Decían "Celtas Cortos" en una de sus canciones:...

Decían "Celtas Cortos" en una de sus canciones:

"Cuéntame un cuento y verás que contento
me voy a la cama y tendré lindos sueños"

LA MERIENDA

El niño seguía jugando en la arena, con su palita, rastrillo y cubito de plástico, haciendo caso omiso de los ruegos de su mamá, para que acudiese al banco donde ella se encontraba, a fin de terminar su merienda.
Merienda que a Pablito no le gustaba, como así se lo hacía notar a su mamá, cada vez que ella le daba un pellizquito de pan “sucio” -como él decía, ya que era integral-, un sorbito de zumo “asqueroso” y un pedacito de plátano, rematando el lote con un sorbito de leche.
El niño, apenas abierta la boca, comenzaba a hacer gestos para vomitar. La madre lo atribuía, -aseveraba- a que era una forma de negarse a tomar aquello, “y así lograr salirse con la suya”, y no a arcadas reales, producidas por el tipo de padecimiento del niño, a pesar de las advertencias del pediatra al respecto.
Ella lo creía así, dado que el niño la repetía hasta la saciedad, que él quería pan con chocolate y no “esa caca”. No estaba dispuesta a ceder, y menos sabiendo que no podía comer chocolate, debido a la acetona de la que adolecía su hijo.
Pablito alzó la vista desde la arena moldeada por el cubo, a la que pretendía dar forma almenada, hasta unas perneras de grisáceos pantalones, las cuales, arrastraban pesadamente sobre la arena unos raídos zapatos que sobresalían de ellas.
Deslizó su mirada cuerpo arriba, hasta descubrir una fea cara, sin afeitar, con una amarillenta toba de cigarrillo pendiente de un extremo de sus labios, los cuales dejaban entrever los pocos dientes marrones y salpicados de pintas negras que le quedaban, en un rictus de malévola sonrisa que le dirigía, al igual que la mirada de legañosos ojos saltones.
Todo ello bajo la sombra del ala de un raído sombrero de paja mugrienta, al igual que la chaqueta y el saco que, colgando de su espalda, sujetaba por la boca sobre uno de sus hombros, con oscura y rugosa mano de finos dedos con negras uñas.
- ¡Pablito! Oyó que le gritaba su mamá. - ¡Ven aquí inmediatamente a terminar la merienda, porque si no, va a venir el hombre del saco o el coco y se la comerán!
El niño, que había vuelto sus ojos a la madre al oír su alarmante y perentoria llamada, al escuchar aquello volvió la mirada hacia el hombre, el cual había trocado su malévola sonrisa por un rictus circunspecto; al pequeño, por el contrario, se le iluminó una bombillita en su cerebro y en su semblante se reflejó una sonrisa picarona.
Posó la vista en su castillo de arena, al tiempo que respondía a la madre: - ¡No! ¡No quiero! ¡Yo quiero pan con chocolate! Y siguió moldeando su castillo en el terrero del parque.

AdriPozuelo (A. M: A.)
Pareja, Guadalajara
12 de noviembre de 2010