surgiendo mezcladas con los saludos a los forasteros que esta mañana nos han llegado; los faroles y la cruz que abren la marcha del calvario, se perdieron por delante, y ya han llegado a la ermita, desde donde nos llega el eco del canto triste de unos salmos. ¿Es el miserere, el rosario de la buena muerte? No se escucha la letra entre tanto murmullo, pero el sentimiento de tristeza satura el aire fresco de la mañana. Y llegamos…
La puerta está abierta y frente a ella, la gente en semicírculo rodeando a los cantores que están al lado del Cristo crucificado que lleva el Cireneo, siguen cantando salmos, pero ya no escucho sino es el sonsonete triste y monocorde del cantar perezoso del pueblo que contesta.
¡La ermita del Cristo!
La gente entra un poco, mira y se va. El templo vive en penumbra, huele a limpio y está fresco; al fondo, en su vitrina, está el Crucificado, que llora con la estela sobre sus hombros. Está solo.

Heme aquí a tus pies. Gracias por lo de anteayer, gracias por la fe y la fuerza que hube.
No es tu hora, me aseguraste, tú verás muchos días aún brillar el sol y cuando estés convencido de que es verdad, ven a verme, Yo te estaré esperando.
Unos instantes fueron suficientes para sentir todo el amor del mundo inundarme, pero la falta de intimidad impidió que se extendiera, y hubimos de dejar de nuevo sólo al Cristo pequeño, pero llevándole en el corazón; y partimos camino a la iglesia, llena ya cuando llegamos, pero encontramos hueco y al poco, de las gargantas de los cantores, arrodillados en las gradas de la nave lateral, se alza sublime, desgarrador, un cántico triste, en voces recias y broncas, lleno de sentimiento y de amor y perdón llenando la nave de la iglesia y filtrándose por todos los poros en los asistentes.

Y Le subieron a lo alto y le dejaron
caer sobre unos duros peñascos
donde las llagas y heridas de nuevo se renovaron…

Allí el sentimiento de unas carnes que se desgarran y un atroz sufrimiento fue tan intenso que se encogió mi pecho y hube de llevar la mano al corazón, porque dolía, después… después ya todo termino, pues el corazón seguía palpitando muy rápido y el tiempo se paró.

Fue un momento mágico que unió un tiempo de ausencia y un tiempo de presencia. Fue un encogerse el corazón, un revivir el alma, una vuelta al pasado, a un momento de infancia quizá, o quizá solo fuera una elevación del alma a un plano sublime, a un sentir a Dios y sentirse en Él.

Fue una mañana de Viernes Santo, fresca y soleada en la que la luz era transparente, diáfano el horizonte inmenso y el azul cobalto del cielo estaba adornado con alguna nubecilla blanca que flotaba en el aire como una vela en el mar.
La brisa fresca, el sol radiante, fueron una caricia para el alma que estuvo dormida a los sentimientos y luego el regalo inmenso de las conversaciones con los amigos de antaño mientras degustábamos un vasín de limonada con los correspondientes cacahuetes y aceitunas con que la cofradía obsequia a los vecinos y forasteros que ese día visitan el pueblo.
Si tú quieres también vivirlo, el pueblo es Santa Cristina y se encuentra a treinta y cinco kilómetros al sur de León.