Quien me iba a decir a mí, que el que veía pintando como si fuesen fotografías, había de, Madrid

Quien me iba a decir a mí, que el que veía pintando como si fuesen fotografías, había de ser un gran pintor reconocido y de fama mundial. Me enteré años después, cuando vi el cuadro, no recuerdo dónde, de que era aquél pintor que veía por las mañanas, aun con las pocas luces de las seis o siete de la madrugada, dándole a los pinceles con la paleta en la otra mano y alguno cogido por los dientes.
Como era raro que no pillase cerrado el último semáforo de la Gran Vía, ya esquina con Alcalá, ante la esquina de lo que hoy es Metrópolis y hace años La Unión y el Fénix, allí lo veía y con algún peatón como admirador que se paraba a observarlo.

Unos años después, casi recientemente, fotografié esa escena, pero desde el coche, pues aunque me he recorrido Madrid de cabo a rabo, tanto en vehículo como andando, aun me quedan ganas para seguir haciéndolo y cuando puedo, cuando voy, o vamos a la capital a algún quehacer particular, me echo la cámara al hombro y me recorro las calles fotografiando y mostrando a mi mujer -ella es argentina-, "mi Madrid", que aunque para ella es nuevo totalmente, para mí casi lo es pues cada vez lo encuentro cambiado. Sobre todo la de transformaciones que se han llevado a cabo en el centro, como la Puerta del sol por ejemplo, "me ponen malo", pues se cambian cosas, que dicen obsoletas, por el modernismo, o actuales, tanto como por capricho de los ediles de turno, y no se dan cuenta que mezclar churras con merinas no dan buena lana ni buena leche y por tanto mal queso. Como es la estatua ecuestre de Carlos III cambiada de sitio tantas veces, el oso y el madroño otro tanto y de los bellos jardines que tenía ya ni se acuerda nadie, o casi nadie, y en su lugar, o al menos en la misma plaza, se erigen unas "cajas de cristales" con aluminio fumé y unas cúpulas o cubiertas, de los mismos materiales, para dar acceso al metro y a cercanías, que le sientan al conjunto como a un santo dos pistolas.

En los años que he recorrido Madrid, he visto al Oso y al Madroño en al menos tres lugares distintos. En este último cambio, se le ocurrió decir al señor Gallardón que! volvían a su sitio original". ¡Joder con el lumbreras! Y digo yo -como también lo escribí en un escrito acompañado de fotografías, el cual no ha visto más luz que la de la pantalla de mi ordenador-: si estuvo ahí antes ¿cómo es que yo -y tantos otros- pasaba desde la calle de Alcalá hacia la del Arenal, en vehículo y sin saltar, o pasar, por encima de ellos? ¡Que es que ahora están en medio de la calle! Pero claro: ¡poderoso es don dinero! y cuando hay grandes obras, siempre "se descuelga" algo para las arcas particulares, aunque las públicas se queden temblando y con telarañas. Luego está aquello de que "para que lo recuerden en la posteridad".

¡Ay Madrid! Madrid, Madrid, Madrid..., si es que ya no estás igual que cuando te conocí. Pero sigue siendo bello a pesar de todas las vicisitudes por las que le hacen pasar.