...tiene un nombre todo poesía: Valdeayas. El nombre no responde a nada o mejor dicho a todo Sonoridad dulce y eso le basta. Entrar en Valdeayas es del mismo rango que entrar en un templo. Hay recogimiento en el pórtico y pasando el umbral, la vista se escapa al fondo y a los lados. Y sucede lo propio de estos casos. La lengua enmudece y el oído aturde. Hablan todas las cosas a la vez sin molestarse. Si hubiera que poner título por esa manía maldita de titularlo todo sería éste: concha de luz. Y en el fondón, agua Agua hay poca, pero tan exquisita que el viajero la ha visto tan limpia, tan de cristal enfadado que nunca le supo mejor. La luz, porque la concha la recibe toda y la reverbera y la vuelve a proyectar indefinidamente. Cuesta creerlo, pero no hay más remedio Valdeayas es en medio de un sinfín atolondrado de berezosas y espinales y montecillos, el mejor rincón que creó la naturaleza en el valle. Allí el silencio es regocijo y la calma frenesí. En el seno de la concha hay de todo: cuevecillas de raposos poco comunes; cangrejillos en su riachuelo de las más tiernas formas y colores. En las costanillas de sus tres dulces laderas aparecen bien arropadas por las piedrecillas con ángel agujereado una docena de ilagas o aliagas...