lo inserto en varias partes, ya que no me admite u...

lo inserto en varias partes, ya que no me admite u n texto tan largo.
PERSONAJES ACTORES

MALVALOCA María Guerrero.

JUANELA Conchita Ruiz.

MARIQUITA Josefina Blanco.

HERMANA PIEDAD Carmen Jiménez.

TERESONA María Cancio.

ALFONSA María Valentín.

DOÑA ENRIQUETA Elena Salvador.

DIONISIA Aurora Le-Bret.

HERMANA CONSUELO Luisa García.

HERMANA DOLORES Consuelo León.

HERMANA CARMEN Enriqueta Liquiñano.

LEONARDO Fernando Díaz de Mendoza. -

SALVADOR Emilio Thuillier.

MARTÍN EL CIEGO Emilio Mesejo.

BARRABÁS Felipe Carsí.

Ef. TÍO JEROMO Manuel Díaz.

LOBITO Fernando Montenegro.

UN OPERARIO Salvador Covisa.

ACTO PRIMERO

En Las Canteras, pueblo andaluz, hay un convento de fecha re-
mota, conocido por el Convento del Carmen. Al pasar á mejor vida,
de puro vieja ya, la última de las madres allí consagradas al amor di-
vino, vinieron á heredar el vetusto recinto las Hermanitas del Amor
<le Dios; congregación semejante á la de las Hermanas de los Pobres.

Hay en el convento, al comenzar la acción de esta obra, hasta seis
ancianos recogidos, de quienes cuidan las hermanas con solicitud y
bondad extremas.

Este primer acto pasa en uno de los corredores ó galerías del
claustro, por cuyos altos arcos se ve al fondo toda la extensión de lo
que fué jardín, hoy convertido casi completamente en huerta, ya que
más que flores da frutos. Cierra el corredor por la derecha del actor
un muro, donde hay una gran puerta, denominada de la Cruz, por-
que sobre ella, en el muro, está incrustada una de palo. En el pro-
pio muro, á la altura de la mano, y encima de una repisa tosca, se
ve una imagen de San Antonio pequeñita, ante la cual hay un bote
lleno de garbanzos. Uno de los arcos centrales da paso al jardín. En
el corredor hay dos ó tres sillas y algún banco.

Es por la mañana en un día de sol del mes de Abril.

BARRABÁS, viejecillo asilado, de buen humor y malas pulgas,
que hace en el convento de jardinero y de hortelano, trajina en sus
dominios. Al fondo, allá lejos, á la sombra de un arbolillo, la HER-
MANA CARMEN, abstraída y silenciosa, cose sin dar paz á la mano.

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Alguna vez las escenas que pasan á su alrededor la distraen un mo-
mento de su tarea; pero en seguida vuelve á fijar la vista y la aten
ción en lo que está haciendo.

Por la izquierda del jardín salen la HERMANA DOLORES y la
HERMANA CONSUELO, con sendos bolsos de pedir limosna. Pasan
al corredor por el arco central y desaparecen por la puerta de la Cruz.

Barrabás dice en su picaresco monólogo:

Barrabás. Dos en dos,

por la sombra y no por er só:

Hermanitas del amor de Dios.
¡Je! ¡Versos míos!

Pedimos pa los pobres;

dénos usté lo que sobre,
y si pué sé plata mejó que cobre.
iJe!

Por la puerta de la Cruz sale MARTÍN EL CIEGO, que para ayu-
darse á caminar lleva un palo en la mano. Es más viejo y está Ynás
destruido que Barrabás. Marcha callado á lo largo del corredor. Ba-
rrabás que lo ve lo detiene hablándole.

¡Se dise güenos días!

Martín. Güenos días. No sabía que estaba usté ahí,
señó Barrabás.

Barrabás. De más lo sabía usté, señó Martín.

Martín. Como usté quiera.

Barrabás. Porque usté no ve, pero güele.

Martín. Como usté quiera. Güenos días.

Barrabás. ¿Se va usté á toma er só?

Martín. Con permiso de la hermana Piedá.

Barrabás. No hay como anda siempre bailando el
agua pa conseguí favores. Pero ese no es mi genio.

Martín. Ni er mío tampoco. Ni quieo discusiones
con usté. Y base usté malamente en critica las cosas
de esta casa, donde está usté recogió por caridá, lo mis-
mo que yo.

Barrabás. Hay árgana diferensia, compadre. Yo no
soy ningún trasto inuti como usté: yo soy aquí un

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hombre que trabaja en la güerta y en er jardín. Y gano
er pan que como. ¡Y er que se come usté también!

Martín. Á usté no le debo yo na. Yo también tra-
bajo.

Barrabás. ¡Usté me dirá lo que hase! Va pa dos
años que no sube á la torre...

Martín. Hago lo que las hermanas me mandan.

Barrabás. Sólo que como no le mandan á usté na,
se da usté la vía de un canónigo.

Martín. Le digo á usté que no quieo discusiones..
Quéese usté con Dios.

Barrabás. ¿Qué le ha paresío á usté hase poco er
repique que ha dao la Golondrina? ¡Vaya una campana^
compadrel

Martín. To se le güerve á usté veneno en er cuerpo»,
señó Barrabás.

Barrabás. Por eso me conviene sortario.

Martín. Yendo un poco hacia él con sincera y honda emoción..

La Golondrina de esta santa casa es una campana que
ar presente está rota y no suena como sonaba porque
Dios lo ha querío; pero cuando la vorteaban estas ma-
nos, la Golondrina sonaba como no han sonao campa-
nas en er mundo desde que hay cruses en los campa-
narios. Y usté lo sabe tan bien como yo, sino que se
gosa en oirme.

Barrabás. ¿Ni la Sonora de la Iglesia Mayó ha tenío
tampoco mejores voses?

Martín. ¡Ya está con la Sonora! ¡La manía de tos los
de aquer barrio! ¡Compara á la Sonora con la Golondri-
na der Carmen! Es mesté sé sordo pa eso.

Barrabás. ¿Ahora también, señó Martín?

Martín. De ahora no se trata. Si está rota desde
hase ya tres años cumplios, ¿cómo quié usté que suene?
¡Que se alegren, que se alegren los de la Sonora, qu^
bastante tiempo han vivió con la pesaíya de la Golon-
drina!

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Barrabás. Pa mí que lo que ha pasao ha sio que er
Padre Eterno, paseándose por las nubes una tarde...

Martín. Deje usté en paz las cosas santas, señó.

Barrabás. Lo oyó á usté toca la campana. ¡Tin...
tan!... ¡Tin... tan!... Y se conose que pa sus barbas fué
y se dijo: «Hombre, hombre, esa campana suena de-
masiao bien pa está en Las Canteras, que ar fin y ar
cabo no es más que un pueblo.» Y á un angelito que
andaba de viaje por Andalusía le mandó que la cascara
de un martiyaso. ¡Je! ¿No le paese á usté? ¡Envidia que
tuvo Dios en er sielo!

Martín. ¡La envidia er que la tiene es usté en la
tierra, peaso e poyino, sayón, hereje! A la Superiora vi
á desirle que le prohiban á usté habla conmigo. Na
más que eso.

En esto aparece por la puerta la HERMANA PIEDAD y corta la
disputa. Esta hermana es joven y bella, humilde y suave. Su habla
es ingenua y reposada. No es andaluza.

H. Piedad. ¿Ya estamos como de costumbre? Tem-
prano empieza el día.

Martín. Este hombre que no hase más que buscar-
me las purgas.

Barrabás. ¿Yo? ¡No tendría mar trabajo!

H. Piedad. Pero, usted también, Martín, ¿por qué
no sigue su camino?

Martín. ¡Porque no me deja!

H. Piedad. ¿Le pone á usted redes, como á los pá-
jaros?

Martín. Me dise unas cosas que no hay manera de
seguí adelante sin responderle.

H. Piedad. A palabras necias...

Barrabás. ¿Eso de nesias va conmigo?

H. Piedad. Precisamente.

Barrabás. Pos lo que toca hoy no he hecho má ¿
que darle los güenos días. Más vale cae en grasia que
fié grasioso.

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H. Piedad. Aquí no hay preferencias para nadie ^
Barrabás. Ni nos curamos de las gracias. Los bufones
ya no los paga el rey. De memoria me sé sus mañas, y
de memoria también cuál era la disputa. ¡Todos días la

misma!

Martín. ¡La misma tos los días, hermana Piedad!
Dígaselo usté á la Superiora.

H. Piedad. Pues quién sabe si Dios va á castigarlo á
usted— á usted. Barrabás, á usted le hablo— y le va á
mandar una rabieta. Como el milagro que yo espero
llegue á obrarse...

Barrabás. ¡Los milagros no son de estos tiempos!

H. Piedad. ¡Silencio, Barrabás! ¿Cómo se entiende?
Ande, ande á su trabajo. \ usted, Martín, á su camino.

Martín. Dios la guarde.

Barrabás se interna hacia la derecha del jardín sin replicar pala-
bra. Martín desaparece por el corredor.

Viene LEONARDO por la izquierda del jardín. Es hombre como
de treinta años y de apariencia modesta y sencilla. Su fisonomía es.
adusta, y curiosa y penetrante su mirada. Trae el sombrero en la
mano, dejando al descubierto la cabeza, poblada de fuerte y abun-
dante cabello. Tiene toda su persona un aire de energía varonil que
la hace simpática. La hermana Piedad lo ve venir y lo espera son-
riéndole con dulzura.

H. Piedad. Santos y buenos días, caballero.

Leonardo. Buenos días, hermana.

H. Piedad. ¿A ver á su amigo, verdad?

Leonardo. Á acompañarlo un rato. Ahora no tengo
cosa mayor que hacer allá.

H. Piedad. Aquí estaba hace media hora. Andará
por ahí de conversación con los ancianos. Tiene tan
buen ángel... Y le gusta mucho charlar con ellos.

Leonardo. Con ellos y con todo el mundo. Le da
paUque al primero que pasa. No sabe callar. Eso sí: su
conversación tiene miel. Y de usted y de toda esta casa
empieza á hablar y no concluye.

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