LEYENDAS DE PASTORES
AUTOR JOSÉ MARÍA GÓMEZ DE LA TORRE
3º PREMIO

A mediados de julio de mil novecientos cincuenta y dos una densa niebla cubrió las praderas de los puertos de montaña y la temperatura bajó a valores invernales. El frío repentino, como maldición bíblica, empezó a hacer estragos entre ovejas recién esquiladas y corderos recién nacidos. Para paliar el desastre los pastores llevaron sus rebaños a tierras más bajas y pidieron refugio a cubierto en los pueblos cercanos.
El corral de la casa de mi abuelo se llenó de ovejas que se guarecieron bajo cualquier sitio techado: tras los portalones de la entrada, en la cuadra de las vacas; debajo de los carros; bajo el corredor del granero, del alero de la tenada o pegadas a la pared del gallinero. Menegildo, el pastor, se acostó sobre unos sacos de heno en la cocina de leña.
Mentiría si dijera que cuando me levanté a la mañana siguiente no quedaba ni rastro del rebaño, porque había quedado en tal abundancia que, barrido con escobas de baleo, formó una pequeña montaña de bolitas negras en una esquina del corral.
Al atardecer, las ovejas volvieron a ocupar los corrales y Menegildo, para agradecer nuestra acogida, quiso obsequiarnos con una cena al estilo pastor.
Tras levantar las pregancias y preparar una lumbre con leña de roble, colocó su perol, --renegrido por fuera pero brillante por dentro–, en la trébede, encima del lecho de brasas, manteniéndolo inclinado con una mano de color de cuero viejo con dedos deformados por el reuma, mientras con la otra revolvía en su interior migas de pan y trozos de chorizo y charlaba con mi abuelo:
–No sé el tiempo que me quedará de hacer migas. Por mi edad debería haber dejado el pastoreo hace mucho, pero... ¿qué va a hacer un viejo sin otro oficio ni beneficio que el de pastor de las ovejas de otro? ¿Lo que mi antiguo mayoral, metido en el asilo de las hermanitas de la caridad de Plasencia aguantando misas y rosarios y sin ver un monte...?
Aquella fue noche de filandón en la que Menegildo, con sus ojos vivos, llenos de expresión, en un rostro plagado de arrugas sobre el que la intemperie y los años habían esculpido la vejez, contó historias de pastores y de lobos que yo escuché espeluznado, sentado en el arcón que servía de panera.
–... le llaman el Mudo. Diz que perdió la voz una noche de luna llena que entraron al rebaño dos lobos y apindiaron con una cordera cada uno. Sin hacer caso a las voces del mayoral, un zagal y un mastín dieron tras ellos; al llegar a unos regachos cada lobo siguió un camino; el mozo se fue tras uno y el perro tras el otro.
Al llegar a una gravera, en una cuesta muy pindia, el lobo al que seguía el pastor perdió pie, rodó terraplén abajo y vino a soltar la borrega a los pies del zagal que la agarró y apaleó al lobo que se revolvió arrufando. El zagal, garrota en ristre, fue retrocediendo y se apalancó de espaldas al pie una peña.
Así estuvieron hasta que el bicho descansó y se lanzó pedregal arriba a recuperar la cordera. El pastor se defendió a garrotazos. Ni una sola vez le alcanzó el lobo, que no hacía pie en la pendiente de piedras sueltas.
Mas al cabo, el animal aprendió: se acercó despacio pegado a la peña, fincó las patas en el suelo y saltó. El zagal paró el envite con la garrota sujeta entre las manos. La primera vez no le alcanzó, aunque le llegó a la cara el aliento lobuno. A lo largo de la noche la fiera atacó una y otra vez sin salir siempre bien librado porque el mozo, escudado en la garrota, le hizo rodar más de una vez gravera abajo. Sólo paraba en su acoso para recuperar el aliento.
Pero las noches son largas y el cansancio hacía mas mella en el zagal que en el lobo y a medida que el zagal perdía fuerza el lobo ganaba terreno. Primero enganchó una mano; más tarde su zarpa rasguñó la cara del mozo que echó mano a su navaja de punta redondeada, buena para cortar pan o forgar palos, pero lo único que tenía si el bicho agarraba carne. Cuando en una ocasión los colmillos hicieron presa en su hombro la navaja rasgó el costillar de la fiera.
La noche se fue agotando sin que el animal cediera y sin que el zagal se rindiera, pero su defensa era cada vez más débil. Cuando comenzaba a clarear el mozo se vio tan sin fuerza que supo que no aguantaría más, que la siguiente acometida sería la última. El lobo quiso rematar la faena antes de la salida del sol y atacó con rabia. La borrega salió corriendo despavorida, pero el lobo ya no la quería: ansiaba otra sangre. Saltó. Derribó al mozo. Se puso sobre él. Los colmillos rasgaron su cuello. Las fauces hicieron presa en su quijada. Las zarpas arparon la frente y los dientes desgarraron la cara. La navaja entró en
sus entrañas. Rodaron gravera abajo. Aún luchaban cuando, al despuntar el primer rayo del sol, se alzó sobre ellos la sombra de un mastín.
Las dos borregas volvieron solas al rebaño. Los pastores encontraron cerca de un espinadal, al pie de una peña, un lobo muerto con un tajo en la barriga y el cuello partido. Días y días buscaron por los montes al zagal y al perro pero sus voces se perdieron en praderas, arboledas y barrancos sin que lograran dar con ellos.
Desde entonces hay quien dice que se ocultan en estos montes; otros dicen que se han visto por tierras de Soria, por la sierras de la Culebra o la Cabrera... Aunque bien pudiera ser que estén allá donde los necesiten los rebaños. Cuentan que, cuando el aullido del lobo atemoriza a ovejas y pastores, aparece por los riscos un zagal con cara y cuello deformados por horribles cicatrices al que acompaña un mastín de color rojizo; entonces los lobos se acallan y, atemorizados, se alejan.
Por el color dicen Roxiu al perro. A él le llaman el Mudo porque no habla.
FIN

NOTA AÑADIDA A PETICIÓN DEL AUTOR
Este relato está inspirado en algunos hechos y personas reales.
A principio de los años cincuenta hubo una oleada de frío que hizo que los rebaños tuviesen que buscar refugio en tierras más bajas.
Un mastín del pueblo de Alcedo de Alva (ahora Alba) persiguió a unos lobos y fue recogido por un pastor de La Tercia, (a unos 25 Km), que lo llevó al cuartel de Villamanín desde donde fue devuelto a Alcedo. El perro era del pueblo como lo eran la escuela, los montes, las eras, el cementerio... (Ahora quieren hacer desaparecer las juntas vecinales, forma milenaria de gobierno de nuestros pueblos).
Menegildo está inspirado en un anciano pastor sin familia que mi mujer y yo conocimos en el asilo de las hermanitas de la caridad en Plasencia. Las monjitas nos pidieron que lo visitásemos de vez en cuando para que no se sintiera tan solo en el mundo.
El resto es leyenda.