¿UN HECHO RELEVANTE?, Literatura

¿UN HECHO RELEVANTE?

El hecho no podría, o no debería, compararlo con las conquistas del gran macedonio Alejandro Magno -nacido en fecha memorable para mí-, ni con el hecho, o gran proeza de haber llegado hasta la mítica Babilonia y al gran imperio del Nilo, donde en una quizás pudo admirar aún sus famosos jardines colgantes y estar ante el gran Zigurat Etemenanki, dedicado a Marduk, al que mandó destruir para volver a reconstruirlo después a su antojo -empresa que quedó en ilusión al morir tempranamente el macedonio-, al que bien pudo comparar con las pirámides y encontrarles similitud, al menos en la construcción que no en su cometido, ya que uno albergaba al dios que veneraban los mesopotámicos de la ciudad amurallada y las otras los cadáveres de sus faraones, que aunque considerados dioses, no se oficiaban ritos religiosos en estas edificaciones, ni en memoria de ellos ni de ninguno de los numerosos dioses a los que reverenciaban los habitantes, también de entre-ríos, aunque fuesen brazos del mismo gran caudal.

Quizás tampoco lo debería equipar con el grito de ¡tierra! lanzado a los cuatro vientos por el andaluz Rodrigo de Triana desde su atalaya -la cofa de La Pinta-, al descubrir, o ser el primero en avistar el Nuevo Mundo, ni a la gran odisea y conquista de su almirante, el ínclito Cristóbal Colón por haberlos llevado hasta allí, aunque él daba por sentado, y seguro estaba de ello, que habían llegado a Cipango, que es donde creía que llegaría por aquella ruta. Posteriormente le disputaría el premio del avistamiento al lepero, atribuyéndose el navegante la primera visión del continente, quizás por aquello de que un simple “ojeador”, un “don nadie”, se pudiese embolsar la recompensa ofrecida por los Reyes Católicos, siendo que él bien “sabía dónde llegaba”. Por lo que más se alegraría el almirante con el avistamiento, fuese que con eso terminaría el malestar reinante a bordo, al llevar tantos meses zarandeados por la mar, sufriendo calamidades y sin pisar tierra firme. También se desvanecía la tensión por el temor de un nuevo motín a bordo, llegando a buen fin la expedición.

Con el descubrimiento de la antigua Troya por parte Heinrich Schliemann, tampoco lo compararía, ya que, aunque estaba seguro de que se encontraba ante la mítica ciudad, aunque todos, tanto él como sus acompañantes, se encontrasen ante un gran montón de arena, donde al clavar su bastón en un sitio concreto, dijo aquello que se le atribuye que dijera el afamado arqueólogo millonario: “-Aquí está la puerta de la ciudad; aquí hay que comenzar a picar”, fue algo grandioso, magnífico. Aunque la frase no sea exacta, más o menos vino a decir eso. Poco después, en Micenas, daría con el espléndido Tesoro de Príamo y en hallazgos posteriores con la tumba de Agamenón y su famosa máscara en oro puro, hechos con los que tampoco puedo igualar el que ha suscitado este escrito.

Y con otro, no menos importante, aunque su trascendencia pueda ser distinta a la de los dos primeros, ya que en fama, y además mundial se igualaría, tampoco quisiera compararlo, aunque por poder podría, pero no sería justo, además de pretencioso por mi parte. Este no es otro que el hallazgo de la tumba de Tutankamón, llevado a cabo por Howard Carter tras muchos años de indagaciones, prospecciones y decepciones. Pero que en última instancia, y pidiendo a su benefactor una prórroga en las excavaciones, consiguió encontrar lo que llevaba buscando desde hacía años. Juntos, ya que quiso compartir el honor de visualizar el hallazgo por primera vez, con su mecenas Lord Carnabon, vieron ante sus ojos el mayor tesoro encontrado hasta el momento, y casi intacto, tanto por la riqueza del valor en oro que allí había, como el valor cultural que aportaba para el conocimiento más amplio del antiguo Egipto, además del valor artístico, histórico y arqueológico propiamente dicho.

No sería justo por mi parte, querer comparar el hecho con el “gran paso para el hombre” que dio sobre la superficie lunar el comandante Armstrong, tras alunizar el módulo en el que viajaba -el Eagle, denominado así por él mismo-, en la parte sur del Mar de la Tranquilidad, aunque coincida también la fecha con la más importante para mi vida.

Enumerar casos o sucesos de relevante importancia, sería ardua labor, a más de cansar al lector con tanto acontecimiento notable y relevante para la humanidad, pues ya los conocerá, seguramente, con más detalle. Tan solo he enumerado unos cuantos por tener cierta afinidad con algunos de estos celebérrimos individuos y coincidir en fechas con otros y uno de los casos; el 21 de julio.

En esta fecha posó por primera vez el pie en la luna –que se tenga constancia de ello- la humanidad, representada por Neil Armstrong. En esa misma fecha, pero con 2325 años de diferencia, nació el gran Alejandro en Macedonia y con esa misma fecha, pero 2306 años después que él, nací yo en España. La afinidad, quizás sea la de descubrir nuevas cosas; ver nuevos horizontes; la arqueología -aunque en mi caso es como mero gusto por lo que otros descubren, ya que no tengo medios como para dedicarme a tan querida y admirada labor- y el tesón por conseguir lo que me proponga, si es que me lo propongo seriamente, o me suscita el interés necesario como para llevarlo a buen fin o término.

Lo que es comparable con estas personas y personajes –además de lo descrito-, pues es imaginable lo que pudieron sentir y apreciar, tras años de luchas uno, de estudios e indagaciones otros y de preparación, trabajo y esfuerzo, así como de tesón y constancia todos ellos, es la emoción que les embargaría al lograr lo que se habían propuesto.

Sí, señores. Esa misma emoción –creo- he sentido yo. Esa emoción me embargó la otra tarde, al lograr lo que venía persiguiendo desde hace dos años aproximadamente. Y ustedes se preguntarán: “ ¿Y tanta comparación para esa tontería? ¿Esa cosa tan insignificante, compararla con estas otras, o algunas similares sin enumerar?”.
Yo les respondo: ¿Se imaginan lo que es pertenecer al 0,1 % de privilegiados que han podido observar en directo el canto de un ruiseñor? ¿Verle entre las ramas de un almendro, desgranado sus trinos, sus silbidos, sus notas aflautadas, oírle esa melodía que vengo oyendo desde hace muchos años y no había visto de qué pico salían, ni qué garganta los creaba? ¿Se imaginan lo que es pertenecer a la minoría del 0,01% de los que le hemos podido fotografiar?

Pues si se lo imaginan, sabrán cómo me sentía según le estuve observando en directo durante un buen rato y a través del objetivo de la cámara también. El corazón se aceleraba de la emoción de poder contemplar tan raro acontecimiento. El disparador se sintió oprimido por mi dedo índice durante un buen rato, ya que el selector de modo lo puse en ráfaga, pues no quería perderme ni un movimiento del ave, que aunque cambió de rama no se fue. Era como si quisiera que le fotografiara; como si me dijera: “aprovecha, que para que puedas fotografiarnos otro día a cualquiera de nosotros –los ruiseñores-, vas a sudar sangre y lágrimas, o te vas a hacer viejo intentándolo.

Al final conseguí dos tomas claras, nítidas, de todas las que le hice.

Ahí arriba lo pueden ver, cantando entre unas ramas.

AdriPozuelo (A. M. A.)