Rauxa y seny, Tribuna libre

Rauxa y seny.
La historia de Cataluña debería enseñarnos mucho a todos acerca de los pecados de irresponsabilidad y desmesura cometidos en nombre de Cataluña.
Y en nombre de España.
Porque, ciertamente, el sentido práctico, el famoso seny, esencia del pactismo catalán, no tiene por qué ser privativo de los catalanes.
Nadie puede negar la necesidad de ese sentido práctico en los tiempos que vivimos y, de hecho, la Constitución de 1978 es un buen testimonio de las capacidades de nuestro pragmatismo nacional. Pero nunca hay que olvidar los límites de la plasticidad o elasticidad nacional.
Esos límites los vivió y los sufrió la generación de Ortega y Azaña en los primeros años de la República.
Ortega en las Cortes Constituyentes, el 13 de marzo de 1932, decía: «El problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar».
Y Azaña, en sus Memorias, se manifiesta desmesuradamente pragmático: «Los catalanes son nacionalistas. Si no son descaradamente separatistas (y muchos lo son) débese a que no pueden separarse por la fuerza o no les conviene. Puestas así las cosas, el problema consiste en decidir si conviene y es posible resistir e imponerse por la fuerza, en caso necesario, o transigir con moderación buscando una postura en la que podamos estar cómodos. La asimilación de Cataluña es ya imposible, ni por la fuerza ni por la expansión del Estado.
Tenerles sojuzgados, ¿de qué sirve? La política de Primo de Rivera condujo a envenenar la cuestión. Exterminar a los catalanes no parece hacedero por muy unitario y por españolista que sea; en tales condiciones, lo prudente es promover un acuerdo que pueda ser principio de una reconciliación problemática. ¿Y qué le hemos de hacer, si hay que dar, por conseguirlo, alguna torsión a los principios jurídicos?». La verdad es que pronto tuvo ocasión (en 1934) de tener amarga conciencia el citado Azaña de los riesgos de la plasticidad y de la «torsión jurídica».

Mientras en Cataluña algunos han esperado las elecciones de la Generalitat, como en la obra de Samuel Beckett se espera al mítico Godot que ha de traer la felicidad históricamente sublimada, convendría, entre tanto desparrame del imaginario político, reivindicar los beneficios históricos del seny catalán frente a la rauxa, del pragmatismo frente al fundamentalismo, pero teniendo bien presentes los límites de la razón práctica sin la cobertura de la razón pura, los riesgos del bricolaje de las «torsiones jurídicas», el inmenso vacío que significa cualquier decisión política que no pase por la lealtad constitucional.
Publicado por Ramon Manuel Gonzalvo Mourelo en 13:52
No hay comentarios: