Dedicar un día a la paternidad es como dedicarle un...

Dedicar un día a la paternidad es como dedicarle un día a la nubosidad. Un absurdo. Los padres, incluidos los putativos, ya gozan del amor incondicional de su prole (si gozar fuese el verbo). Les dan palique las cajeras del súper cuando pasan los pañales por la cinta, se les consiente cualquier inmoralidad en nombre del pan de sus hijos, les regalan tartas de arándanos las vecinas, les hacen descuentos en las universidades (porque encima han logrado que, administrativamente hablando, ser padre de forma abundante se reconozca como una especie de discapacidad merecedora de privilegios). «Luke, yo soy tu padre», decía Darth Vader, dejando hecho unos zorros al pobre muchacho, que necesitó una tercera película para reponerse y devolver el equilibrio a la Fuerza. Ya puede un padre ser de la misma piel de Satanás, que siempre habrá una secretaria de instituto que, al verlo pasar, le sonría con un leve guiño de admirativa complicidad decorado con un ligero rubor de mejillas. Y todo, por aquello que el grupo Triana denominó como una noche de amor desesperada. Monsergas. Ninguna necesidad tienen los padres de mayor reconocimiento social. Al contrario, la paternidad debería ser gravada con un impuesto en compensación por las molestias a la comunidad: niñatos derrapando en las rotondas, bebés llorones, cumpleaños de fin de semana tras el tabique junto al que al fin, ¡por un día!, uno sestea.
De chico tuve la suerte de ir a un colegio tan bueno que allí no se conmemoraban estas ordinarieces, y mucho menos mediante la enojosa vía de los trabajos manuales. Entonces, los sentimientos filiales no eran todavía un fenómeno coral ni administrativo, y uno solo amaba a quien se lo merecía. Gocé de la inmensa fortuna de que mi padre fuese el hombre más excepcional, bondadoso, generoso y grande de la Tierra, pero doy por bueno no habérselo dicho nunca con un dibujito con lápices de cera si con ello algunos de mis compañeros, menos afortunados (hasta extremos dramáticos en algún caso) pudieron ahorrarse la humillación de hacer lo propio. No más Día del Padre. Que hagan un día del tío, pobrecitos los tíos y las tías, que son el servicio doméstico de la tribu, los simpapeles del amor, los de las tumbas sin flores, los de las carteras repletas de fotos que nadie más mira. Esos pobrecitos tíos, esas abnegadas tías, siempre ayudando a sus sobrinos a hacer las manualidades escolares del Día del Padre, siempre con un bote de Dalsy en el armarito para cuando le encalomen al niño con los mocos colgando y siempre forrando el guasap con las fotos del monicaco, y ninguna criaturita le pinta un miserable ñordo en una cartulina… ¿Verdaderamente a nadie se le parte el corazón? Pues no, a nadie. El corazón está reservado para el Día de la Madre.
C. R.

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.