RELATO DEL
CAMINO DE SANTIAGO
MARÍA LA HOSPITALERA I
Definir a María sería sencillo. Era y es, como la la madre de todas. Vino un buen día del
Brasil, con su maleta y su bolsa de zapatos, en busca e una forma distinta de vivir. Quizás, mas por necesidad, que por otra cosa.
Había oído
hablar del Camino de Santiago pero no sabía bien qué podría hacer en él, como sobrevivir en un país desconocido para ella:
España.
Justo, necesitaban una hospitalera en el albergue del Parral de
Burgos, y quien la conocía, sabía que la ocupación sería perfecta para ella.
Desde el primer día, supo María que había acertado en su elección. Por su albergue, pasaban a diario peregrinos que necesitaban su ayuda. Comidas, bocadillos, curas, ánimos, abrazos de mamá y besos para guardarlos en la mochila. Mágicos besos que no pesan y aligeran el espíritu. Así como palabras llenas de dulzura.
Todos los peregrinos cabían en ella, y todos se iban del albergue, satisfechos por sus cuidados y desvelos.
Recibía, en compensación, postales a ciento, de todas las partes del mundo. De Londres, París,
Barcelona, Venecia,
Valencia... Y no digamos de América, su continente.
Tienes que venir a
Sevilla,
Murcia,
Canarias... le decían en cada postal. Por favor, haz un hueco, insistían.
Pero los días iban pasaban, y ella se encontraba a gusto en el Parral, prestando sus servicios a cuántos peregrinos pudiese acoger. Que el albergue no reunía condiciones... pues ella suplía todos los inconvenientes con su sola y gran presencia.
En ocasiones ofrecía sus hombros para llorar, consolaba de los mil y un problemas habidos y por haber. Si en el camino, los romeros y romeras, necesitaban un día amor de madre, ella se derramaba con ese afecto tan sincero y maternal, que la caracterizaba.
-Tienes que conocer a María.- Me dijo un día mi
amiga.
-Es un cielo de
mujer. Nadie puede estar triste a su lado. Irradia calor. Es como un día de
verano y tierna como una flor en
primavera.
Pero ese día no pude ir a verla. Tenía otras obligaciones que atender y el tiempo fue pasando.
Mi amiga, volvió a repetirme su invitación.
-Ahora María ya no está en el Parral. Está en Rabé de las Calzadas conmigo y puedes venir a visitarnos cualquier día. Ella me ayuda en el albergue.
-Hoy no puedo-, le dije, -Pero quizás el sábado me acercaré.