COSAS DE VERANO...

COSAS DE VERANO

Un día de verano, como otro verano cualquiera, los niños se repartían las tareas del trabajo. El padre de María les decía donde tenía que ir a cada uno de ellos a desarrollar las tareas que les encomendaba. Dos de las chicas, las mandaba a la huerta a escavanar, quitando las malas hierbas, y regar todo aquello que estuviese seco o le hiciese falta un poco de agua.

Los chicos se los llevaba él para que le ayudasen a otras tareas más duras: a sembrar o recolectar. Según fuese la época del año. En verano se recolectaba la mayor parte de las cosechas: las hortalizas y los cereales, las legumbres, el girasol, los melones, casi todos los frutales, y a finales del verano, o principio del otoño, se hacia la recogida de los frutos secos, etc etc.

Cuando llegaba el medio día, todos acudían a la casa para comer, e inmediatamente después, se echaban un poquito de siesta. Terminado el descanso, que era muy breve, todos volvían a sus tareas hasta la puesta del sol. Seguidamente desenganchaban las caballerías: unas del carro o del arado y otras de la noria. Las llevaban a la balsa a beber agua y para que se refrescasen, pues se lo tenían muy merecido al terminar las faenas. Acabado esto, las conducían a la cuadra, les echaban de comer y después llegaba la hora del descanso nocturno, hasta el día siguiente, que comenzaba de nuevo la tarea.

Así transcurría un día normal, de cualquier mes de verano. Pero no siempre era igual; en los días de más calor, cuando el Sol apretaba despiadadamente. Los niños al mediodía, antes de irse a comer, se ponían de acuerdo y se iba al río a bañase. Así, se hacía más liviano el día tan caluroso y a la vez, disfrutaban del agua fresca y transparente que llevaba el río Gigüela.

El río era peligroso, tenía muchos barrancos y recovecos formados por los remolinos y las corrientes de agua, cuando el caudal crecía por las lluvias de las tormentas.

Los niños estaban muy aleccionados por sus padres. El río Gigüela acumulaba unas historias que ya anteriormente habían sucedido a otros vecinos.

El padre les contaba una y otra vez que, en la “Quiebra” años a tras, cuando ellos eran aún muy pequeños, se había ahogado uno de los hijos de los “Miriñaques”, incluso sabiendo nadar. A ese barranco, le llamaban la “Quiebra” porque la corriente del río había hecho un requiebro con un socavón profundo, dejando un meandro seco. Allí en la “Quiebra”, era donde se iban a bañar los niños y mayores.

Otro barranco muy peligroso y preferido por los mozos del pueblo para bañarse, era el “Puente Mudillo”. Este puente era de estilo románico, estaba construido piedra sobre piedra. En el lado que desembocaba el agua, había hecho un socavón profundo que arrastraba hacia su interior todo lo que se le ponía por delante. Allí contaban las gentes, que se había ahogado otro muchacho del pueblo. También se habían ahogado ovejas que se acercaban a beber y se resbalaban hacia el interior, y ya no podían salir.

Estas historias que les contaban sus padres, hacían que los niños cogiesen mucho miedo, y ellos mismos tuviesen mucho cuidado de no caerse. También los hermanos mayores cuidaban de los más pequeños, pues toda precaución era poca. Gracias a Dios, nunca tuvieron que lamentar ninguna desgracia por haberse ahogado ninguno de los hijos del hortelano.

Durante el mediodía, el agua estaba riquísima, los niños jugaban chapoteando y aprendiendo a nadar. El río Gigüela tenía muchísimos cangrejos; había veces, que se podían coger con las manos. Éste era uno de los entretenimientos de María, coger cangrejos.

Otros días, los hermanos mayores se bajaban las cangrejeras con un cebo apropiado y las echaban a lo más profundo de la “Quiebra”. Allí salían las cangrejeras llenas de los ejemplares más grandes y alguna vez que otra, también salían pequeños peces.

Un día estuvieron pescando peces, y salieron bastante grandes de uno de los recovecos de la orilla. Estaban: el Ángel de los “Miriñaques”, Petra, Pedro el Angelete y María. La pesca fue divertida pero muy peligrosa. Las herramientas que utilizaron para pescar fueron unas cribas y harneros de cerner el grano de trigo. Se tuvieron que acercar mucho a los recovecos para conseguir atrapar a los peces. El agua giraba hacia aquellas concavidades que atraían a los cuerpos hacia adentro de forma peligrosa.

Terminada la hazaña, subieron corriendo locos de contento, a enseñarles a los padres lo que habían pescado. El padre les dijo que estaba muy bien, pero que no lo volviesen a hacer nunca más, porque era muy peligroso y quizás otra vez, no pudieran contarlo de nuevo.

LIMPIEZA DEL RÍO

Un año limpiaron el río, pues según pasaba el tiempo estaba cada vez más estrecho por la maleza que se iba acumulando a cada uno de los lados. El alcalde del Ayuntamiento de Villa mayor de Santiago, mandó limpiarlo. Vino una excavadora muy grande; era la primera excavadora que veía María. Aquello le pareció una máquina impresionante; tenía las ruedas de oruga como las de los tanques. Se movía por las orillas del río y no se resbalaba hacia a dentro mientras lo estaba limpiando. María decía:
- ¡Vaya! ¡qué adelantos que hay ahora!

Según iba sacando el cieno hacia la orilla, que era mucho lo que se había acumulado durante tanto tiempo; los juncos, la maleza y las ramas, salían mezclados con los cangrejos. Se podían contar a centenares. Grandes y pequeños, atrapados entre el barro por los dientes de la excavadora, se podían coger cubos enteros. ¡Fue una matanza bestial!

Después el río estaba más limpio, pero su fauna de cangrejos, creo que nunca se recuperará de igual manera.

Saludos

Estrella