La frialdad asesina de la etarra protegida por Bélgica....

La frialdad asesina de la etarra protegida por Bélgica.

Natividad Jáuregui gestiona una empresa de cátering y nunca ha rendido cuentas ante la Justicia.

Luis P. Arechederra.

Madrid.

Actualizado:

13/07/2019 02:17h.

Ese día no pensaban matarle —estaban vigilándole—, pero lo vieron fácil. Salía de escuchar misa, en la basílica de Begoña, el santuario que domina el «agujero» de la ciudad de Bilbao desde lo alto. Ella, una etarra de entonces 25 años, no dudó, se acercó todo lo que pudo y le disparó por la espalda.

Envuelto en un charco de sangre quedó tendido en el suelo el cuerpo malherido de Ramón Romeo, padre de cinco hijos y teniente coronel del Ejército. El atentado tuvo lugar el 19 de marzo de 1981. Ramón murió dos días después en el hospital, tenía 52 años, y era el jefe de la caja de reclutas en Bilbao.

«Al constatar la facilidad de la acción asesina, decidieron ejecutarla, para lo cual al parecer "Jaione" se acercó al teniente coronel y le disparó a poca distancia y por la espalda». Así relata lo que sucedió aquel día la Audiencia Nacional, en la sentencia en la que condenó en 2007 a tres miembros del comando que asesinó a Ramón.

«Jaione» existe, y detrás de ese apodo se esconde la terrorista Natividad Jáuregui, a la que protege y cobija desde 2013 Bélgica, donde lleva una vida de apariencia normal y gestiona una empresa de cátering. Ella, la que realizó el disparo en la nuca, nunca ha sido juzgada.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha condenado esta semana a Bélgica precisamente por no colaborar con España en la entrega de la etarra.

Los magistrados de Estrasburgo consideran que la posición de Bélgica —que alegó que había un riesgo de que la terrorista fuera torturada en España— no está justificada y carece de base factual. Este tribunal no tiene capacidad para reiniciar el proceso, pero la Fiscalía de la Audiencia Nacional estudiará las opciones para volver a reclamar a la etarra, de la que no se olvida la Justicia española.

Los tres condenados por el crimen del teniente coronel —los etarras Sebastián Echaniz, «Sebas»; Enrique Letona Viteri y José Antonio Borde Gaztelumendi— confesaron el asesinato e implicaron a los seis miembros de aquel comando Vizcaya, otros dos de los cuales ya habían fallecido cuando se celebró el juicio.

La única que no ha rendido nunca cuentas es ella, Jáuregui, la pistolera.