VÍSPERAS (1ª parte)...

VÍSPERAS (1ª parte)

Pozuelo de Alarcón
Diciembre de 1957

Llegaba la Navidad. El día 22, o sea ayer, había estado escuchando el Sorteo de Navidad, así como todos los vecinos, difundido durante toda la mañana por todas las galenas y por aquellos aparatos semejantes a éstas, solo que algo más pequeños, que algunos llamaban aparatos de radio –“las arradios” del decir popular-, semejante al que había en su casa; una cajita de madera barnizada, con un “botón” a cada lado de una franja de cristal numerada, por la que se deslizaba horizontalmente hacia la izquierda y derecha una rayita roja, vertical, movida al darle vueltas a uno de los “botones” en un sentido u otro.
Los alrededores, todo el barrio, hasta los confines de éste, que eran los que él conocía mejor, se llenaba de aquella cantinela que coreaban los niños del colegio de San Ildefonso todos los años. También lo escuchaba por la capital, anduviesen por la calle que transitaran su madre, o su abuela, y él cuando “bajaban” allí para visitar a familiares, próximos ya a las fiestas navideñas.
Hoy día 23, saldría con sus hermanos y amigos a pedir el aguinaldo, puerta por puerta, calle a calle y a todo el vecindario, como hacían todos los años y como así se había venido haciendo por tradición, según el decir de los mayores.
Igualmente, todos los años veía cuando abrían las puertas, que en todas las casas –al menos no recordaba que en alguna faltase- había un belén colocado cerca. Solía estar en el recibidor, sobre un pequeño mueble al que se le despojaba de las fotos familiares, para poder instalar “el nacimiento”. Aunque también sabía –y esto por habérselo contado, ya que en algunas de aquellas casas no pasaba del zaguán- que solían instalar un belén más completo en el comedor, o hasta en habitaciones acomodadas para él, pues así guardaban el cumplimiento de rigor, requerido por tan cristiana onomástica.
Igualmente recordaba –y éstos sí los había visto y observado bien- que algunos de los pudientes vecinos colocaban otro más en sus patios y jardines, con figuras de mediano tamaño en unos y en otros alga más grandes, pero todas ellas muy bonitas y bien pintadas.
También las monjas hacían poco más o menos lo mismo en todos los conventos que él conocía, todos allí cerca, en el mismo barrio, las cuales ponían uno de piezas pequeñas a la entrada de las capillas, en uno de los rincones o en los zaguanes de los pórticos y otro en sus jardines, o en los patios, pues en algunos no los podrían haber admirado los feligreses, ya que no se podía acceder a ellos. Estos, al estar en el exterior estaban confeccionados con figuras más grandes, llegando a tenerlas alguno de tamaño casi real, pues en algún caso sobrepasaban las estaturas de un niño de diez a doce años con una estatura normal para esas edades.
En ellos incluso el río llevaba agua de verdad y no se simulaba con papel de aluminio –“papel de plata” como le decían entonces-, al que algunos incluso le ponían un cristal por encima, o directamente el río era un espejo literalmente, o para mejor definición, trozos del cristal azogado.
No solamente el molino funcionaba con el agua del río, en el que se veía a las lavanderas haciendo la colada, hincadas de rodillas a su vera, sino que también movía la noria que llenaba una acequia de la que se servían los hortelanos para regar la huerta, a la cual, las monjas habían colocado unas berzas –coles blancas, lombardas y lechugas-, por las que el pueblo era famoso en Madrid.
Este año, al chaval le venía rondando por la cabeza, la idea de instalar él también un belén. Pero ¿dónde? En su casa no podría pues no existía el recibidor, ya que al entrar por la puerta lo que recibía era la cocina directamente y en las habitaciones no había sitio o lugar para nada más que para lo que se usaban; para dormir en las camas justas.
Por el contrario en el jardín sí que había sitio, hasta de sobra como para haber instalado no ya uno, sino hasta veinte, o más, y de considerable tamaño. Agua: había de sobra, ya que al estanque nunca le faltaba, por encontrarse junto al pozo al que el molino de viento se encargaba de sacarla, bombeándola cuando se le soltaba el freno por contrapeso y sino, sacándola cubo a cubo. Musgo: también había mucho en el jardín, que aunque no fuese propiedad suya, o de sus padres pues vivían allí de guardeses, podría coger todo el que quisiese; si no tenía suficiente, ya que pensaba construir un gran belén, podía salir a cogerlo de los alrededores, que no buscarlo, pues había de él por todas partes y más, y mejor, en donde todo el día cubría la umbría, al no llegar los rayos solares al lugar.
Pero le faltaba lo más importante: ¿De dónde y cómo sacaría él las figuras para su belén? La idea le rondó poco tiempo por la cabeza, algo menos de un día, pues el mismo día 23, tras llegar a casa después de haber estado pidiendo el aguinaldo a los vecinos, incluidas las monjas de al lado, y tras repartir lo recaudado, siendo su parte bastante sustancial, resolvió comprar las figuras.
Pero le surgió otro problema y éste quizás era el más importante. ¿Dónde podía comprar las figuritas a esas horas de la tarde? Y además otro: ¿Tendría suficiente dinero, como para poder pagarlas él solo? Pues el pedirle a cualquiera de sus hermanos por separado, como a todos en conjunto, su contribución a tan magno proyecto, particular, para llevarlo a buen fin, sabía que sería inútil, que sería perder el tiempo; a sus amigos ni pensarlo siquiera.
Así que según pensaba esto, según iban comiendo el postre la familia –unas mandarinas, ya que al menos en su casa sí podían permitirse esta manjar- se le ocurrió recoger todas mondas de los frutos, tanto las de él, como las de los demás; todas las que había sobre la mesa.
Al verle hacer tan curiosa recolección, la madre le preguntó qué era lo que iba a hacer con tanto desperdicio, a lo que la contestó: -Una cosa que ya verás luego. Cuando la tenga hecha te la enseño.
- ¿Y no se puede saber ahora? –volvía a preguntarle la madre, continuando en tono recriminatorio sin esperar respuesta- Porque no me parece bien que vayas dejando “porquerías” por ahí.
Sin esperar más, ya que estaba impaciente, y sin esperar a que pudieran retenerle, pues entonces no podría llevar a cabo la idea que acababa de ocurrírsele, salió de casa precipitadamente, bajó los escalones y dobló a su izquierda para dirigirse a la puerta del jardín. Una vez dentro, se encaminó hacia el “primer escalón bonito”, dejando sobre él la carga de mondas de mandarina.
Se quedó mirando los demasiados desconchados que poseía en sus azulejos, dudando en poner allí “su nacimiento” o en el otro “escalón bonito” que estaba mucho “más sano y bonito”. Al fin se decidió por el primero, razonando que así le tapaba los desperfectos y que allí estaría más a la vista de los transeúntes que pasaran cerca del jardín, como los tenían en los suyos la “gente pudiente”, a la vista, ya que el otro, entre los lilos que tenía delante y la altura a la que se encontraba el muro que sustentaba la verja, no dejaría que lo pudieran admirar la gente que por allí pasaba; aunque pensándolo bien, por allí no pasaba casi nadie.
El banco, o poyete, era un posadero revestido de azulejos de Talavera, construido junto a la pared trasera de su casa, entre ella y el invernadero, contra la pared que formaba parte del muro perimetral de la finca. Todo él estaba forrado con baldosines y azulejos de distintos tamaños, canteado y contorneado por cenefas de azul cobalto, yendo el tono general del banco desde este color al blanco, pasando por todas las tonalidades intermedias. Tenía el respaldo varios dibujos muy artísticos, con motivos campestres, reproduciendo en algunos, y en relieve, damas con sombrillas y caballeros, todos de época isabelina, en actitud de paseo por la campiña unos y otros sentados sobre tapetes extendidos sobre las hierbas, en actitud de disfrutar de sendas meriendas, trasportadas en cestas de mimbre que reposaban junto a ellos. También se veía a unos criados con librea, que servían vinos, agua o refrescos. De fondo se veía lo que parecía un pinar.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Diciembre de 1957...! claro que tengo memorias de ese año: última navidad pasada en Madrid... acabamos durmiendo en el cine Pleyel, dos mozuelas y yo que en esos días, me embarqué hacia los desconocido.
De tener tiempo me lo contaré y bien que lo sentiré si a los ojos de algunos le resulta molesto. Es fácil para evitar posibles mohines de disgusto, que pasen de largo
Saludos