malvaloca continuación...

malvaloca continuación

H. Piedad. Bromeando. ¿Ah, SÍ? Pnes le advierto á us-
ted que somos muy interesadas. Es posible que pida-
mos algo por cuenta de esa gratitud.

Leonardo. Lo que yo pueda dar... Y de él no se
diga.

H. Piedad. Hablaremos los' tres. Voy por allá den-
tro á buscarlo. Tal vez esté con don Jacinto.

Leonardo. ¿El cura?

H. Piedad. No, señor: un asilado que también se
llama don Jacinto. ¿No se ha fijado usted en un vieje-
cito muy pulcro, casi siempre solo...?

Leonardo. Ya sé, ya sé quién dice.

H. Piedad. Pertenece á una gran familia sevillana
que ha venido á morir aquí. Finales de vida que nadie
puede adivinar... A todos, es claro, los tratamos con
bondad y cariño. Para con él hay que añadir la corte-
sía. Todo le humilla y lo desconsuela. En su amigo de
usted ha encontrado un buen camarada.

Leonardo. Es doloroso el caso. ¿Se da con fre-
cuencia?

H. Piedad. En asilos más numerosos que éste, sí,
señor. Aquí casi todos son de familias pobres. Algunas
tanto, que hay asilado que guarda algo de lo que se
habría de comer, para regalárselo luego á los parientes
que vienen á visitarlo.

Leonardo. Es interesante.

H. Piedad. Avisaré á su amigo.

Leonardo. Deje usted, hermana; iré yo.

H. Piedad. ¡No faltaría otra cosa! Siéntese usted,

-que en seguida viene. Se va por el jardín, hacia la derecha.

Leonardo pasea un momento en silencio, y de pronto se fija en
la repisa de San Antonio. Barrabás, que ha vuelto á aparecer, acecha
el instante de pegar la hebra con el recién llegado.

Leonardo. ¡Qué niñería! ¡Hoy tiene garbanzos el
Banto! Y anteayer aceite ó vinagre. Y^o no entiendo
esto.

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Barrabás. ¿Está usté reparando er bote de San An-
tonio?

Leonardo. ¿Eh? Sí, señor.

Barrabás. ¿No sabe usté lo que sirnifica?

Leonardo. No, señor. Y desde que frecuento esta
casa me llama la atención un poco; pero no gusto de
preguntar.

Barrabás. Pos yo se lo vi á explica á usté sin que
me lo pregunte. ¡Je!

Leonardo. Bueno.

Barrabás. Como esta casa se sostiene de la caridá,
€n cuanto la hermana despensera ve que hase farta ar-
guna cosa, pone un puñaíto de lo que hase farta en er
bote de San Antonio. Yega una persona caritativa, de-
rrama la vista pa er santo, repara en los garbansos ó
en lo que sea, y ya sabe de lo que tiene que manda. Y
manda una boteya ó un saquito. Y las hermanas disen
luego que San Antonio es er que lo manda.

Leonardo. Ya.

Barrabás. Y San iVntonio está tan ajeno á los gar-
bansos ó al aseite como usté y como yo.

Leonardo. ¡Es claro!

Barrabás. Así son los milagros der día. Si yo le
contara á usté más e cuatro cosas...

Leonardo. No, no quiero saber más.

Barrabás. Es que en este asilo...

Leonardo. Bien está, bien está, señor.

Barrabás. Usté disimule. Leonardo se sienta á fumar. Ba-
rrabás vuelve á acercársele sonriente. ¿Y Un sigarrito, me da

usté, cabayero?

Leonardo, con muy buen agrado. Sí, hombre: eso sí.
Tome usted un par de ellos, si quiere.

Barrabás. Sí quiero. Y mu agradesío. Er tabaquiyo
€S lo único que le quea á uno de otros tiempos. Y es lo
único también que nunca manda San Antonio. Se co-
nose que er santo no fuma. Tenemos que contentarnos

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con los pitiyos anémicos que nos hasen las madres. Leo-
nardo sonríe. La primera vez en mi vía que lo veo á usté
risueño. ¿Está usté malo del estómago, por casualidá?

Leonardo. No, señor.

Barrabás. Son dos carárteres mu distintos usté y
don Sarvadó.

Leonardo. Bien está, bien está.

Barrabás. Usté disimule, vuélvese ai jardín reliando el
cigarrillo que va á fumarse. Á poco exclama, echando la mirada ha-
cia la izquierda. ¿Quiéii cs aqucya paloma que viene aquí?
¡Cosa más rara en esta casa!...

Llega MALVALOCA. Se detiene un punto en medio del jardín
mirando á todos lados, como quien ^uda adonde dirigirse, y al ver
á Leonardo en el corredor vuela hacia él. Malvaloca es bella: su cara
risueña y comunicativa; su cuerpo, gentil y ligero; su traza popular.
Sus cabellos negros, rizados y cortos, parece que los sacude el aire,
segrún se agitan á impulsos de la nerviosa actividad de la cabeza,
llena de fantasías y disparates, que se mueve como la de un pájaro.
Viste falda lisa de un solo color, blusa blanca, zapato de charol con
hebilla, y mantoncillo de seda negro puesto á modo de chai. Trae
ricos pendientes, sortijas y pulseras, que contrastan con la sencillez
del vestido. Leonardo, al verla aparecer, se levanta un poco sor-
prendido. Barrabás se acerca á la hermana Carmen como para co-
mentar la visita. Luego se aleja.

Malvaloca. Buenos días.

Leonardo. Buenos días.

Malvaloca. ¿Este es el Asilo de las Hermanitas del
Amor de Dios?

Leonardo. Este mismo.

Malvaloca. Grasias. Yo vi er postiguiyo abierto, y
me entré; pero en mitá'er jardín temí haberme metió
en otra parte.

Leonardo. Pues éste es el asilo.

Malvaloca. Sí; ya veo ayí una monja. Y... ¿usté po-
drá desirme...?

Leonardo. ¿Qué?

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Malvaioca. ¿Es aquí donde están curando á un he-
rido...?

Leonardo. Aquí es.

Malvaioca. ¿Usté sabe ya por quién pregunto?

Leonardo.. Por Salvador García, ¿no?

Malvaioca. Cabalito: por Sarvadó Garsía. ¿Cómo
está?

Leonardo. Ya está casi bueno.

Malvaioca. ¿Sí? ¿Pero ha estao grave?

Leonardo. Grave no diré yo. Ha sufrido bastante.
Las quemaduras fueron horribles y las curas muy do-
lorosas.

Malvaioca. En Seviya corrió que se había achicha-
rrao en una fragua.

Leonardo. ¡Ave María Purísima!

Malvaioca. Cosas de la gente, ¿verdá? Me lo dijo...
¿Quién me lo dijo á mí? ¡Ah! Matirde la Chata, que
nunca lo ha mirao con buenos ojos.

Leonardo. ¿Usted viene ahora de Sevilla?

Malvaioca. Ahora mismo. No he hecho más que
arreglarme un poco y busca er convento. Y he venío
por enterarme de la verdá; por salí de dudas; por verlo
áé.

Leonardo. Es usted buena amiga suya, según parece.

Malvaioca. ¡Uh! Este ¡uhl de Malvaioca es como un trino.
Lo emplea siempre con inflexión ponderativa y gracioso ademán,
cuando no acierta á encerrar en palabras todo lo que quiere decir.
Detrás de cada ¡uh! su imaginación pone uu mundo.

Leonardo. Mucho, ¿eh?

Malvaioca. Ya me quedé en amiga; pero he sío una
mijiya más. Er tiempo to lo acaba.

Leonardo. Menos las amistades, por lo visto.

Malvaioca. Donde candelita hubo... ¿Usté también
es amigo de Sarvadó?

Leonardo. Amigo y algo más.

Malvaioca. ¿Cómo es eso?

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Leonardo. Porque somos compañeros en el negocio
de la fundición.

Malvaloca. ¿De qué fundisión?

Leonardo. De la fundición de metales en que ha pa-
sado la desgracia. ¿Es que no tiene usted noticias de la
fundición?

Malvaloca. ¡Si yo hase más e dos años que no lo veo!
Pero ahora estoy pensando... ¿Quién me dijo á mí que
Sarvadoriyo se había metió á hasé carderas?

Leonardo sonriendo. Probablemente esos informes
saldrían de la misma fuente que los otros.

Malvaloca. No, la Chata no fué. ¿Qué más da quien
fuera? ¿De manera que usté y Sarvadó...?

Leonardo. Sí; somos socios.

Malvaloca. ¿Los dos?

Leonardo. Naturalmente.

Malvaloca. ¿Desde cuándo?

Leonardo. Desde hace poco tiempo. Nuestra amis-
tad, que es muy reciente, es ya muy estrecha.

Malvaloca. Es que Sarvadó es mu simpático.

Leonardo. Muy simpático es.

Malvaloca. Se yeva á la gente de caye, ¿verdá?

Leonardo. A mí se me ha llevado, á lo menos.

Malvaloca. Y á to er que lo trata. En este mundo,
lo que manda es la simpatía.

Leonardo. ¿Usted cree?

Malvaloca. Estoy segura. Er cariño majTj no es otra
cosa que una simpatía. Una simpatía tan grande, tan
grande, que no sabe usté viví sin aqueya persona.

Leonardo. Quizás.

Malvaloca. Déle usté er nombre que usté quiera:
amó, amista, cariño... lo que á usté se le antoje. Escar-
ba usté... y simpatía. ¿Usté no ve que á los piyos se les
quiere más que á los tontos? ¿Y eso por qué es? Porque
los piyos son siempre más simpáticos. No le dé usté
A'uertas.

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